Crítica: La grandeza de lo humilde. El ‘Te deum’ de Charpentier, en la XXVII Semana Musical Aita Donostia
La grandeza de lo humilde
Iglesia P.P. Capuchinos. San Sebastián. 18-VI-2025. Te Deum en Re mayor de Marc-Antonie Charpentier. Coros Aita Donostia, Julián Barrenetxea, Kantaka y Urmaiz. Ana Ochoa (soprano), Lucía Gómez (alto), Iñigo Vilar (tenor), José Javier Etxeberria (barítono). Iñigo Ocón – Ibai Çabalette (trompetas), Iñaki Letamendia (timbales), Gerardo Rifón (órgano). Jabier Alberdi (director – maestro concertador).

Imagen de la Semana Musical Aita Donostia
Quien escuche el inicio de esta importante obra barroca, en formato de motete polifónico, compuesta entre 1688 y 1689 por el francés Marc Antonie Charpentier, de inmediato le brotará del magín el sonido que se escucha en la televisión al inicio y al final de ciertas retransmisiones, como la del Concierto de Año Nuevo en Viena.
Esta rotunda y marcial música como es el Te deum, redescubierta en 1953 por Carl de Nys, eminente musicólogo, cuyo orgánico es limitado para pocos instrumentos, coro y voces solistas, es la que ha abierto puerta a los veintiocho años de la Semana Musical Aita Donostia, como emotivo homenaje al capuchino que en vida fue José Antonio Zulaica de San Sebastián, conocido por Padre Donostia o en vascuence Aita Donostia, organista, compositor y conferenciante.
En el concierto que estas líneas valoran, Javier Alberdi ha acotado el número de voces solistas pasando de ocho a cuatro y el de instrumentos dando primacía al viento metal y a la percusión, manteniendo, como es de obligado cumplimiento, al instrumento madre cual es el órgano. Esa humildad en medios sonoros es que lo engrandece a la incontestable entrega -brillante y segura- de cuantos han participado en el evento.
Causa profunda admiración constatar cómo en este evento, con pleno acierto, tuvo su afán el joven trompetista Ibai Çabalette, quien a sus 10 años acometió con brillantez el complejo y duro terreno que Charpentier dispuso para este instrumento. Ante ello es totalmente lícito aferrarse a que no está todo perdido y que la Música es el perfecto alimento del alma y el sustento de la πολιs conforme enseñó Platón. Este infante bien merece ser dotado con una beca institucional para perfeccionar sus estudios en el instrumento angélico.
Brillante -no se esperaba menos- el inicio de la obra donde timbales, órgano y trompetas dejaron el marchamo de un cuajado hacer. En las once partes canoras en que se ennoblece esta obra hubo momentos de lustrosa calidad, cuales fueron: Pleni sunt coeli et terra donde los coros mostraron una cuidada pastosidad, el precioso dúo de soprano y alto Dignare, Domine, y el poderoso final In te, Domine, speravi con empastada entrega de todas las voces.
¡Así siempre da gusto!
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