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Luisa-Fernanda-TZ-2021Las críticas en la prensa a "Luisa Fernanda"
Por Publicado el: 15/02/2021Categorías: Diálogos de besugos

Críticas en la prensa a Siegfried en el Teatro Real

SIEGFRIED (R. WAGNER)

Aplauso unánime de la crítica ante el estreno de la segunda jornada de El Anillo de los Nibelungos de Wagner en el Teatro Real. Los críticos de los diarios nacionales, cuya opinión recogemos a continuación, elogian la valentía del Teatro a la hora de continuar con la temporada y la admirable gestión de sus recursos para levantar el telón en las mejores condiciones posibles.

La propuesta escénica de Carsen no ha convencido al público, «que priva de buena parte de los significados, de su proyección emocional», precisa Arturo Reverter. En el plano musical, las críticas ponen en relieve ciertas carencias de Pablo Heras-Casado – una lectura que aún no está del todo asentada, exceso de volumen en algunos pasajes y falta de claridad en al imbricación de planos motívicos -, así como la magistral contribución de la orquesta, «que hace un enorme derroche de facultades», destaca Luis Gago, y los cantantes.

Las opiniones de los críticos difieren a la hora de calificar la actuación del reparto, pero sí coinciden en el triunfo de Andreas Schager como Sigfrido, que ofreció «una interpretación memorable», en palabras de Alberto González Lapuente y la esforzada pero insuficiente interpretación Ricarda Merbeth como Brünnhilde, que «muestra idénticos problemas en la zona aguda y en el forte» que en La Valquiria, estrenada el año pasado en el Teatro Real, indica Luis Gago.

Hasta el 14 de marzo, el teatro ofrecerá 7 funciones más de Sigfrido.

Wagner: Siegfried. Andreas Schager, Andreas Conrad, Tomasz Konieczny, Martin Winkler, Jongmin Park, Okka von der Damerau, Ricarda Merbeth, Leonor Bonilla. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director de escena: Robert Carsen. Director musical: Pablo Heras-Casado. Madrid, Teatro Real, 13 de febrero de 2021.

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Siegfried. Plano general con la Orquesta Titular del Teatro Real

ABC 14/02/21

Sobrevivir con heroica dignidad

Cuando parecía que el Teatro Real ya lo había demostrado todo, aún sorprende al mundo dando un triple salto mortal para colocar sobre su escenario a ‘Siegfried’, obra de orquesta portentosa y de considerable duración. […] este ‘Siegfried’, que se estrenó anoche en el Real y que todavía incluye siete funciones, continúa la senda marcada hace dos temporadas cuando se inició la representación de ‘Der Ring des Nibelungen sobre la propuesta escénica diseñada por Robert Carsen y Patrick Kinmonth, estrenada hace unos catorce años en la Ópera de Colonia.

Lo que el Teatro Real está haciendo, más allá de sus razones económicas y estructurales, es transmitir la impresión de que en el plano artístico no hay fronteras si se toman las medidas adecuadas. Ante ‘Siegfried’, la principal adaptación ha sido la de la rearmar la orquesta en una ubicación que implica, además del foso. […] Con frecuencia se discute la validez de las puestas en escena, y esta dará que hablar según demostraron las muestras de desaprobación que anoche escuchó Carsen, pero apenas se comentan otros asuntos también importantes como la fidelidad al texto musical en relación con su proyección acústica […]

El director Pablo Heras-Casado disfruta mucho esos momentos que concentran el énfasis y apuntalan la estupenda continuidad con la que se aborda una versión musical muy sólida y coherente, bien construida […]. Fue, precisamente, el tercer acto, la prueba de fuego en la representación de anoche, desde la perspectiva orquestal y también vocal, al consolidar el triunfo indiscutible del protagonista, Andreas Schager. […] La voz grande, no especialmente atractiva, pero proyectada con una autoridad sorprendente convierte su actuación en memorable.

Es una pena que el dúo final con Brünnhilde le coloque al lado de Ricarda Merbeth, una cantante especialmente destemplada, con un vibrato incómodo y un punto chillona. Porque, hasta ese momento, la representación creció imparable. Tomasz Konieczny, el viandante, lo dejó claro al reservarse para el dúo con Erda: algo desigual en los registros y sin ese poso de autoridad que demanda el personaje, alcanza a ser un dios desafiante. Andreas Conrad dibuja y canta a Mime con enorme precisión y es una de las estrellas de un reparto especialmente sólido. Jongmin Park le da a Fafner profundidad; Okka von der Damerau canta con notable suficiencia el papel de Erda; Leonor Bonilla señala el candor del pájaro del bosque, y Martin Winkler acierta en la vocalidad de Alberich y no tanto en el perfil del personaje obligado por la discutible solución escénica de Carsen.

[…] La tercera jornadas se verá el próximo año, si es que las circunstancias todavía lo permiten, aunque sabiendo que se trata del Real es fácil prever que habrá una solución que distancie los riesgos, proponga posibilidades y calcule las consecuencias. Alberto González Lapuente

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El despertar de Brunhilda

EL PAÍS 14/02/21

Un intrépido contra la adversidad

Rebobinemos. Otra vez, al igual que hace un año. Entonces había que enlazar, en una pirueta temporal, el final de El oro del Rin con el comienzo de Die Walküre, que fue la última ópera en representarse en el Teatro Real antes del drástico apagón cultural y social del mes de marzo. Al final de la primera jornada no había ya rastro de los dioses instalados en el flamante Valhalla, donde los dejamos al final del prólogo hace ahora dos años, sino que asistimos al severo castigo impuesto por Wotan a su díscola hija Brünnhilde, condenada a dormir en lo alto de una roca rodeada de un fuego protector y disuasorio hasta que un hombre que no conociera el miedo acudiese a salvarla. Y es el héroe que da título a la segunda jornada que ahora se representa, Siegfried, quien, en la última escena del drama, obrará la proeza. Él, fruto de la unión incestuosa de dos hermanos (Siegmund y Sieglinde), acabará en brazos de una hermanastra de su madre: en el Anillo, todas las pasiones se solventan en casa.
Más que en las relaciones entre unos y otros personajes, o en las inequívocas resonancias políticas de la trama, Robert Carsen parece interesado en plantear lo que podría calificarse de una puesta en escena ecológicamente correcta. Ya los desechos que acogían a las hijas del Rin al comienzo de la tetralogía apuntaban a señal de advertencia de lo que nos aguarda de aquí a nada a los hijos del Antropoceno. El problema es que en Wagner se acumulan las capas de significado y no es recomendable ceñirse solo a una de ellas, por más que dejen imágenes poderosas y fáciles de recordar, como esa caravana desvencijada en que malviven Mime y Siegfried rodeados de porquería en medio de un no-bosque, cuyos árboles aparecen desmochados en el segundo acto y en el que hasta el pájaro que ilumina al héroe yace muerto en el suelo.
Wagner es siempre una carrera de fondo (componer el Anillo también lo fue para el alemán) y Pablo Heras-Casado inició esta tetralogía madrileña como un corredor novel. Está aprendiendo casi sobre la marcha, pero Wagner siempre pasa factura, aun a los veteranos. Hay en su lectura algunos defectos que se repiten. El más perjudicial, en una ópera angulosa como Siegfried, es que demasiados diseños rítmicos (sobre todo los que incorporan puntillos) suenan romos, borrosos, en vez de nítidos y afilados, y la confusión se acentúa aún más cuando Wagner superpone ritmos diferentes. También es frecuente que la orquesta suene con un exceso de volumen, pero con una notoria falta de densidad. El acto mejor dirigido fue el segundo, aunque también aquí asomaron pasajes grises, casi negros: el final de la escena de Fafner, el diálogo entre Mime y Alberich y el final del acto, resuelto dinámicamente a empellones. Y, en general, falta que todas las notas tengan un sentido y sirvan a un propósito: con demasiada frecuencia escuchamos más una lectura correcta de las notas (lo cual no es mérito pequeño) que una interpretación significante.
El director granadino tiene la suerte de contar con dos bazas que juegan a su favor y disimulan no poco sus carencias: una orquesta entregada y un reparto vocal curtido en mil batallas wagnerianas. La primera hace un enorme derroche de facultades, a pesar de haber tenido que exiliar a parte de sus instrumentistas a los palcos de platea, una solución que funciona sorprendentemente bien. Por lo que hace a los cantantes, Andreas Schager y Ricarda Merbeth fueron también Siegfried y Brünnhilde en el Anillo completo en versión de concierto que se ofreció el pasado mes de noviembre en la Ópera de París.
Y las impresiones que dejan ahora tenor y soprano son muy similares, aunque allí contaron con una dirección muchísimo más wagneriana de Philippe Jordan. El austríaco es un Siegfried pletórico, que sobrevive a todas y cada una de las inclementes exigencias wagnerianas con desparpajo y —seguro que solo aparente— facilidad. Disfruta dando vida al volsungo, se transmuta en él y se diría incluso que le ayuda a rejuvenecer. Ricarda Merbeth muestra idénticos problemas en la zona aguda y en el forte –donde la voz suena destemplada– que en Die Walküre. No obstante, se nota que conoce el lenguaje y el estilo, domina el personaje y sabe cómo cantarlo, pero la voz no siempre le acompaña.
A pesar de su breve intervención al comienzo del tercer acto, Okka von der Damerau, ella sí en su esplendor vocal, deja una extraordinaria impresión como Erda, un papel que ya había cantado en Múnich y Viena. Su escena queda en la memoria de lo mejor que se escuchó en el estreno, aunque no le andan muy a la zaga ni el Mime de Andreas Conrad ni el Alberich de Martin Winkler, ambos cantados con enormes dosis de intención y sabiduría wagneriana. Tomasz Konieczny estuvo mucho más entonado como el Viandante/Wotan que en Die Walküre, aunque es un cantante que tiende hacia la asepsia expresiva y el canto un tanto rocoso. Le faltó furia en el arranque del tercer acto, pero luego dio buena cuenta de su diálogo con Erda. En general, brilla más en el Wotan mayestático que en el contaminado de las pasiones humanas.
Tras el paréntesis que se antoja casi apacible de Norma, el Teatro Real volverá a ponerse a prueba en abril, y de qué manera, con Peter Grimes, cuyo omnipresente e irrenunciable coro (ausente en Siegfried) obligará a añadir una cabriola más a las acrobacias logísticas que están siendo necesarias para conseguir salvar todo lo salvable de la actual temporada. Las tres se representan o se ensayan simultáneamente en estos días. El gallardo e intrépido Siegfried parece un buen modelo de cómo proceder ante el peligro o la adversidad. ¿Quién dijo miedo? Luis Gago

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Andreas Conrad y Andreas Schager como Mime y Sigfrido

EL MUNDO 14/02/21

‘Sigfrido’, el cuento sigue siendo maravilloso

Sí, el cuento sigue siendo maravilloso gracias a la dirección de Pablo Heras-Casado y a la intensidad con que responde la orquesta, situada en el foso y desplegada ocupando las dos filas de palcos, a un lado y a otro del patio de butacas. El espectador se zambulle en la fantasía wagneriana, contada aquí atendiendo más al paladeo de sus bellezas que a la gravedad de una simbología más o menos filosófica. La tercera jornada del monumento titulado El anillo del nibelungo se inclina hacia el cuento maravilloso, uno de los tres estilos literarios que, junto al drama existencial y la saga germánica, Richard Wagner dramaturgo maneja con pericia como soporte de su apasionante historia.

Vence la fantasía de Heras-Casado y su excelente orquesta en la impresión del entregado espectador, aunque el montaje de Robert Carsen siga empeñado en insistir en despojar cada escena de cualquier toque mágico; un empeño apocalíptico que gracias a su pobreza no consigue degradar en exceso el vuelo poético del relato. La cueva de Mime resulta el rincón de un chatarrero, pero el bosque talado del segundo acto y la despejada llanura de la escena final permiten al buen reparto respirar convincentemente con sus personajes.

No parece que Carsen se haya ocupado mucho de dirigirlos como actores, pero reconocemos a cada uno con precisión. Andreas Conrad es el Mime clásico, nervioso y mezquino, aunque su trato con Sigfrido carece a menudo de tensión. Martin Winkler es el taimado Alberico, Jongmin Park el tierno dragón feroz, y Leonor Bonilla un pájaro del bosque tan seductor que no es extraño que encandile al despistado mocetón que no conoce el miedo. El Viandante de Tomasz Konieczny, aquí más caballero displicente que dios ultrajado, no deja de ser inquietante y ominoso. Damerau resulta un Erda en exceso matronil y doméstica. Al sólido Sigfrido de Andreas Schager le falta tal vez algo de impulso juvenil, frente a la impecable Brunilda de Ricarda Merbeth.

El Teatro Real ha perfeccionado la prudencia exigida por la plaga y ha encontrado en el público merecida y agradecida respuesta. Sin duda por causa de la longitud y de la fatiga inherente a la imprescindible mascarilla el segundo descanso se aprovechó para algunas deserciones. Tras las cinco horas se aclamó a la orquesta con su director, se aplaudió a todos los intérpretes y no dejó de abuchearse a los responsables del montaje que comparecieron. Pero a quien le interese Sigfrido encontrará aquí las delicias del cuento maravilloso. Álvaro del Amo

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Okka von der Damerau como Erda Siegfried Teatro Real

LA RAZÓN 14/02/21

«Siegfried»: Naturaleza ausente

Por fin aparece el héroe, el elegido, el forjador de la Espada, el hijo de la naturaleza. Un aspecto que Wagner cuidó mucho en esta especie de alegoría. Hay que descubrirse ante el trabajo tímbrico sobre base armónica e instrumental, que consigue esplendentes y maravillosas texturas orquestales, de un riquísimo colorido. Y ahí es creemos que por donde cojea un tanto la dirección musical de Pablo Heras-Casado, que si bien consigue exponer con claridad la mayoría de los “leitmotiven” y sus continuas combinaciones, imbricaciones y superposiciones, se encuentra con pasajes no siempre adecuadamente rematados, así el esencial del despertar de Brünnhilde rodeado por los motivos de la Invocación al sol, a la luz, al día. En este caso las esplendentes figuraciones de las cuerdas quedaron sepultadas.

En todo caso, el maestro granadino mantuvo el pulso y sostuvo sin pestañear, sin evitar una cierta rudeza, el complejo entramado rítmico, de tal manera que todo discurrió con el debido orden. En el que entraron con solvencia y entrega la mayoría de los cantantes, sobre todo un sólido y contundente Andreas Schager, un tenor lírico-“spinto”, con ribetes de heroico que no tuvo ni un fallo, más allá de un par de flemas. El timbre no es bello, pero la voz corre y funciona en el agudo mejor que bien. Wotan fue de nuevo Tomasz Konieczny, de voz desigual y un tanto nasal y metálica. Estuvo al menos decoroso, sin el empaque necesario. Bien el Mime de Andreas Conrad, un buen caricato, flexible y decidor, muy exagerado por mor de la concepción escénica.

Aún más histriónico y apayasado –y borracho- el Alberich de Martin Winkler, de voz tonante y fácil falto de oscuridad dramática. Aceptable el Fafner de Jongmin Park, robusto y penumbroso, aunque de emisión “cupa”. Bien, sin más, demasiado clara, la Erda de Von Damerau, convertida aquí en asistenta de Wotan. Leonor Bonilla fue un Pájaro del bosque demasiado frágil y tembloroso. No pareció encontrarse a gusto. Ricarda Merbeth, que no es propiamente una soprano dramática, fue una Brünnhilde esforzada, de agudo destemplado y gritón. En momentos en los que el foso funcionó estupendamente.

El montaje de la Ópera de Colonia se refugia en lo feo, oscuro y menesteroso, a ras de tierra, lo que nos priva de buena parte de los significados, de su proyección emocional. Carsen deja de lado algunos de los valores que hasta hace poco venían defendiéndose y que ponían el acento sobre todo en la toma de consciencia de un personaje, del hombre nuevo, la criatura bella y vigorosa que tendrá como misión reconquistar el oro. Salvamos el primer acto, en un paraje desolado, el típico situado al lado de un colector. Lo menos convincente es el segundo, que recoge un panorama de árboles tronchados en un secarral. Lo menos indicado pera reflejar la presencia de una naturaleza en la que ha de embeberse y conocerse el héroe. Fafner es una excavadora. Toda esa escena de aprendizaje queda así borrosa. La inocencia de Siegfried solamente se adivina. El tercer acto es una desangelada explanada en la que yace la heroína rodeada de las armas de los héroes muertos. Triunfo final excepto para la escena. Arturo Reverter

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