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De juventud a madurez
Por Publicado el: 05/10/2005Categorías: Crítica

Cuando Gioconda es Corella

Apertura de temporada en el Liceo
Cuando Gioconda es Corella
“La Gioconda” de Ponchielli. D.Voight, E.Fiorillo, C.Colombara, E.Podlés, R.Margison, C.Guelfi, etc. A.Corella y L.Giuliani, principales bailarines. G.Iancu, coreografía. S.Rossi, iluminación. P.L.Pizzi, escenografía,vestuario y dirección de escena. D.Callegari, dirección musical. Teatro del Liceo. Barcelona, 4 de octubre.
“La Gioconda” no es obra que figure hoy en el repertorio. Han pasado bastantes años desde que quien firma la escuchase por última vez, pero de ella posee grandes recuerdos de los que citaré sólo dos, precisamente por venir del propio Liceo: año 1971 con Gulín, Bergonzi y Colzani y año 1974 con Bumbrey, Labó y Colzani. Ambas fueron funciones inolvidables. Sucede que, en las óperas de repertorio, se va acostumbrando el oído a los nuevos modos de interpretar que se producen al paso del tiempo pero, en casos como “Gioconda”, uno aún tiene en la cabeza cómo se cantaban antes y, desde luego, era de forma bien diferente. Tanto Mozart y barroco han hecho perder el estilo de la gran ópera italiana. Posiblemente ahí esté una de las claves de por qué el público protesta hoy muchos de estos títulos.
Es lo que sucede en la muy aplaudida función del Liceo, que con buen criterio rescata una ópera emblemática en su historia con los mejores elementos que pueden reunirse hoy. Daniele Callegari no acierta en su lenguaje y ello se traslada a los cantantes, exceptuando a la mezo Elisabetta Fiorillo, que sí sabe de qué va el asunto. Prueba obvia de que algo falla es que las máximas ovaciones las recibió el bailarín Ángel Corella tras su muy espectacular actuación. Eso no habría sucedido nunca con Gulín, Bumbry o Bergonzi en el escenario. Otros tiempos, quizá irrecuperables, y de inútil lamentación. A Deborah Voight, que posee una espléndida voz y ha adelgazado lo increíble, le falta bastante para entrar en Gioconda, de ahí que no emocione. Aunque sea verismo hay que cantar más que gritar y también frasear con intención. Richard Margison defendió mejor el “Cielo e mar” que el resto de su parte, con momentos en que se tragaba la voz. El Barnaba de Carlo Guelfi no levanta el vuelo, aunque este barítono se encuentre aquí mejor que en los Verdis del Real. ¡Y nos quejábamos hace años de Colzani! Ewa Podlés resulta un lujo como La Ciega, mientras que a Carlo Colombara le falta peso vocal para Alvise. Elisabetta Fiorillo fue la gran triunfadora tras Corella y con razón. Dio gusto escuchar “Stella del marinar” y sus dúos con tenor y soprano en el estilo justo y con la voz precisa.
Obras como “La Gioconda” son poco susceptibles a “herejías” escénicas. Hay que conservar su escenario tradicional veneciano y, al mismo tiempo, dotarlas de un aire moderno. Lo logra plenamente Pier Luigi Pizzi en esta coproducción entre Barcelona, Verona y Madrid. Refinada, elegante, sin apenas más elementos que los puentes, góndolas y canales venecianos vistos desde un prisma casi de “diseño” se completa con un vestuario en el que contrasta el rojo con toda la gama de grises. Visualmente de gran belleza. Más dudoso es el trabajo actoral, sin brillo especial y con algunos deslices y fallos. ¿Cómo puede cantar el tenor que Laura yace envuelta en velos blancos y aparecer toda en negro? El dúo final, con Gioconda y Barnaba a distancia y sin mirarse, resulta muy poco teatral, máxime al cerrar la representación.
Un bello espectáculo para una gran ópera de “las de antes” servida vocalmente como hoy mejor puede hacerse y musicalmente un punto fuera de estilo. Gonzalo ALONSO

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