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Por Publicado el: 18/07/2007Categorías: Artículos de Beckmesser

El Real, el Liceo y el Palau de les Arts

El Real, el Liceo y el Palau de les Arts

El artículo de Gonzalo Alonso titulado «Final de liga» ha dado en la diana, pero ha incomodado a algunos. A ellos les dedico esta especie de resumen de prensa que viene a completar la opinión que se reflejaba en aquel artículo publicado en El Cultural y en Beckmesser.com. A las líneas siguientes hay que añadir la carta firmada por algunos abonados y patrocinadores del Real, publicada en ABC, EL Mundo y El País.
De todo lo adjunto se deduce la consideración de “elitista” y “propia de un festival” que merece la programación del Real para el año próximo, así como la competencia creciente que supone Valencia para Madrid y Barcelona.

Opera Actual:
El Palau de les Arts se consolida
Muchas eran las dudas planteadas en el mundo operístico español sobre el arranque y consolidación del más moderno y espectacular coliseo español: el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. La verdad es que el éxito ha sido la tónica de la temporada inaugural por la excelencia artística, la singularidad y espectacularidad del edificio y la calidad de la Orquesta de la Comunitat Valenciana. También ha habido algunos problemas que deberían corregirse en cuanto a visibilidad, el sistema de venta, ciertos retrasos en los pagos o el accidente en el escenario que limitó las producciones. La intendente, Helga Schmidt, ha demostrado una enorme capacidad al conseguir aunar a dos de las mejores batutas internacionales en el proyecto y presentar una primera temporada con éxitos de la talla del Fidelio inaugural –que ha sido laureado doblemente en los Premios Líricos Campoamor– y el arranque de la espectacular Tetralogía de La Fura dels Baus.
Hay que destacar, además de la calidad de los directores de orquesta reclutados y los prestigiosos directores de escena que han presentado estrenos, como Pierluigi Pier’ Alli, Jonathan Miller o los españoles Carlos Padrissa (La Fura) en la Tetralogía, Lluís Pasqual en Simon Boccanegra y Emilio Sagi en La Bruja. Los repartos vocales fueron de primer nivel en casi toda esta temporada inaugural, a pesar de esa muy floja Bohème, nivel que no se alcanzará en esta nueva temporada en la cual, al parecer, se han aumentado el número de funciones en detrimento de la calidad de algunos artistas.
El público era otra de las incógnitas más importantes: felizmente su gran número ha sido también uno de los mayores éxitos, ya sea por la rapidísima venta de abonos como por la de entradas sueltas. No es de extrañar que se hayan aumentado las funciones en el nuevo curso, llegando incluso a las siete en la Carmen inaugural, alcanzando un total superior a las 50 representaciones, cifra que, según Helga Schmidt, seguirá aumentando en el futuro con la vista puesta en la oferta del Gran Teatre del Liceu y del Teatro Real.
La financiación del coliseo valenciano sigue siendo su verdadero talón de Aquiles; de momento se aumentarán los ingresos por taquilla con más funciones y con la subida de hasta un diez por ciento del precio de las entradas. Además se siguen incrementando los ingresos por mecenazgo, apartado que en 2006-07 superó los cuatro millones de euros. El presupuesto de la segunda temporada alcanza los 44 milllones de euros (frente a los 57 del Liceu y los 50 del Real). En el campo de la gestión económica, han sido muchas las quejas recibidas a lo largo de la temporada, especialmente de artistas debido a los retrasos en el cobro de sus honorarios o por recortes de última hora en los mismos, situación que ha supuesto incluso alguna renuncia. Esperemos que la dirección del teatro consiga cuadrar los presupuestos y resolver dichos problemas de liquidez que brindan una imagen contraria a la ambición del proyecto.
La futura temporada 2007-08 contará con once títulos, cuatro de ellos en nuevas producciones, mientras que el resto provienen de compañías de la talla de la Opéra de Paris, Covent Garden, Scala de Milán, Maggio Musicale o Glyndebourne. Las óperas de tema español –una constante en el proyecto de la intendente– serán la Carmen inaugural –encargada al cineasta Carlos Saura–, que cuenta con un reparto que se anuncia como sorpresa y en el que destaca Carlos Álvarez como Escamillo; el Don Carlos propuesto por Graham Vick con un elenco internacional de relumbrón; Le nozze di Figaro con escena de Jonathan Miller y un elenco joven pero de calidad contrastada, y la zarzuela La corte de Faraón, con un reparto todavía por determinar.
El resto de la oferta operística la completan el estreno en España de 1984, de Lorin Maazel (Covent Garden, 2005), con un reparto bastante similar al de su estreno londinense y el musical La belle et la bête, de Philip Glass (1994), espectáculo que no se pudo representar en la primera temporada debido al citado accidente ocurrido en el escenario. De las óperas de repertorio destaca la Butterfly (Teatro alla Scala, con Cristina Gallardo-Domás) y además un título barroco, Orlando de Händel (Covent Garden, con Bejun Mehta) y finalmente la primera incursión en el repertorio ruso, Esponsales en el monasterio de Prokofiev (Glyndebourne), con Dimitri Jurovski en el podio.
Finalmente, destacar el arranque definitivo del Festival del Mediterráneo que dirigirá Zubin Mehta y que contará con una nueva producción de Turandot a cargo de Chen Kaige y un excelente reparto y el Siegfried, en la continuación de la Tetralogía de La Fura.
Pero ¿qué es una ópera?
Por irnos a la defición de lo que es una ópera más elemental y alejada de los diccionarios más al uso y menos especializados –el de María Moliner, por ejemplo– se nos dice: “Obra dramática cantada, con acompañamiento orquestal y de considerable extensión, perteneciente a la tradición musical culta”. Pero tampoco es necesario irse a buscar en manuales o diccionarios para, a estas alturas, poder definir qué ha de ser la ópera y los elementos que la componen. Prescindiendo de la eterna discusión sobre si prima la musica e poi le parole, parece evidente que se requiere de un texto dramático con sentido teatral sobre el que poder escribir una música inspirada en ese texto y que ambos discursos, el teatral y el musical, discurran de tal manera que presenten al auditorio y al espectador un programa dramático y musical que le comunique directamente algo de forma que durante el espectáculo y al final del mismo el espectador se lleve la impresión de que libretista y compositor, acompañados de cantantes, orquesta, coros, director de orquesta y escena, etc., han colaborado juntos para trasmitirle un mensaje del tipo que sea, pero que lo lleva consigo, y sobre el que puede emitir un juicio valorativo inmediato y establecer conexiones con sus referentes culturales más cercanos o lejanos sin necesidad de matarse el cerebro o recurrir a elucubraciones abstrusas o requerimientos psicoanalíticos, por no decir, a algunos analgésiscos de gran potencia. O si no, al encogimiento de hombros y al breve pensamiento: “No entiendo nada, debo haberme vuelto tonto”.
Valga todo este largo exordio para explicar un poco lo ocurrido con el estreno del espectáculo –que no ópera– El viaje a Simorgh de Sánchez Verdú. Ya sé que se me puede techar de retrógrado. No es mi problema. Aquello no es una ópera, en absoluto. No había un texto dramático, una historia que se desarrollara ante el público ni que fuera medianamente comprensible. Tampoco había una música cantable (lástima de unos magníficos cantantes desaprovechados para balbucear). Por supuesto no existía melodía alguna sin la cual, por mucho que se empeñen algunos compositores actuales, que no todos, no es posible escribir una partitura coherente para voz y medianamente reconocible. Desaprovechados, por no decir malgastados unos fabulosos medios, digámoslo, públicos, en una producción extraordinariamente bien hecha pero ridícula por inane. ¡Cuánto esfuerzo inútil por parte de todos! ¿Cuánto costó? No quiero hablar de lo que se rumorea porque no me gustan los rumores, pero se habla de que hasta el compositor cobró de taquilla… Esperemos que no fuera cierto. Una ópera que indignó a unos espectadores que la tuvieron que ver porque estaba en abono.
No, esto no debe ser así. Apostar por la creación es muy importante, pero tendrá que haber un comité que juzgue previamente la calidad de la obra en la que se va a invertir una cantidad tan importante de dinero público, primero, y luego presentarla en el foro adecuado, por ejemplo, en el Festival de Alicante. Desde ahí, si se demuestra su calidad, puede llegar al Real o a donde sea. Por otra parte, el esfuerzo carece de sentido y poco se ha creído en la obra si no se ha grabado para su permanencia futura, porque del escenario pasará al cajón del olvido como suele ocurrir en estos casos. Lamentable. Francisco García Rosado
Cartas al Director
Abuchea, que algo queda
Que el público influye ahora poco en las decisiones de quienes programan las temporadas de ópera es una verdad a medias. Es cierto que a los espectadores, abonados o no, de un teatro de ópera no se les consulta nunca en lo relativo a sus preferencias –¿cuándo se ha hecho una encuesta preguntándole al aficionado qué títulos o qué cantantes encuentra a faltar en la programación?– pero también lo es que el efecto taquilla sobre cada uno de los títulos programados orienta de hecho a los responsables de preparar los ciclos sucesivos. ¿Y las muestras de desagrado? Pues yo diría que tienen un efecto fulminante si se trata de cantantes: una protesta hacia determinado artista, aunque sea muy minoritaria, le deja con el plomo en el ala frente a la dirección del teatro. En el caso de los registas no parece ocurrir otro tanto, pues ahí sí que se pone énfasis, y los críticos que sacaron punta a la bronca contra el tenor son los primeros en hacerlo, en que las protestas son sólo obra de un pequeño sector (al que, si conviene, se le tilda de cavernícola para que no vuelva a hacerlo) y no reflejan el sentir de la mayoría. ¿Reflejaba el sentir de la mayoría del público el siseo o protesta claramente audible de dos o tres personas –raramente son más– cuando de cargarse a un cantante se trata? Ahí queda la pregunta para quienes quieran contestarla. * Alberto IDÍGORAS, Madrid
Todo el año es festival
La divulgación del contenido de la próxima temporada del Teatro Real le sugiere al aficionado medio, según he tenido ocasión de comprobar a través de amigos y conocidos, una pregunta muy concreta: ¿Y el repertorio, dónde está? Una temporada sin Verdi, sin Puccini, sin Richard Strauss, sin belcantistas como Bellini y Donizetti, por no hablar de los que el Real nunca ha programado en su última etapa, parece algo deliberadamente elitista, como suelen serlo los Festivales en general. Versiones dobles, caramelos barrocos, variaciones sobre el mismo tema, repertorio del siglo XX –no del popular, sino de ése que sólo gusta a los entendidos y a los que aspiran a parecerlo–, mucha ópera en concierto… Y poca chicha para el pobre mileurista que se mata a trabajar para pagarse un abono y se encuentra con eso. ¿Ópera española o zarzuela? ¡Quite usted allá! Consuélese con Il burbero di buon cuore, que aunque parezca italiana es de Martín y Soler. * Matías RUIZ INGELMO, Madrid
ABC:
Abonados y patrocinadores cuestionan las puestas en escena del Teatro Real
ABC. S.Gaviña. 11/07/2007
S. G.
MADRID. El estreno, hace un par de meses, de la ópera «El viaje de Simorgh», del compositor José María Sánchez-Verdú, levantó en el Teatro Real ampollas entre los abonados y los patrocinadores, que no vieron con buenos ojos la puesta en escena realizada por el artista plástico Frederic Amat. Algo de lo que se hizo eco ABC cuando se iniciaron los ensayos.
Al parecer este montaje ha sido la gota que ha desbordado un vaso de preocupaciones, y que ahora se ha materializado en una carta de denuncia, firmada por más de cincuenta personas (Carlos Frühbeck, María Victoria Abelló, Josefina Halffter, Alfredo Prado y Giuiliana Arioli, entre otros) y dirigida a todos los patrocinadores y benefactores, además de algunos medios de comunicación, justo en el momento que se están negociando en el teatro madrileño la renovación de los convenios de la próxima temporada, y cuyo monto supone una parte importante del presupuesto de la Fundación Teatro Lírico (el 50 por ciento es público y el otro 50 es privado).
En la misiva, con fecha 5 de julio, los firmantes manifiestan «la preocupación e indignación que numerosos abonados y aficionados compartimos», provocada por «la cultura del todo vale, donde el principio de libertad de expresión pretende dar cobertura a cualquier manifestación», continúa la carta. Algo que no es exclusivo de nuestro país sino que «ha irrumpido a nivel mundial», pero que en su opinión se ha extendido «a algunas representaciones del Teatro Real».
Se refieren a dos de los montajes presentados durante esta temporada: «Wozzeck» y «El viaje a Simorgh». Sobre el primero, firmado por Calixto Bieito, afirman que «denigra de forma explícita a la mujer mediante la doble violación de su supuesto cadáver», y se «insulta a la dignidad humana» mediante la retirada, en fase de ahogo terminal, de la mascarilla que da vida a un niño, ayudándole a morir… Del segundo, y más reciente, destacan «la pornografía que «orienta al progreso» la sensibilidad del público, con sexo explícito entre dos hombres». También se refieren a la «degradación y ridiculización de forma vil e inaceptable de algunos personajes de la Iglesia». Lo que constituye, en opinión de los firmantes, «una clara lesión a los derechos y valores humanos que todos debemos preservar». A continuación, solicitan a todos los patrocinadores y benefectactores que «exijan» a la dirección del Real información completa sobre las representaciones para evitar a los abonados y aficionados «inserciones imprevistas que no enriquecen sino degradan la calidad de las obras y dejan en entredicho el buen nombre de su empresa».
ABC se ha puesto en contacto con algunas de las personas que han suscrito esta carta. Giuliana Arioli, abonada del Real desde 1997 y amiga de numerosos patrocinadores, confirmaba ayer que muchos de ellos «están indignados por la programación de algunas óperas y la dirección de escena de otras. Y hay motivos más que suficientes para escadalizarse», asegura. Otro de los firmantes, también abonado de la temporada y que ha preferido guardar el anonimato, redunda en los mismos argumentos y critica que con óperas «inconmensurables» se realicen «barbaridades en escena. Es una blasfemia lo que se hace con Mozart». Y se muestra partidario de acercar a los jóvenes al teatro «mostrándole las obras como son». Lecturas que sí se justifican en las obras de nueva creación. El firmante reconoce que el principal motivo de la carta es animar a los patrocinadores a invertir su dinero «en montajes que tengan un nivel». Y subraya que en otros países, como Estados Unidos, se cuenta con el criterio de los patrocinadores «pues los teatros no tienen subvenciones estatales».
Herir sensibilidades
A su vez, ABC ha podido hablar con uno de los patrocinadores del Real, que también se mostraba descontento y aseguraba que este tipo de montajes «están muy bien para los teatros privados, pero no los públicos. No puedes obligar a los abonados y patrocinadores, que tienen invitados a sus palcos, a ver estos espectáculos porque puedes herir muchas sensibilidades». Y confiesa cómo algunas personas han rechazado la invitación por no gustarles la propuesta.
La misma fuente indica que el propio teatro es consciente del efecto de algunas producciones. «Sienten cierta preocupación porque en «El viaje a Simorgh» nos llamaron del departamento de Patrocinio avisándonos de que iba a dar mucho que hablar». Hay partidarios de que este tipo de espectáculos se programen «fuera de abono».
Un portavoz del Teatro Real aseguraba ayer a este periódico -que no pudo hablar con el director general por encontrarse de viaje-, que hasta este momento «se han dado de baja tres patrocinadores, y se han incorporado seis nuevos, dos de ellos particulares»

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