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Por Publicado el: 20/06/2015Categorías: En la prensa

Entrevista con Antonio Moral

Antonio Moral /Director del Centro Nacional de Difusión de la Múscia

‹‹Me considero un provocador››

El Auditorio Nacional, que dirige, acogerá mañana las seis sinfonías de Chaikovski por el Día de la Música.

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Primero, se pierde. Segundo,llegaa ca­rreando un cuadro «de Chaikovski de mi abuela» (en realidad son los palos de la baraja de naipes española en abanico y enmarcados, regalo del bar El Coco, en su pueblo de nacimiento por ser el mejor jugador de mus, «el rey de oros»). Tercero, revoluciona el atrezzo que había preparado Álex, el fotógrafo. Todo patas arriba. «Menuda dirección de escena he hecho».Impetuoso, fuerte, dinámico, imposible de frenar y vital hasta la médula, Antonio Moral, nacido en Puebla de Almenara (Cuenca) en 1956, dirige desde 2011 el Centro Nacional de Difusión de la Música y el sábado celebra por todo lo alto el Día de la Música. Un «non stop» de trece horas ininterrumpidas, de 11 de la mañana a una de la madrugada. ¿Que cómo acabará la fiesta? Con fuegos artificiales. Bromas y guasa aparte, que la tiene (pregúntenle por ese gesto suyo -famoso ya-en la presentación de la tem­porada 2015-2016 que han copiado hasta los hermanos Roca, sí), dice verdades como puños.

-Véndanos el Día de la Música ¿Por qué no podemos dejar de ir al Auditorio Nacional?

-Porque ahí va a estar la fiesta Yo vendo el lote completo porque o es así, o no lo vendo. Hay de todo, que cada uno escoja lo que le apetezca

-¿Por qué se celebra cada dos años?

-Está claro, para no acostumbrar mal a la gente. Asilo cogen con más ganas.

-Existe una idea equivocada del Audito­rio como un lugar estirado, encorsetado quizá. ¿Qué se van a encontrar al entrar?

-Un ambiente festivo no habitual, la música con la que todos, y yo me incluyo, hemos aprendido a amarla. Y convertir un día estupendo, un sábado, en un punto de encuentro para celebrar el solsticio de ve­rano. Es una manera de dar la bienvenida a un medio de expresión al que somos más receptivos los humanos y que está presente en todos los lugares en los que hacemos la vida.

-El nivel de las orquestas que participan no es moco de pavo.

-Claro que no. Tenemos a la Joven Or­questa, a la Nacional de España y a la Sinfónica de RTVE, además de a la Escuela Reina Sofía con varios programas de cámara

-Y a Juanjo Mena.

-Que es uno de nuestros directores más internacionales y que está encantado con esta maratón. ¡Cómo lo disfruta!

-Lo suyo es ponerse retos: hace dos años, López Cobos con las nueve sinfonías de Beethoven; este año, Mena con las seis de Chaikovski.

-Hay que reivindicar la música para que los jóvenes se acerquen a ella. Y vaya si lo hacen.

-¿Es entonces un cuento chino ese ale­jamiento entre los pantalones vaqueros y la clásica?

-Un cuento chino como una casa. Hemos hecho una encuesta entre los asistentes a nuestros conciertos con 780 partici­pantes y los resultados que arroja son muy interesantes: un 38,4% es menor de 45 años (con un 8,2% con menos de 30 años), además, el 63,8% tiene estudios superiores y el 24,1 es diplomado, o sea, que el 87,9% posee estudios universita­rios, con lo que echa por tierra la teoría de que no interesa y de que se va a acabar. No es cierto para nada.

-Me deja helada, en el buen sentido, claro está, con esos resultados.

-Los jóvenes están hartos de las fórmu­las tradicionales y buscan novedades. Cuando se las proporcionas responden y llenan las salas.

-El Bach vermut, por ejemplo, de los sábados.

-Ahí está. Es un ejemplo claro de cómo con un instrumento nada popular como el órgano colgamos el «no hay billetes». Los organistas que han tocado han alu­cinado, no se lo explican, incluso ha sido motivo de estudio en un reciente Congreso de Organistas en París. ¡Es que estamos hablando del órgano! El organista es el antidivo y tiene un caché que cuesta creer en estos tiempos.

-Vamos, que les quieren copiar el modelo.

-El modelo está ahí. Es cuestión de ponerlo en práctica. Que lo copie quien quiera.

-¿Está obsoleto, entonces, el cliché?

.-Claro, pero no la música. Ni ahora ni antes, desde la gregoriana hasta AC/DC, que han llenado en Madrid.Yo no distingo entre clásica, pop, rock, sino entre buena y mala. Hay demasiado desconocimiento y falta de imaginación para abo­nar un terreno en el que la gente se encuentre a gusto.

¿Se han quedado anticuados los programadores?

-Unos sí; otros son bastante imaginativos y receptivos a las necesidades y los cambios. Como decían en «La verbena de la Paloma», y fíjate de cuándo te hablo, «los tiempos adelantan que es una barbaridad». Lo mismo podríamos decir hoy.

-¿Tiene la sensación de adelan­tarse a los demás?

-No. Tengo la de vivir el tiempo que me toca, ni un paso adelante ni uno atrás. Y desde ahí es desde donde intento reflexionar, probar, buscar y provocar al público en sentido positivo para que res­ponda.

-¿Es usted un provocador nato?

-Soy un provocador en el sentido positivo de intentar abrir nuevas vías para que la gente pueda transitar por ellas y después analizar los resultados a posteriori, tanto en los aciertos como en los fracasos.

-¿Cuál debe ser la actitud para entrar en una sala de conciertos? Vivimos a la carrera…

-Quitemos ese punto de seriedad y solem­nidad y vivámosla de manera festiva. La clave es pasarlo bien escuchando buena música. El concierto hoy se ve como un acto casi religioso y solemne y de eso es de lo que tenemos que huir. Disfrutémoslo sin añadirle más estrés, que ya tenemos bastante con nuestro día a día.

-¿Le gusta hablar con el público?

-Por supuesto. Me transmite muchas sensaciones y me proporciona claves. Me interesa su opinión. Hay que programar para el público, no para poner en práctica nuestros gustos, con el objetivo de hacer un proyecto popular, que no populista, de amplio espectro, como los antibióticos. El público es quien decide, y el programador, reflexiona.

-¿Qué es para usted el mus?

-Una de mis pasiones, junto con Schu­bert, la buena comida y Chaikosvki. Yo me planteo la programación musical como una partida de mus: tienes que echar muchos órdagos y que los acepten para poder llevar a buen puerto las cosas. Es una psicología aplicable a la vida.

G. Pajares, La Razón, 19.06.2015

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