Festivales en horas bajas
Salzburgo, en horas bajas
Salzburgo fue -¿lo sigue siendo aún?- el “rey de los festivales musicales”. El resultado de la presente edición será fundamental para su futuro en el ranking ya que se inaugura una nueva etapa. El cineasta Jurgen Flimm accedió a su dirección a finales del año pasado y este es su debut, aunque buena parte de la programación haya podido ser heredada de su antecesor Peter Ruzicka, quien estuvo al frente de la manifestación desde 2001.
El Festival de Salzburgo perdió definitivamente el rumbo a la muerte de Karajan, en 1989, aunque de hecho las primeras vías de agua se habían abierto en vida del dios salzburgués. El glamour que caracterizó la era Karajan se desvaneció con su sucesor Gerard Mortier. Su llegada a Salzburgo, en 1991, estuvo inmediatamente marcada por la discusión, desde el momento en que intentó apartarse de la filosofía Karajan y cerrar cualquier vínculo con el pasado. Mortier se decantó por una programación opuesta. Arrinconó obras allí tan clásicas como ese “Caballero de la rosa” -que él calificó de “cursilada” y “almibar”- y nutrió los Festspielhauses de obras más modernas y puestas en escena rompedoras, encargadas a gente joven (Wilson, Mussbach, Sellars, Neufels, Marthaler, Fura dels Baus… ). El público, que mayoritariamente estaba formado por millonarios que deseaban los espectáculos casi hollywoodienses de Karajan, empezó a retraerse y con ello llegaron las pérdidas a los restaurantes y comercios de la ciudad del Salzach. Estos protestaron ante las instituciones que financian el festival y Mortier tuvo que templar ánimos y combinar sus ideas renovadoras, que por otro lado bien precisaba el certamen, con las que inspiraron el pasado reciente. Figuras como Jessye Norman o Luciano Pavarotti, de quienes había afirmado que eran demasiado “grandes” para su festival y que no cabían por sus puertas, vieron como de la noche a la mañana éstas se volvían a ensanchar. Con todo, los resentimientos no se olvidaron y tanto ellos como muchos otros, Plácido Domingo incluido, no dudaron en lanzar dardos en cuanto podían. Para colmo, Mortier se enemistó también con quienes, como Harnoncourt o Peter Stein hasta entonces habían sido grandes colaboradores e incluso con la mítica Filarmónica de Viena, alma del festival de festivales, a quien amenazó con castigar y alejar de los fosos. Se creó un nuevo público mientras que el tradicional se refugiaba en el Festival de Abbado y ahora de Rattle en Pascua y cualquiera podía encontrar entradas para los espectáculos apenas minutos antes de éstos, lo que en otros tiempos hubiera sido impensable. Empezó con ansias renovadoras en todos los órdenes, pero en apenas cuatro años se desinflaron ante la dura constatación de los hechos. Así, el repertorio regresó mayoritariamente en la ópera a lo popular a lo tradicional: “Traviata”, “Bodas de Fígaro” o el citado “Caballero de la Rosa”, su máxima claudicación. La realidad es la realidad. Pero es que además “sus estrenos” casi se redujeron a representar obras ya conocidas en otros lugares. “Edipo Rey”, “Erwartung”, “The Rake’s Progress”, etcétera. En la época de Karajan había encargos y aún se recuerda “La máscara negra”, por poner un ejemplo.
En pleno inicio del festival del 2000, Mortier mantuvo una polémica con el entonces presidente de Austria, Thomas Klestil, a cuenta de las ideas que debían inspirar un evento como el salzburgués. El político opinaba que debía estar presidido por “el estilo y el buen gusto” y que “las naciones han de reconocerse en lo más noble, y no en lo más trivial, que tienen en común, lo que Mortier calificó como “una defensa de la hipocresía en el arte”. El enfrentamiento fue muy comentado en la prensa austríaca y muchos acusaron a Mortier de querer hacer política desde el festival. De todo ello tomó nota la presidenta del Festival, Helga Rabi-Stadler, para colmo mujer del redactor-jefe del diario vienés “Kurier”, enfrentado con Mortier casi hasta en los tribunales. De otro lado la relación entre la organización y el ayuntamiento tampoco fue nunca fluida. Por todo ello, y de común acuerdo, se decidió dar por terminada a finales de 2001 la era Mortier y se nombró como su sucesor a Peter Ruzicka, hasta entonces director de la “Bienal” de Munich.
En Salzburgo no se ha logrado compatibilizar la tradición con la modernidad dentro de un equilibrio presupuestario. No hay fondos para mantener su pasada grandeza y el festival, dentro de su actual filosofía, deja de tener sentido sin un nivel excepcional. La era Mortier se acabó no sólo por sus enfrentamientos con los políticos de la región, sino también porque culturalmente su ciclo había concluido. La etapa de Ruzicka finalizó el pasado verano con su más ambicioso proyecto: celebrar el año Mozart representando sus veintidós óperas. El resultado fue muy desigual, alternándose las nuevas puestas en escena, revisiones y reposiciones. “El rapto en el serrallo” y “Don Giovanni” originaron muchas protestas y las óperas de juventud o menos populares como “Ascanio en Alba” padecieron puestas en escena de pobreza impropia del lugar. Con Mortier se cumplió el refrán de “otros llegarán que bueno te harán”. Jürgen Flimm, hombre experimentado en teatro, cine e incluso ópera, tiene una difícil tarea por delante. ¿Por dónde ir? Ya no hay los grandes divos de la época Karajan, la filosofía Mortier se demostró poco apta para Salzburgo, con muchas localidades sin vender, y Ruzicka no fue más que un paréntesis lleno de soberbias personales y excesivas ganas de desplumar al potentado público con precios exagerados para lo que se ofrecía, aunque quede en los anales la acertadísima “Traviata” de 2005 con Decaer, Rizzi, Netrebko y Villazón.
… Y un pobre 2007
Con las arcas vacías tras los excesos del pasado año, la presente edición muestra un claro descenso de oferta y nivel. La olvidada “Armida” de Haydn –Bolton y Loy- inaugurará la muestra en tono menor. Interés tiene la propuesta de otro título ausente del repertorio “Benvenuto Cellini” –Gergiev, Stölzl-, aunque ni los intérpretes mayoritariamente rusos ni Gergiev parecen los artistas más idóneos para Berlioz. En “Freischütz” –Stenz, Richter- se cuenta con la baza de la pareja protagonista Schnitzer y Seiffert, mientras que la reposición de “Bodas de Fígaro” –Harding, Guth- supone en principio un bajón respecto al reparto del pasado año. Título clave es “Eugen Oneguin” –Barenboim, Breth- con el que el maestro argentino da un paso gigante en el festival, al dirigir también conciertos con la Filarmónica de Viena –de nuevo la orquesta estrella con varias de las óperas y cinco conciertos- y su West-Eastern Divan, conjunto tan ligado a Andalucía. Tampoco le faltarán clases magistrales y otras actividades. Sobrevolando la Scala y Salzburgo se convierte en el director más influyente del presente.
La floja propuesta lírica se completará con un apartado sinfónico en el que figuran la Filarmónica de Berlín con Rattle –“Novena” de Mahler-, la Bayerische Rundfunk con Janson –“Novena” de Beethoven-, la Filarmónica de Israel con Mehta –“Séptima” de Mahler-, el Concertgebouw con Haitink –“Octava” de Bruckner- y las actuaciones con la Filarmónica de Viena de Muti –Depardieu recitará el “Lelio” de Berlioz-y Harnoncourt. La sección pianística incluye a Pollini, Kissin, Brendel, Skolov y Uchida. Curiosamente, casi los únicos espectáculos completamente vendidos ya, son el bautizado como “Amor, vida de mi vida”, con repertorio de zarzuela a cargo de Domingo, Villazón y López Cobos y un “Stabat mater” de Pergolesi con Netrebko, Scholl y la Orquesta Barroca de Venecia. Queda claro que el público busca prioritariamente nombres estelares. Pero ni con estos cantantes consigue Salzburgo superar el nivel sinfónico, camerístico y solista del Festival de Lucerna, auténtico faro europeo en estos apartados. Y no se acaba de entender que la primera cita musical corra a cargo de Welser-Möst, por mucho que acabe de ser nombrado sucesor de Ozawa en la Ópera de Viena a partir de 2009, compatibilice tal cargo durante dos años con Cleveland y aunque tenga tan buena compañía como Brendel y la Filarmónica vienesa. Será quizá ese “lado nocturno de la razón” con el que Flimm ha bautizado esta edición.
¿Por qué cada vez resulta menos atractivo viajar a los festivales?
La respuesta resulta fácil y difícil a la vez. Es fácil: simplemente porque pocas cosas llaman la atención. Pero es difícil buscar las causas de ese escaso atractivo. Hoy día se vive una gran crisis musical menos en España y algún teatro europeo muy concreto. La oferta es muy amplia, pero las salas no están llenas ni de lejos. El público que acudía a los festivales ha ido cambiando, al igual que el que acude habitualmente a los auditorios y teatros. Del aficionado de toda la vida, que repetía año tras año en sus festivales, se ha pasado a las empresas que invitan a clientes, ejecutivos y proveedores. La audiencia ha perdido formación y sapiencia musical y los directores de los festivales lo saben. Ya no se trata de ofrecer calidad, sino de llamar la atención. Y esto es básicamente posible a través de grandes nombres, pero estos grandes nombres actúan ya por todos lados. ¿A qué español le interesa desplazarse para oír conciertos de Maazel o Mehta cuando dirigen con frecuencia en Valencia y otras capitales? ¿Quién en ir al “Benvenuto Cellini” de Gergiev, que ha dirigido la “Tetralogía” en Las Palmas y abordará “Tosca” y “Viaje a Reims” en El Escorial y conciertos en San Sebastián? ¿Quién sufrir los calores del teatro de Bayreuth para ver dirigir a Weigle, director musical del Liceo de Barcelona? Se pierde interés porque, la verdad sea dicha, quedan muy pocos directores o cantantes de la talla de los de las últimas grandes generaciones.
Escaseando las figuras musicales y proliferando por doquier las actuaciones de las existentes, los reclamos están en los directores escénicos, los Woody Allen, Almodóvar y similares o, lo que es peor, jóvenes de más proyección que talento, estrellas que suelen estrellarse al buscar originalidades que acaban perturbando la música. Claro ejemplo parece ser el de Katharina Wagner en sus “Maestros cantores” del recién inaugurado Bayreuth, todo un ejemplo de que una cosa es “recrear” y otra buscar por buscar para acabar en una masturbación mental. Los directores artísticos también han evolucionado mucho. Da igual que no sean capaces, como antaño, de sentarse a un piano y ayudar a un artista, porque ahora lo que se trata es de ser capaces de sacra el festival en los papeles. Cada pueblo tiene su festival, pero sus responsables quieren superar la prensa local. Y en los periódicos no se sale si no es por una causa que eleve el acontecimiento a la categoría de extraordinario, algo cada día más difícil.
Los festivales van perdiendo peso en un mundo globalizado como el nuestro, se van convirtiendo en acontecimientos meramente locales a menos que se especialicen y esto lo hace Bayreuth -que resiste a pesar de incompetencias, bajos cachees e intrigas familiares- mientras otros, como Salzburgo o Munich, van olvidando incomprensiblemente sus bazas mozartianas o straussianas. Con todo ello, ya saben, mejor un verano con otros atractivos y dejar la música para el resto del año.
Gonzalo ALONSO
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