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Por Publicado el: 24/05/2014Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Giulini, 100 años

Giulini

Giulini, 100 años

Un día tal como hoy, concretamente el 20 de mayo de 1998, Mijatovic marcaba el gol que daba la séptima Copa de Europa al Real Madrid frente al Juventus. Algunos aficionados a la música se quedaron sin ver aquel gol, vitoreando y tratando de estrechar la mano desde la primera fila de butacas del Auditorio Nacional a Carlo María Giulini. A ellos les importó más el trabajo del maestro de Brescia con los chicos de la Joven Orquesta Nacional que lo que pasara en Holanda. El octogenario músico había dirigido sentado dos grandes sinfonías románticas. El gesto comedido pero preciso, el concepto claro en la cabeza y en los ojos el magnetismo de la verdad de la música. Poco  después Giulini se recrearía en sus silencios y sólo abordaría otras notas con la joven Orquesta Verdi de Milán y los alumnos de la Escuela de Música de Fiesole.

Giulini estuvo bastante ligado a España, compartiendo actuaciones con Teresa Berganza, Dalmacio González o Rafael Orozco y, no lo olvidemos, «La vida breve» fue una de las primeras óperas que dirigió. Fue uno de los grandes de verdad que no sólo vino con orquestas invitadas, sino que también se puso al frente de la ONE, con una inolvidable “Séptima” de Beethoven. En 2001 recibió de manos de la Reina el Premio Menhuin de la Escuela Reina Sofía.

Giulini vuelve a estar con nosotros en estos días en que se cumple el centenario de su nacimiento gracias a un emotivo artículo de Ruben Amón en su «Blog de pecho», escrito como sólo puede hacerlo alguien que le conoció y admiró, y a la amplísima entrevista de Juan Antonio Llorente en Beckmesser.com en la que Alberto Zedda reconoce qué gran parte de su carrera se la debe a él. Y, sobre todo, por un inmenso legado discográfico que ahora se reedita. Versiones de referencia para el “Réquiem” de Verdi, las novenas de Beethoven, Dvorak, Schubert y, sobre todo, Bruckner y Mahler, el ciclo de Brahms, los conciertos de Chopin, primero con Rubinstein y luego con Zimerman, el “Amor brujo” con Victoria de los Ángeles, el “Don Giovanni”, el “Don Carlo” de Verdi con Caballé y Domingo o el mismo “Falstaff”, su último trabajo lírico en escena. En todo ello un denominador común: Giulini sólo dirigía músicas que formasen parte de su vida, que él comprendiese y amase. “Dirigir es un acto de amor”, solía decir. De ahí sus dos únicas sinfonías malherianas –primera y novena- o su alejamiento de Puccini y la música contemporánea.

Me vienen finalmente a la memoria los tres elementos que el maestro consideraba claves para una interpretación: “inteligencia o capacidad para comprender, técnica para ejecutar lo aprendido y sentimiento o amor. Sólo cuando se juntan los tres elementos se hace música”. Un caballero en la música y en la vida como muy poco ha habido. Gonzalo Alonso

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