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Por Publicado el: 10/02/2021Categorías: Entrevistas

Pablo Heras-Casado: «Que se llenen los teatros es una demostración a gritos de que somos necesarios y de que se puede ver un espectáculo sin riesgos»

«Siegfried»: Wagner al filo de lo imposible

El Teatro Real estrena el día 13 esta ópera con un importante cambio debido a la pandemia, en la orquesta, cuya cuerda, percusión, trompetas y trombones, se trasladarán a ocho palcos a ambos lados del foso

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Heras-Casado, durante uno de los ensayos, con grupos de instrumentos a ambos lados del escenario. Foto: Javier del Real

La «Traviata» que subió al escenario del Teatro Real en julio pasado fue histórica. Era la primera producción que se podía ver y escuchar en el coliseo en medio de la pandemia y ya dentro de eso que se ha dado en llamar «nueva normalidad». El suelo se dividió en cuadrados rojos marcados con cinta en el suelo. Cuadrículas de dos metros cuadrados en las que actuar y de las que casi no salir. Tres producciones después llegaba Richard Wagner. Y la cosa daba para más de un pensamiento. Joan Matabosch, director artístico, no dejó que le pillara el toro y en noviembre ya se empezó a plantear cómo estrenarlo respetando las condiciones de seguridad y distancias porque la pandemia maldita no aflojaba. Las opciones eran varias: decantarse por una versión en concierto, adaptar una de las partituras o estrenarlo como lo concibió el compositor. Finalmente ha sido la tercera por la que se ha apostado.  

Quién le iba a decir el año pasado a Pablo Heras-Casado (Granada, 1977), director musical de la Tetralogía (con dirección de escena Robert Carsen y Patrick Kinmonth), que en 2021 estaría el coliseo de cabeza haciendo mediciones y guardando distancias. Serán 8 funciones, del 13 de febrero al 14 de marzo. ¿Problema? Solución. Y como si de un mantra se tratara el equipo, del primero al último, se puso manos a la obra. Montar «Siegfried», tercera de las óperas que conforman «El anillo del Nibelungo«,  no era moco de pavo en la «antigua normalidad», imaginen ahora con el añadido pandémico. «Estamos, en cualquier caso, ante una obra titánica. Y ahora lo es doblemente. Todos hemos trabajado siendo conscientes de la responsabilidad que cada uno teníamos en el conjunto y con el objetivo de que todo fluyera con la mayor facilidad posible. Lo que se ha hecho ha sido adaptarse a la realidad«. El que habla es el director de orquesta, un hombre calmo y tranquilo que se siente orgulloso del trabajo hecho. «Montar una ópera hoy no es fácil, así que imagina que en este caso el esfuerzo se ha multiplicado», comenta porque se trataba de adaptar «una obra colosal a unas dimensiones espaciales concretas. Y ha sido una labor de conjunto con un responsable que ha sabido anticiparse a lo que necesitábamos», concluye.

Las arpas que envidiaría Bayreuth

Pablo Heras-Casado no ha dejado de trabajar estos meses. Ha descansado por obligación, como muchísimos de sus compañeros, ha vivido solo y en silencio. Se ha encontrado con Pablo, con el chaval de pelo lleno de caracoles en la quietud de su «carmen» donde fluye el agua. Ha cogido fuerzas y ahora destila Wagner por cada poro. ¿Pero cómo han sido capaces de adaptar la orquesta con casi cien músicos? «Es, en efecto, una orquesta enorme que hay que acomodar. En noviembre ya hicimos pruebas con la ella, el equipo técnico y conmigo y mi asistente para plantear diferentes escenarios y trazar un mapa sonoro de una formación que sabíamos que con las distancias que hoy hay que guardar no cabía en el foso«, explica, de ahí que las cuerdas y la percusión se hayan aposentado a ambos lados del escenario, en los palcos. ¿Una dificultad añadida? «Ten en cuenta que el hecho de que haya grupos de músicos lejos de mi alcance auditivo añade tensión, si a eso le sumas las pantallas de metacrilato… Sin embargo, todos los problemas desaparecen cuando ves que la orquesta se entrega. Hemos ensayado sin cantantes, hemos probado el sonido, no hay la menor improvisación, sino voluntad y ánimo de conseguirlo a través de un trabajo en calma y de buenas dosis de positivismo. La esencia de la música de Wagner no se ha comprometido. La seguridad, tampoco«.

Son 87 músicos en total. En los palcos, un conjunto de seis arpas («que te diré que ni a veces la tienen en el Festival de Bayreuth«, señala Heras-Casado), y la percusión ligera, de tonos brillantes, y los trombones y trompetas, que se sitúan en otro de los palcos, en el lado derecho. «La plantilla de cuerda está ligeramente reducida, pero no es más pequeña que la que se puede escuchar en un teatro de ópera europeos«, dice con orgullo el director.

El apartado de voces cuenta con las de Andreas Schager (Siegfried), Andreas Conrad (Mime), Tomasz Konieczny (el viandante/ Wotan), Martin Winkler (Alberich), Jogmin Park (Fafner), Okka von der Damerau (Erda), Ricarda Merbeth (Brünnhilde) y Leonor Bonilla (voz del pájaro del bosque). No lo han tenido fácil tampoco, «pues son papeles muy extremos y hemos ensayados en jornadas maratonianas, y siempre con la mascarilla puesta. Fíjate el calvario para ellos. Pero lo han aceptado y asumido. Y es con lo que ahora tenemos que vivir», señala Heras-Casado.

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Adelante siempre

¿En algún momento pensó el director de orquesta que sería imposible subir el telón? «El Real ha sido un teatro pionero y tiene el mecanismo muy bien estudiado. Yo tenía la certeza absoluta de que íbamos a seguir adelante, salvo que se dieran las circunstancias de un confinamiento como el de marzo». La duración de esta compleja ópera, cinco horas, ha obligado al coliseo a adelantar el reloj a las cuatro y media de la tarde para que la hora del toque de queda no se eche encima.  Y como no hay mal que por bien no venga (ni que dure cien años, añadimos para pensar que esta pandemia también pasará) el adelanto horario ha facilitado una vida «un poco más ordenada. Y me parece una maravilla. Y eso que yo vengo del sur, de hacer mucha vida fuera, como sucede en muchos puntos de España. La calle está en nuestro ADN, pero aprendes a retirarte, a mirar hacia adentro».

Que la COVID se ha llevado por delante miles de puestos de trabajo es una durísima realidad, y Heras-Casado es consciente de su situación de privilegio y de que la cultura significa alimento necesario: «Que se llenen los teatros es una demostración a gritos de que somos necesarios y de que se puede ver un espectáculo sin riesgos. Se habla mucho de la hostelería, por supuesto que sí, pero son esenciales los espacios comunes de la cultura: los teatros, los museos, la música. Había que hablar mucho más de ellos. Sintámonos orgullosos de no suspender, que sea nuestra seña de identidad. Hay colegas absolutamente maravillados del trabajo que se está haciendo en este teatro«, exclama con orgullo.

¿Qué sucede cuando las luces se apagan? ¿Le cuesta desconectar o se lleva la música a casa? «Se desconecta relativamente, aunque con los años vas aprendiendo a encontrar esa distancia. El cambiar de un espacio frenético a un lugar habitado por el silencio ayuda a equilibrar». Nunca deja la cabeza en reposo y tras siete horas de ensayo necesita entre tres y cuatro para pasar página. Heras-Casado «optimista, sí, que no inconsciente», transmite el brío wagneriano y confía en que esta pesadilla, aunque larga, será transitoria: «Estoy seguro de que volveremos a la vida de antes, no tengo dudas. Y lo haremos con más energía. ¿Si vamos a salir reforzados? Eso hay que verlo con cierta relatividad y con menor euforia». Pero el optimismo, por delante. Y por bandera. Y que «El ocaso de los dioses«, que cerrará el año que viene la Tetralogía, ya sea otro cantar. Gema Pajares

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