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Por Publicado el: 23/11/2011Categorías: Crítica

LA FIEBRE Liszt

Lisztomanía LA FIEBRE Liszt

TEOBALDOS – Domingo, 20 de Noviembre de 2011 –

Recital dramatizado sobre la figura de Franz Liszt. Intérpretes: Iñaki Fresán, barítono. Adela Martín, piano. Mario Perez Blanco, violín. Marta Juaniz, actriz. Dramaturgia y dirección: Miguel Munárriz. Producción: Raúl Madinabeitia. Ciclo ‘Grandes Intérpretes’ de la Fundación Gayarre. Lugar y fecha: Teatro Gayarre. 15 de noviembre de 2011. Público: Buena entrada.

LA tercera entrega -antes fueron Bach y Chopin- de estos biopic teatrales referidos a grandes músicos, está dedicada a Franz Liszt. Se mantiene ese fondo de divulgación en el espectáculo, pero es algo más completo, y desde luego, con un nivel musical tan importante, que hacen de la función, un variado y magnífico concierto. En este caso con los instrumentos rey del recital: la voz, el piano y el violín.

Liszt gozó de una extraordinaria fama como pianista, sobre todo. Y su inquietud musical, la relación con el movimiento cultural de su tiempo, y el carácter innovador que supuso la conjunción de las artes -poesía, incluso pintura- en la música, estuvo por encima de su faceta compositiva. Niño prodigio, como Mozart, continúo, a diferencia de este, dando prioridad a sus comparecencias públicas durante toda su vida, considerándosele el verdadero inventor del recital pianístico. Los compositores posteriores le deben, también, la creación del poema sinfónico moderno, fundado en la transformación temática. La figura de Liszt es, pues, muy compleja. Difícil de separar sólo su aspecto musical.

Esta Lisztomanía muestra a un niño que empieza a jugar con el piano, y a un anciano que repasa parte de su vida. Ambos entre la luminosidad y esplendor del éxito, y los atormentados recuerdos de toda una vida azarosa de encuentros con otras personalidades del arte, y desencuentros amorosos y sociales (el abate Liszt no llegó a ser sacerdote, por lo que podía casarse; sin embargo, el Papa nunca legalizó sus relaciones con la princesa von Sayn de Wittgenstein).

Tres intérpretes musicales rodean los pensamientos bien recitados de Liszt (Juániz, francamente bien caracterizada como Liszt joven; y Munárriz). Iñaki Fresán da un fortalecimiento evidente al espectáculo al imponer la autoridad de su voz en cuatro Lieder del compositor sobre poemas de Heine, Rellstab y Redwiitz. Ciertamente nos volvemos a reafirmar en la madurez y grandeza estilística que ha adquirido Fresán en la poco programada y delicadísima faceta del recital de Lied. Excelente pronunciación, muy bello timbre que favorece el carácter dramático de algunos textos, pero también es balsámico con otros más líricos, y un volumen potente que envuelve al espectador.

No podía faltar el concepto de virtuosismo puro y duro en esta función, y lo puso el violinista -ayudante de concertino de la Orquesta Nacional- Mario Pérez Blanco, que, como quien no quiere la cosa, despachó el «moto Perpetuo», del allegro del Concierto para Violín opus 11 de Paganini, con una brillante y espectacular limpieza y rotundidad, recibiendo una gran ovación del público.

Pero Liszt es sobre todo el piano. Ese piano que, como contaba el guion, al principio era un juguete, pero dejó de serlo para pasar a ser una herramienta, y luego dejó de ser herramienta, para convertirse en su vida. Adela Martín -que acompañó con mimo al violinista, y se compenetró totalmente en fraseo e intención con Fresán- hizo la Consolación del compositor húngaro francamente deliciosa, sosegada, tranquila, creando la atmósfera que corta la respiración en el público. Y cerró la velada con el Vallée d’Obermann, perteneciente a las colecciones tituladas Años de Peregrinaje, una muestra de inquietud romántica por la relación entre el hombre y la naturaleza. La versión, muy poderosa, reflejó certeramente el carácter de la obra: interrogativa y angustiada en la primera parte, con cierto alivio contemplativo en la segunda, en la hallamos uno de los temas más felices e inspirados del autor; y ese final que, sin embargo, escapa a las limitaciones del arquetípico triunfo romántico y termina con cierta sombra de incertidumbre.

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