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El Tamerlano en la crítica nacional
La Bartoli, la Malibrán y los críticos
Por Publicado el: 18/02/2008Categorías: Diálogos de besugos

«La Gioconda» y sus controversias críticas

Una vez más nuestros críticos no coinciden en sus apreciaciones en «Gioconda», aunque la verdad sí hay algunas. La diferencia más importante radica en la dirección de orquesta, mientras que a del Amo le parece «estridente y confusa, atropellada y sin contrastes», en cambio González Lapuente escribe que «…la dirección musical del maestro Evelino Pidò a quien da gusto escuchar». Pero lean las cuatro nacionales y sepan las opiniones y razones de cada cual.

EL MUNDO
Suicidio entre cielo y mar
Llega avalada por la dureza de su repertorio, pero ‘La Gioconda’ de Pidò y Pizzi no convence en su arranque en el Teatro Real.
ALVARO DEL AMO.
La Gioconda
Libretista: Arrigo Boito. / Compositor: Amilcare Ponchielli. / Director musical: Evelino Pidò. / Director de escena: Pierre Luigi Pizzi. / Reparto: Violeta Urmana, Elisabetta Fiorillo, Fabio Armiliatto, Orlin Anastassov, Elena Zaremba. / Escenario: Teatro Real / Fecha: 16 de febrero.
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Esta obra desmesurada e irregular permanece en el repertorio por la eficacia de sus virtudes. Aquí encontramos un despliegue vocal completo, con papeles relevantes para soprano, contralto, mezzo, tenor, barítono y bajo. Se ofrece también una página de ballet. Y el abanico de desaforadas pasiones, desde la venganza al sacrificio, pasando por la lujuria y la desesperación, se apoya en una orquestación sinfónica opulenta, no siempre inspirada, pero comunicativa en su facilidad melódica y en su efectismo de buena ley.

Estrenada en 1876, aún bajo la influencia de Verdi, contiene ya el germen de descomposición del melodrama romántico, condenado a morir envenenado por el folletín. El código del honor aristocrático, que tanto hacía sufrir a reyes, bandidos, trovadores y bufones, va a dejar paso a un comportamiento menos excelso, mucho más práctico y, cabría decir, inmoral. De ello tenemos en La Gioconda un buen ejemplo: el tenor y la mezzo se libran de la muerte para vivir libremente su amor adúltero, auspiciado por la generosidad de la soprano, un desenlace impensable en una ópera verdiana.

Las dificultades para plasmar un artefacto tan variado y complejo como el propuesto por Boito y Ponchielli sólo a medias se han resuelto acertadamente en este montaje.

Pierre Luigi Pizzi convierte la colorista Venecia original, animada por la fiesta de las regatas, en un lóbrego suburbio cruzado por alguna góndola fúnebre, una tendencia al luto contrastada por el rojo dominante de los figurines. El tráfico escénico es abrupto y somero, la abstrusa acción no está bien explicada, abandonados los personajes a una interpretación convencional; una inoportuna excrecencia en primer término, que sirve de banco, púlpito y tumba, dificulta la visión del ballet.

La dirección musical de Evelino Pidò carece del calor y el arrebato requeridos; es estridente y confusa, atropellada y sin contrastes, acuciando a la orquesta con un crispado nerviosismo que se resuelve en una respiración en exceso agitada.

El coro tiene que apechugar con las páginas más flojas de la partitura, una carencia que se multiplica con una actuación vociferante, como de hinchas en un encuentro futbolístico gritando gol.

El tenor cuenta con una de las joyas de la obra, el aria Cielo e mar, que Fabio Armiliatto destruye con la misma aspereza y sequedad que aplica a toda su interpretación.

Lado Antaneli es un correcto Barnaba, sin que llegue a sacar al tipo humano más rico de la función todo su perverso jugo, que preludia al Yago de Otelo, e incluso al Scarpia de Tosca. De idéntica y discreta corrección participan Elisabetta Fiorillo como Laura y Orlin Anastassov como el inquisidor, que brillarían más con una dirección escénica y musical con mayor nervio.

Los bailarines Letizia Giuliani y Angel Corella ejecutaron una impecable Danza de las horas, en una poco imaginativa coreografía de Gheorghe Iancu.

Violeta Urmana señaló el listón que debería haber alcanzado el conjunto. Su aria Suicidio transmitió la melancolía angustiosa y el sentimentalismo entusiasta que esta música exige. Demostró, bien acompañada por Elena Zaremba como la ciega, que el desgarro no es estruendo, comunicándonos los mensajes del folletín, en donde se desliza una turbia, conmovedora y lamentable piedad por los desheredados.

EL PAÍS
Plásticamente bellísimo
JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO
EL PAÍS – Cultura – 18-02-2008
Puede ser una casualidad o tal vez una pista de lo que ha cambiado el mundo de la ópera en nuestro país. El sábado pasado coincidieron las premières de tres títulos tan infrecuentes como Orlando, de Haendel, en Valencia; Poliuto, de Donizetti, en Bilbao, dentro de la temporada de la ABAO, y La Gioconda, de Ponchielli, en Madrid. La ópera más de repertorio actualmente en cartel en España es Elektra, de Strauss, en el Liceo de Barcelona. Vivir para ver. La Gioconda, en concreto, no se representaba en Madrid desde 1970 (en el teatro de la Zarzuela, con Ángeles Gulín y Placido Domingo), pero durante una larga época, hasta 1921, fue una ópera habitual en el Real.

El director de escena, Pier Luigi Pizzi, es un fabuloso creador de atmósferas. Tiene una sensibilidad privilegiada para el tratamiento del color y las arquitecturas teatrales, y domina como pocos el movimiento coral y la composición de grupos. Además sabe «vaciar» la escena y dejar a los cantantes en solitario cuando la situación dramática demanda protagonismos individuales. Su retrato de una Venecia brumosa en ambiente de Carnaval da a La Gioconda un tono inquietante sin forzar los excesos del melodrama. La belleza de un número tan popular como la Danza de las horas es, sencillamente, deslumbrante. Unido al virtuosismo de los bailarines Corella y Giuliani, la escena propició una de las ovaciones más intensas de la historia reciente del Real. Que ello se produzca en una situación sin canto, invita como mínimo a una reflexión: ¿se debe a la magia del momento, o más bien a que los cantantes no despiertan emociones semejantes, o es quizás que el público manifiesta hoy otras preferencias?

Fuerza y consistencia
Violeta Urmana estuvo estupenda, especialmente en el cuarto acto, el dramáticamente menos ambiguo de la ópera. Las otras mujeres -Fiorillo, Zaremba- también sobresalieron. Armiliato fue a más, conforme transcurría la función, pero dejó escapar parte del encanto del aria Cielo e mar, sobre todo por el lado etéreo y la línea musical. El resto de las voces masculinas mostró consistencia y fuerza. El director musical, Evelino Pidò, plasmó una lectura teatral y melodramática de mucho interés, con algunos puntos de discontinuidad. El coro tendió a sonoridades sin excesiva matización pero, en cualquier caso, cumplió sobradamente su cometido.

ABC
Cielo y mar
ÓPERA
«La Gioconda»
Música: Ponchielli. Int.: Urmana, Fiorillo, Anastassov, Zaremba, Armiliato, Ataneli, Giuliani, Corella. Esc. de la Comunidad de Madrid. Coro y Orq. Titular Teatro Real. Dir. escena: P. L. Pizzi. Dir. musical: E. Pidò. Lugar: Teatro Real. Fecha: 16-02-08
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
Seguro que muchos espectadores se asomarán estos días al Teatro Real sabiendo qué se van a encontrar. Se puede ver en el DVD dedicado a «La Gioconda» en la producción diseñada, decorada y organizada por Pier Luigi Pizzi y ya estrenada que en el Liceo de Barcelona en 2005. Viéndolo se observará que todo compone desde el orden, la simetría, la pureza en la línea y la definición cromática. Y que eso implica una aparente contradicción en una obra que es apasionada, vehemente y hasta desgañitada. Pero hay que ir al teatro para palpar sus entrañas. Pizzi es capaz de recrearse en el esteticismo de algunas situaciones, dibujarlas con precisión milimétrica y, al tiempo, dotarlas de significado.
Por ejemplo cuando se entusiasma con la marinería y sus siluetas antes de entrar en combate y quemar el bergantín del inquisidor, por cierto, en un final del segundo acto grandioso. Porque ante situaciones semejantes es donde la obra cobra vida. De un lado la «Gioconda» que entra por los ojos gracias a la perfección clásica de su composición escénica; por el otro el bullir de esa inmaterialidad que cualquier paseante veneciano que se precie identificará al momento: la niebla, una cierta oscuridad fantasmagórica, lo bullicioso rematado en unos trajes impecables y, al instante, la densidad del silencio como antepuerta del drama.
Por supuesto que hay anacronismos y algunos absurdamente cómicos, como cuando la madre de la Gioconda «resucita» de su sueño. Aunque también es cierto que todos están inscritos en la propia naturaleza de la obra. El más famoso, la «Danza de las horas», gracias a la cual, el público del Real aplaude la fantástica actuación de Letizia Giuliani y Ángel Corella en un momento que funde el clasicismo del ballet y la percepción actual gracias a la coreografía de Gheorghe Iancu. Dicho de otra forma, que no hay lugar para el aburrimiento en esta «Gioconda», porque a una quiebra le sucede un acierto y, porque toda ella parte de la dirección musical del maestro Evelino Pidò a quien da gusto escuchar. Aquí la cuestión tiene que ver con la visceralidad, la sincera exposición, el color, la espesura, y la teatralidad de viejo cuño. Desde el singular brío de la Forlana a los entusiastas finales de acto, siempre cuidando que cada cual se exprese con comodidad.
Y así lo hace la protagonista, Violeta Urmana, con interesantes medias voces ante el inicial «Enzo adorato», limpios ataques y variedad en el comprometido «¡Suicidio!» del cuarto acto, al margen de que puedan imaginarse mayores sutilezas. Importa en ella la garra, pues es ahí donde cobra sentido el dúo con Laura, Elisabetta Fiorillo, robusto y salvaje, pero también gritado y estentóreo, pues a esta última son varias las ocasiones en las que la exageración del vibrato le compromete la afinación y la homogeneidad. En paralelo, Fabio Armiliato, el tenor protagonista, se muestra escenicamente poco convincente y muy escaso en su «Cielo e mar», destimbrado, de mil colores, rota la línea pero valiente en el agudo final. En el estreno, fue a mejor pues no se amilanó al procurar darle ardor a su comprometida parte y rematar con energía. Y en este reparto de naturaleza calórica, destacó por volumen Elena Zaremba, la madre Ciega, más intensa arriba que rotunda en el grave de «Voce di donna»; la gran construcción que del personaje hizo Lado Ataneli, Barnaba; y el muy sólido y homogéneo que dibujó Orlin Anastassov para el inquisidor Alvise. Este de traje rojo, larga la capa y espectacular huida por la escalinata, otro detalle visual de una «Gioconda» que se disfruta.

LA RAZÓN
«La Gioconda»: para todos los públicos
Gonzalo ALONSO
«La Gioconda»
De Ponchielli. V. Urmana, F. Armiliato, L. Ataneli, E. Fiorillo, O. Anastassov, E. Zaremba, A. Corella, L. Giuliani… Delfini Group, escenografía. Fondazione Arena di Verona, vestuario. G.Iancu, coreógrafo. P.L.Pizzi, director de escena. E.Pidò, director musical. Coproducción entre el Teatro del Liceo, Arena de Verona y Teatro Real. Madrid, 16-II-2008.
La mayoría del público comentaba que nunca había visto «La Gioconda» de Ponchielli, incluso así lo reconocían los directores de teatros como Ginebra o Chatelet. Y es que no podía ser de otra forma, aunque resulte sorprendente que el que fuera uno de los títulos más frecuentes en el repertorio haya pasado a ser una «rara avis». Cayó en desuso por la dificultad de encontrar repartos y por la invasión del barroco, pero en los últimos tres años se ha ofrecido en bastantes teatros. Así en el Metropolitan, donde asistí al debut de Urmana en el papel principal.
Y resulta que el público del Real quedó feliz, tanto como para permanecer en sus asientos aplaudiendo y vitoreando a pesar de haber pasado la media noche. Había motivos: por fin les llegaba una ópera «apta para todos los públicos» y además, ofrecida con una calidad global difícilmente superable en nuestros días.
La labor del coro
Evelino Pidò obtuvo calificación de sobresaliente en aquello en lo que Callegari suspendió rotundamente en el Liceo: lograr que la obra sonase en estilo y que la orquesta dejase cantar libremente a los cantantes, sin jamás apagarlos y sin perder por ello su parte de protagonismo. La labor del coro no es fácil y se resolvió muy aceptablemente, aunque se hubiera agradecido un poco menos de volumen en el primer acto. Obras como «La Gioconda» son poco susceptibles a «herejías» escénicas. Hay que conservar su escenario tradicional veneciano y, al mismo tiempo, dotarlas de un aire moderno. Lo logra Pier Luigi Pizzi en esta coproducción entre Barcelona, Verona y Madrid. Refinada, elegante, sin apenas más elementos que los puentes, góndolas y canales venecianos vistos desde un prisma casi de «diseño», se completa con un vestuario en el que contrasta el rojo con toda la gama de grises.
Visualmente de gran belleza. Más dudoso es el trabajo actoral, sin brillo especial y con algunos deslices y fallos. ¿Cómo puede cantar el tenor que Laura yace envuelta en velos blancos y aparecer toda en negro? ¿Cómo puede molestar tanto ese armatoste -primero cajón de las denuncias y luego tálamo- que permanece casi siempre e inútilmente en medio de la escena? ¿Nadie se percata de que el despertar de Laura provoca inoportunas risas? El dúo final, con Gioconda y Barnaba a distancia y sin mirarse, resulta muy poco teatral, máxime al cerrar la representación. Ya sabemos que los registas no siempre son estetas y dramaturgos simultáneamente.
El Real ha conseguido para esta obra lo que no se si calificar de uno de los mejores repartos o simplemente el mejor de los hoy disponibles. Violeta Urmana quizá no aporte toda la sensualidad de Gioconda, pero las notas y el estilo están, compone un espléndido segundo acto -Elisabetta Fiorillo lo borda en el papel de Laura- y supera con holgura el último acto, en el que Ponchielli se volvió algo loco y escribió para la protagonista notas de contralto en el gran aria y luego coloraturas en el final. Se puede echar de menos la poesía de un Domingo o la perfecta cuadratura de un Bergonzi en «Cielo y mar», pero Fabio Armiliato es de los poquísimos tenores que hoy pueden cantar el Enzo. Se muestra seguro, corre muy bien la voz, el timbre es grato y el fraseo convincente. A gran nivel también Elena Zaremba como la Ciega, Orlin Anastassov como Alvise y Lado Ataneli como Barnaba. Un bello y elegante espectáculo para una gran ópera de «las de antes» muy grata para todos los públicos, servida vocalmente de forma inmejorable y musicalmente en estilo. No se puede pedir más.

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