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Por Publicado el: 01/06/2007Categorías: Crítica

Lang Lang y Harding, jóvenes al poder

Ciclo Ibermúsica
Jóvenes al poder
Obras de Dvorak y Mozart. Lang Lan, piano. Orquesta Sinfónica de Londres. Daniel Harding, director. Auditorio Nacional. Madrid, 31 de mayo.

El público de Madrid ha estado de enhorabuena al poder disfrutar de tres conciertos en días consecutivos de la Sinfónica de Londres, una de las mejores orquestas del mundo, con el pianista Lang Lang y el director Daniel Harding, dos de las figuras de las nuevas generaciones que más están dando que hablar. Lang Lang, de apenas cuarto de siglo de vida, es un producto de la nueva China –nada enclenque sino bien alimentado- y la mercadotecnia más agresiva. La todopoderosa DGG ha promocionado a tope la media docena de discos que ya ha editado y el último de ellos con los conciertos n.1 y 4 beethovenianos ha sido muy bien recibido por la crítica. En el Auditorio se desplegó su foto, se vendieron sus discos y se anunció que firmaría al acabar el concierto. ¿Es para tanto?
No interpretando el concierto n.17 de Mozart. Al de Salzburgo hay que tocarlo con total naturalidad, haciendo que parezca fácil lo que no lo es. Lang Lang obra al revés: parece que esté realizando una proeza al tocar Mozart y Mozart no existe sin la apariencia de espontaneidad. De otro lado, no es ésta música que se preste a ritardandos y demás licencias románticas. Fue, en definitiva, un concierto fuera de estilo.
Daniel Harding -principal director invitado de la Sinfónica de Londres y titular de la Sinfónica de la Radio de Suecia, así como de la Mahler Chamber Orchestra- es a sus treinta y un años unos de los directores jóvenes más solicitados. Ha mejorado mucho desde que le escuchase ayudando a Abbado en un “Don Giovanni” en Aix-on-Provence. Si el Mozart estuvo limitado por el fallido concepto pianístico, no así sus dos Dvoraks. Abrió con el más extenso de sus cinco poemas sinfónicos, “La rueca de oro”, obra que jamás se programa y se entiende el motivo. Pura banalidad con una plantilla extensa -ocho contrabajos y cinco trompas- pero la orquesta sonó primorosamente, al igual que en la “Sinfonía del Nuevo Mundo”, en la que Harding mostró indudable clase. Logró una versión de autor sin salirse de los cánones y sin buscar absurdas originalidades, aunque el tiempo lento fuese más rápido de lo habitual y el rápido más lento. Para nota el pasaje camerístico del citado “andante”. Sobresaliente también la elgariana variación Enigma tocada como propina, aunque alargase el concierto a más de dos horas y media. Gonzalo Alonso

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