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Por Publicado el: 16/07/2007Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas a Madama Butterfly

EL MUNDO, 15-07-2007
La mariposa bajo el telescopio

ALVARO DEL AMO

Madama ButterflyAutor: Puccini. / Director musical: Plácido Domingo. / Director de escena: Mario Gas. / Escenógrafo: Ezio Frigerio. / Figurinista: Franca Squarciapino. / Reparto: Cristina Gallardo-Domás, Marina Rodríguez-Cusí, Carl Tanner y Vladimir Stoyanov. / Escenario: Teatro Real / Fecha: 14 de julio.
Calificación:MADRID.- El Teatro Real, que ha cumplido 10 años en su nueva andadura, cuenta con un repertorio ya abundante, susceptible de ser simultaneado con las producciones nuevas. Los distintos equipos directivos han acudido muy escasamente a las reposiciones, tal vez porque dos lustros de vida es un periodo breve para acoger y soportar tantos cambios de personas y criterios. Es una buena noticia el regreso de esta Madama Butterfly, cinco años después de su estreno, que sigue a Il Trovatore, que apareció por primera vez en diciembre del año 2000.

El montaje es el mismo que se vio en abril de 2002, pero es característico del repertorio combinar, se diría que misteriosamente, lo conocido y lo inesperado; el tiempo transcurrido procura una perspectiva diferente, cambian los cantantes y el director de orquesta, y la producción recuperada se parece mucho a un viaje de regreso, donde la curiosidad permanece intacta.

La excelsa ópera de Puccini debe su merecidísimo primer puesto a la sinceridad y depuración con que trata un paso extremo de amor loco; loco porque la geisha quinceañera se entrega a su pasión por el yanqui impresentable literalmente a tumba abierta. Con una radicalidad y una obcecación que la música incandescente y el bien dosificado libreto transmiten magistralmente.

Mario Gas parece haber aplicado a su relato de la pobre enamorada un doble punto de vista, audazmente contradictorio. El rodaje de una película y la desaforada arquitectura de Ezio Frigerio alejan y enfrían la historia, pero por otro lado la proyección de primeros planos y planos medios procura acercarnos a los personajes, sobriamente humanizados por los figurines de Franca Squarciapino.

Visto el drama de la tenue mariposa con la distancia de una estrella lejana observada a través de un potente telescopio, de la interpretación vocal y musical dependerá que la gelidez de la propuesta escénica ahogue la emoción o la emoción se preserve bajo la contundencia de una brillante espectacularidad.

De todos los artífices de la función destaca muy poderosamente la protagonista. Cristina Gallardo-Domás hace una verdadera creación; la actriz es quizás algo convencional en sus gestos y actitudes, que a veces rozan lo ñoño, pero la cantante domina con gusto exquisito la paleta completa de un registro que va de la timidez a la desesperación, del candor de la novia a la determinación de la suicida. Se sabía que la soprano había hecho del papel de Butterfly su especialidad, y ayer lo confirmó, siendo justamente aclamada por el público en pie.

Todo lo demás se movió a una altura mucho más pedestre.

Marina Rodríguez-Cusí refrendó su Suzuki contenida y doliente con la misma probada eficacia. Discretos los secundarios y escasamente relevante el Cónsul de Vladimir Stoyanov, impersonal y nada efusivo. Flojísimo, impropio de un teatro que aspira a la primera categoría, el Pinkerton de Carl Tanner; insuficiente de voz, nada comunicó de la riqueza psicológica del sórdido marino, ni su hipocresía, ni su sensualidad, ni su ráfaga de arrepentimiento.

Decepcionante Plácido Domingo en su debut como director musical en el Real. Su lectura fue superficial, mecánica, sin carne ni sangre, despachada sin especial aseo; un resultado inesperado en un músico de tan óptima calidad.

Tales insuficiencias no impidieron que el público se mostrara caudalosamente satisfecho, aplaudiendo con calor veraniego.

El éxito del retorno de Madama Butterfly debería servir de toque de atención sobre la importancia de contar con el repertorio, llamativamente excluido en el programa de la próxima temporada. No deja de ser fatigoso el vicio nacional, nunca erradicado, del borrón y cuenta nueva, como si cada nuevo jefe, director o comisario, fuera capaz, por sí solo de inventarlo todo desde cero.

EL PAÍS. 15-07-2007
El irresistible carisma de Plácido Domingo

J. Á. V. DEL C.

EL PAÍS – 15-07-2007
Una ópera tan melodramática como Madama Butterfly requiere en una representación que se precie un juego de equilibrios muy complejo para que salte la chispa de la emoción sin que los excesos sentimentales la hagan caer en la caricatura lacrimógena. El teatro Real repone el montaje de Mario Gas de 2002: una filmación de la ópera, que permite una aproximación añadida desde el formato cinematográfico a través de una pantalla por encima de los sobretítulos. El tiempo fílmico se superpone al teatral y al propiamente musical. Esta dialéctica en varias dimensiones «enfría» el sentimentalismo y remite directamente a las pasiones puestas en juego desde una perspectiva más intelectual. De rebote le viene de perlas a la soprano Cristina Gallardo-Domas que, visualmente hablando, tiene más frescura e intensidad expresiva en los primeros planos cinematográficos que en su teatralidad salpicada de tics convencionales. Su Butterfly tiene empuje vocal, en cualquier caso, y se eleva en fragmentos como el siempre esperado Un bel dì, vedremo. La soprano chilena tiene personalidad, carácter, y no cae en blanduras ni en desvaríos. La construcción de su personaje es compacta pero no arrebata, convence pero no enamora. A su lado Marina Rodríguez Cusí construye con gusto desde la sensibilidad el papel de Suzuki y Carl Tanner hace un Pinkerton técnica y estilísticamente correcto, aunque un poco pesante.

Se esperaba con cierto morbo a Plácido Domingo en su faceta de director musical. Ya se sabe que los músicos que cogen la batuta viniendo de otros campos lo tienen crudo al menos en sus comienzos. Las reticencias alcanzaron al pianista Barenboim o al compositor Boulez, hoy figuras indiscutibles del podio. ¿Cómo resultaría la experiencia con el tenor Domingo, además en su ciudad natal? No hubo problemas. El multidimensional Plácido maneja a las mil maravillas el arma de la naturalidad. Dirige como respira. A los cantantes les mima al viejo estilo concertador. Se adapta a los tiempos que necesitan. Y su más que probada musicalidad le permite una adaptación modélica a las situaciones dramáticas. Sin refinamientos exquisitos, sin adornos innecesarios, Domingo utilizó su carisma irresistible para hacer inmediato lo más complicado. Su dirección tuvo tensión y, claro, triunfó. Es más: convenció.

En la calle, cientos de espectadores esperaron a pleno sol, protegiéndose con paraguas, la proyección en pantalla gigante. Seguro que les compensó. No es una representación que entre en ningún momento en el terreno de lo excepcional, pero sí mantiene un nivel de calidad global que la hace aconsejable.

LA RAZÓN. 16-07-2007
“BUTTERFLY” EN LA SALA Y EN LAPLAZA

Teatro Real
PUCCINI: Madama Butterfly. Cristina Gallardo-Domâs (Butterfly), Carl Tanner (Pinkerton), Marina Rodríguez Cusí (Suzuki), Vladimir Stoyanov (Sharpless), Emilio Sánchez (Goro). Dirección escénica: Mario Gas. Coro y Orquesta del Teatro Real. Dirección musical: Plácido Domingo. 14 de julio de 2007, Teatro Real, Madrid. .
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La salida a la Plaza de Oriente, en el intermedio de la representación, ya era impactante. Cientos de personas, luego serían miles, ya instaladas en las primeras filas de sillas dispuestas por el Teatro Real para la proyección en pantalla, instalada a partir del segundo piso del coliseo, de la ópera que se representaba en el interior, visionado que arrancaba en diferido, poco después de que en la sala empezara el Acto II, y que se prolongaría hasta la 1 y media de la mañana (la función dentro concluyó rebasadas las 23:00). No faltaban ni azafatas/acomodadoras vestidas de geishas, repartiendo programas a diestro y siniestro, y haciéndose fotos con los espectadores. Y es que el Teatro Real había echado la casa mediática por la ventana de cara a la reposición de esta “Madama Butterfly” estrenada por Mario Gas en el 2002, que ahora volvía con Plácido Domingo de contramaestre en el foso –y no en el ingrato papel del teniente Pinkerton de la cañonera “Lincoln”- y con una de las grandes recreadoras modernas de la protagonista, la chilena Cristina Gallardo-Domâs.
La verdad es que lo acaecido antes del descanso, en el primer Acto de la obra, había estado bien, y punto, porque tampoco había sido de traca. Pero acaso la presencia de la audiencia exterior, ese saber que un gentío dispuesto, fiel y, en muchos casos, más entendido que los invitados del teatro, aguardaban la proyección de la filmación –no se olvide que toda la escenografía de Mario Gas simula ser un espectacular estudio cinematográfico en el que se rueda una película sobre la ópera de Puccini- motivó/impulsó a todo el reparto, Domingo incluido, con lo que la segunda parte se elevó enteros y enteros por encima de la primera. Gallardo-Domâs, timorata –sí, lo pide el papel, pero aún así- y cortita en el Acto I, desató en el II a una “Butterfly” de progresivo dramatismo, que cantó cada vez mejor y que redondeó una actuación escénica, incluso corporal, arrebatadora, potenciada por los palpitantes primeros planos de la proyección fílmica de Mario Gas, esta en otra pantalla, la que presidía el escenario; el normalmente cauto y remiso público de las “primeras” del Real se volcó con ella al término de la función, con casi toda la sala puesta en pie. Cerca de su nivel –y el publico también lo premió- estuvo la valenciana Marina Rodríguez-Cusí como la devota “Suzuki”. Y menos dignos anduvieron los varones en esta historia, empezando por el átono, monócromo “Pinkerton”, el americano Carl Tanner –tiene su gracia eso de poner a un compatriota en el papel del marino ligón de floja sesera y de “evangelio fácil”, como dice el texto de Giacosa e Illica-, y siguiendo por el “Sharpless”, el búlgaro Vladimir Stoyanov –también tiene tela poner a un búlgaro para hacer de cónsul americano-, aunque a este hay que reconocerle que regeneró su labor en el determinante Acto II. En conjunto, mejor que ellos estuvo Emilio Sánchez en el nada agradecido papel de “Goro”, el casamentero.
Aunque hubo alguna momentánea bajada de tensión, Plácido Domingo –que se sabe esta obra como si la hubiera escrito- fue a más en el curso de la pieza, y su “tirón” trágico en la última media hora resultó ser un intensificar sin marcha atrás, consiguiendo un clímax tan conmovedor como opresivo. Y que no falte una palabra para alguien cuyo texto recomiendo, Álvaro del Amo, que en el libro programa insertaba una sorprendente continuación literaria de la ópera: en “Butterfly”, a diferencia de otras óperas, sólo muere la protagonista; ¿qué pudo pasar –se pregunta Del Amo- en los años posteriores con los demás personajes? Su crónica/ficción es una pequeña joya.
José Luis Pérez de Arteaga

ABC. 16-07-2007
La «Butterfly» de Plácido Domingo convence al Real
ANTONIO IGLESIAS
Bien por encima de la ola de calor y de tanto grave suceso (el más reciente, el vertido del «Don Pedro» al mar ibicenco) como nos conturba, el Teatro Real, desde su encopetada sede y con «El Real en la Plaza», ciclo proyectado al aire libre con una pantalla gigante, llega al lenitivo que suponen las representaciones de «Madama Butterfly», la ópera preferida por su propio autor, Giacomo Puccini, bajo la dirección musical de nuestro universal Plácido Domingo, en una recreación escénica de Mario Gas. Una actualización que, anticipémoslo como refractario del sistema, no perturba en modo alguno y hasta beneficia con detalles importantes para el futuro, de acercarnos las imágenes de la escena merced a procedimientos de la televisión que, como única mota, supone el cuidado enorme de una mímica, así situada en un primer plano… Cuando desaparece por entero el telón y se suple con «realidades» incorporadas, que han de superarse (atronador el sonido del carpintero como preludio del espectáculo) de esmerada manera.
Todo lo demás resultó triunfante; en primerísimo lugar para nuestro Plácido Domingo, excusado será decir que merecedor de la cálida acogida y sucedidas aclamaciones del público. Su batuta es, ante todo, clara, denotándose, además, una entrega capaz de resolver escollos que él conoce como nadie, en beneficio de la escena, sí, pero también del responsable del foso. Le sucederían en el éxito, enorme, la soprano chilena Cristina Gallardo-Domas, infatigable y emotiva Butterfly, seguida del Pinkerton perfectamente encarnado por el tenor Carl Tanner, de la sensible Suzuki de la valenciana Marina Rodríguez-Cusí, del Sharpless excelente vivido por el barítono búlgaro Vladimir Stoyanov… Y pongamos el largo etcétera que comprende, únicamente, excelencias para la orquesta y el coro, además del resto de formantes en un elenco de excepcional categoría.

El breve apunte de Gonzalo Alonso para esta web:

Beckmesser me transmite que no para de recibir emails preguntando por qué no he escrito la crítica sobre Madama Butterfly en el Real y solicitando mi opinión. Cuestiones personales me han impedido redactarla, pero les dejo una brevísima opinión que completa mi crítica de hace cinco años y que, por lo que Beckmesser me cuenta, está incluida en las reflejadas en «Dialogos de besugos».
Escena: lo dicho entonces sirve para ahora.
Dirección musical: Plácido Domingo resuelve la papeleta con gran dignidad. Quizá un poco plúmbeo en ocasiones y sin ser Barbirolli en el reflejo del colorido y matices ni Karajan en la efectividad dramática.
Intérpretes: excelente para el mundo de hoy la Butterfly de Gallardo-Domás, sobre todo desde un punto de vista dramático en segundo y tercer acto. El primero ya le resulta demasiado ligero. Mucho mejor la expresión facial en los primeros planos en blanco y negro sobre el escenario que en los movimientos corporales. Difícil encontrar hoy mayor emotividad. Una muy merecida ovación en pié por parte del público, algunos con lágrimas en los ojos.
Estupenda la Suzuki de Rodríguez-Cusí. Hubiera tenido el mismo triunfo en cualquier primer teatro del mundo.
Muy discreto el consul.
Realmente flojo el tenor, auténtico lastre para un triunfo aún mayor del logrado.
Nota final: desearía que la dirección del teatro tomase nota del entusiasmo del público dentro del teatro, sobre todo, en la plaza de Oriente ante un título de repertorio muy dignamente interpretado. ¿Se podría conseguir otro tanto con «Il burbero di buon cuore»? ¿A que no? Pues que se enteren. Cierto es que no se puede programar sólo repertorio, pero cierto también que el Real ha de encontrar aún el equilibrio programativo que el Liceo ha logrado. Y si su dirección necesita ayuda, tiene algunos miembros en el patronato que podríamos encantados ayudarla a hallarlo, pero no es misión del Patronato decidir la programación del teatro. Muchos aficionados me preguntan porqué no escribo todo lo que pienso y yo, una vez más, he de contestar que ya llegará el día, pero que mientras sea miembro del patronato del teatro debo intentar mantener un equilibrio -fuera de vanas e inútiles complacencias- en mis presiones internas y externas para que el teatro mejore lo que, a fin de cuentas, es lo que interesa a todos sus usuarios, a cuyo servicio estoy como crítico y como patrono y a cuyo servicio deberíamos estar todos en el teatro, por encima de vanidades personales. Gonzalo Alonso

Y, para completar, la de La Razón hace cinco años sobre la misma producción:
Butterfly en el Real
Tradición aderezada de modernidad
Maria Pia Ionata, Walter Fraccaro, Marina Rodríguez-Cusí, Enrique Baquerizo, José Ruiz, Eduardo Santamaría, Miguel Sola. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: José Collado. Dirección de escena: Mario Gas. Escenógrafo: Ezio Frigerio. Figurinista: Franca Squarciapino. Iluminador: Vinicio Cheli. Teatro Real de Madrid, 27 de abril.
Llega el público a la sala y se encuentra con el telón abierto y un gran escenario que simula un plató de rodaje cinematográfico de los años treinta. El personal realiza los preparativos para rodar una «Madama Butterfly» ambientada de acuerdo con la tradición. En medio de ese escenario se encuentra la casa de la desgraciada joven, colocada sobre una plataforma giratoria que, con su movilidad, permitirá una mayor variación de planos visuales y quedará absolutamente estática cuando la música así lo pide. Un par de telones traseros sugieren el mar, diurno o nocturno. Una vez empezado el rodaje sólo quedarán en escena dos cámaras que supuestamente proyectan, en blanco y negro, escenas del rodaje sobre los subtítulos.
Mario Gas, que sin duda conoce los riesgos del repertorio tradicional con el público del Real, no ha querido arriesgar pero realiza una puesta en escena bella, tradicional pero con aderezos modernos y que respeta la partitura. Su idea de la proyección permite a los espectadores disfrutar de detalles que normalmente no se ven. Se acierta en primeros planos como los del niño jugando con la bandera americana o la amenazadora aparición del tío Bonzo y en otros, los primeros planos de Butterfly, pueden perjudican un tanto según quien sea ella. Todo esta cuidado y funciona, salvo un gran luminoso y el vestido occidental de la protagonista en el segundo acto. Se entiende su intención, pero no acaban de resultar. Si funciona el apartado orquestal, eficaz sin brillanteces. Collado conoce la partitura y resuelve, especialmente el emotivo climax final. Sin embargo no cabe buscar ese especial colorido, la sutileza de determinados pasajes. Poesía y magia se escapan un punto y se habría agradecido algo más de chispa en el primer acto.
El éxito de esta ópera depende en un altísimo porcentaje de los intérpretes, a pesar de que su estreno milanés de 1904 resultase un tremendo fracaso incluso contando con grandes como Storchio, Zenatello o de Luca. Se trataba de motivos ajenos a la estricta música y no lejanos a los que a veces se observan en el madrileño Real. Aquí cumplieron dignamente los comprimarios, el embajador y Suzuki. Walter Fraccaro logró sacar adelante la parte a pesar de un timbre vocal poco bruñido y canceló Daniela Dessi. Su nombre se añade a la abultada lista de últimas cancelaciones en el Real: Varady, von Stade, Dessay, van Dam y Heppner. No tenemos suerte en Madrid con la soprano italiana, casi lo mismo sucedió en un «Otello», junto a Domingo. En la presente ocasión se hizo carga de la parte Maria Pia Ionata, quien también la ha cantado en la Scala. Aborda el papel con gran voluntariedad, aunque la voz no sea la adecuada y posea ese vibrato típico de jóvenes que cantan lo que no deben. No deja de ser significativo que se aplaudiese más el coro a boca cerrada que “Un bel di vedremo”. En cualquier caso superó con mucha dignidad una difícil papeleta.
En el Real hubo muchos aplausos y alguna que otra lágrima. Sin ellas no hubiera cabido hablar de triunfo en esta ópera. Podía haber habido más si a los productores del supuesto film se les hubiese ocurrido repartir colirios a la entrada. Gas de llevó la mayor ovación y con justicia, pero uno se queda con la impresión de que con la música de Puccini y una señora soprano sobraría cualquier artificio escénico. Gonzalo ALONSO

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