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Por Publicado el: 06/05/2025Categorías: Artículos, Colaboraciones

Con Lise Davidsen, el Liceu se adelanta en el “clásico” en su programación 2025/26

Con Lise Davidsen, el Liceu se adelanta en el “clásico” en su programación 2025/26

El teatro barcelonés se apunta un éxito al ofrecer, durante su próxima temporada, el acontecimiento internacional del debut como Isolda de Lise Davidsen, la gran soprano de hoy. Y además convoca para el nuevo curso lírico a otros grandes artistas vocales como Asmik Grigorian, Roberto Alagna, Saioa Hernández o Xabier Anduaga en títulos con tirón popular y alguna novedad de interés.

Con Lise Davidsen, el Liceu se adelanta en el "clásico"El teatro barcelonés se apunta un éxito al ofrecer, durante su próxima temporada, el acontecimiento internacional del debut como Isolda de Lise Davidsen, la gran soprano de hoy. Y además convoca para el nuevo curso lírico a otros grandes artistas vocales como Asmik Grigorian, Roberto Alagna, Saioa Hernández o Xabier Anduaga en títulos con tirón popular y alguna novedad de interés.

Lise Davidsen como Leonora, en La forza del destino del Met

El clásico por excelencia del fútbol español, que seguramente decidirá la suerte de la actual liga, se juega el próximo domingo en Montjuic. Pero el Liceu de Barcelona ya ha anotado su primer gol, antes si quiera de que el balón comience a rodar.

El coliseo de la Rambla acaba de salir al campo y ha empezado ganándole la partida al Teatro Real madrileño. Lo ha hecho al asegurarse la programación del que seguramente será uno de los grandes reclamos internacionales de la próxima temporada; de esos que obligan gustosamente a los aficionados de todo el mundo a emprender viajes porque, si de turismo musical cabe hablar, la ópera es la Ibiza de los acontecimientos musicales, sin apenas rivales.

Resulta más extraño que alguien se desplace desde otro país, hasta Berlín, para asistir a un concierto específico de la gloriosa filarmónica de esa ciudad (y más ahora que por una cuota razonable se pueden ver, en casa, todas las semanas). Pero, en cambio, el Tristán e Isolda que el Liceu ofrecerá en enero del año próximo no se lo querrá perder nadie. ¿Por qué, si la ópera de Wagner se estrenó en 1865 y no constituye ninguna novedad (lo que ambiciona ofrecer otro de los espectáculos anunciados ahora para el nuevo curso catalán, el estreno de Stuntmen, “un proyecto operístico que pretende explorar y cuestionar la idea clásica de masculinidad a través de la figura del héroe”)?

La razón es muy sencilla. El Liceu ha sido capaz de seducir a la gran soprano de nuestros días, Lise Davidsen, para que debute allí uno de los roles esenciales del repertorio wagneriano, la Isolda wagneriana (después lo cantará en el Met). Desde que esta aún joven soprano noruega apareció en el firmamento lírico como la anunciada sucesora de su compatriota Kirsten Flagstad, Birgit Nilsson, Astrid Varnay…

O el resto de cantantes históricas que han encarnado a las principales heroínas del compositor alemán en los más señeros escenarios, todo el mundo soñaba con el instante en que se produjese el encuentro entre una de las más relevantes voces (una de verdad, como las de antes) surgidas en el siglo XXI y la prometida del frustrado rey Marke.

La ópera vive de estas migajas. Sus pacientes custodios aguardan a que todavía se produzca ese milagro de las emociones que pueden otorgarle sentido a una vida durante unos compases. Y eso solo está al alcance de las grandes personalidades vocales, artistas destinados a jugar la Champions de los elegidos para la gloria lírica. Lise Davidsen, como ya pudieron constatar quienes asistieron a su primer concierto wagneriano en España (en La Coruña, en 2021, luego repetido el año pasado en Madrid), pertenece a esta sacra estirpe.

Desde luego a nadie se le ocurriría ir a Barcelona solo para apreciar con qué ideas les va a sorprender la debutante en el sutil, complejo, absorbente universo wagneriano, Bárbara Lluch, la directora de escena. Ni asistirán con el ánimo de comprobar cómo de bien logra desempeñarse la directora musical, Susanna Mälkki, más afín al repertorio contemporáneo, en una obra que ni siquiera logró dominar del todo Leonard Bernstein. Pero la Davidsen, por ella misma, va a agotar todo el papel, no lo duden. Porque si, además, la llama no prendiese del todo, como es lo deseable, en la “obra de arte total”, al menos algún instante, un fogonazo de esta cantante seguramente justificará el desplazamiento.

El Liceu parece haber tomado buena nota de que sus últimos, mayores éxitos han venido ligados a la rutilante personalidad de uno o varios cantantes destacados: le ha pasado recientemente con la soprano Nadine Sierra, a la que ya se han apresurado a coronar como la nueva reina de la Rambla.

Y por eso, quizá, más que por títulos, que los hay en abundancia y cierto interés (desde las inaugurales Zorrita astuta de Janaceck y Akhnaten de Philip Glass, rara vez programada), el teatro barcelonés parece haber puesto, esta vez, el mayor interés sobre los intérpretes vocales (no se esperan tampoco aquí grandes batutas, quizá el director más interesante sea Daniel Oren, así como Antonini, Jacobs y Minkowski en sus especialidades).

En cuanto se destape el nuevo tarro se va a hablar del debut del tenor español Xabier Anduaga, uno de los favoritos del público vienés, como Werther. Asmik Gregorian y Saioa Hernández se batirán en el territorio del verismo, la primera con la señera Manon Lescaut, y la madrileña con uno de esos títulos que solo se rescatan cuando aparece una diva dispuesta a hacerle justicia, La Gioconda de Ponchielli. Dos citas señaladas en rojo principalmente por estas artistas siempre entregadas, pasionales animales escénicos (aunque es cierto que la Hernández ya cantó Gioconda en una temporada anterior).

También habrá grandes voces en los recitales y conciertos, aunque sería preferible contar con ellos en óperas representadas: Roberto Alagna se “encierra” con Puccini como ya hizo en La Scala, de donde casi sale a hombros, y Renée Fleming abandona por una noche su retiro dorado.

El teatro contará además con algunas de las jóvenes realidades de la cantera, como la soprano Sara Blanch, en unas Bodas de Figaro junto a André Schouen y el ascendente Alejandro Baliñas (un bajo que merece más oportunidades en su país), con  nueva producción de Marta Pazos, una directora interesante.

Y además se rinde lógicamente a Serena Saénz como ya han hecho últimamente los principales coliseos centroeuropeos (Viena, Berlín, Munich, …) hasta ofrecerle dos papeles relevantes en una misma temporada, en L’elisir d’amore  y Falstaff. Sin olvidarse por el camino de Leonor Bonilla, Marina Monzó, Mercedes Gancedo, María Miró, Sofía Esparza, …

La próxima temporada será la del adiós de Josep Pons como director musical de la casa, tras una época complicada en la que ha bregado (no siempre con éxito), por elevar el nivel de los cuerpos estables del teatro, orquesta y coro. Ha desempeñado un buen trabajo, sobre todo en lo que le ha correspondido al hacerse cargo, casi siempre, de títulos comprometidos que exigen gran entrega, pasión (no siempre) y resultados.

Pons se marchará con la obra testamentaria de Verdi, ese Falstaff que concluye con una célebre fuga en la que, después mezclar drama con comedia, como la propia vida, se afirma que “todo en el mundo es burla”. Como colofón, no está mal.

César Wonenburger

Publicado en El Debate el 5 de mayo de 2025

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