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Por Publicado el: 16/12/2017Categorías: En vivo

María José Montiel: Delirio en la Beneficencia

María José Montiel: Delirio en la Beneficencia

Fundación Columbus. Concierto Benéfico: María José Montiel (mezzosoprano), Ramón Tebar (piano) Ángel Luis Quintana (violonchelo). Pro­gra­ma: Obras de Falla, Cassadó. Mompou, Rodrigo, Guastavino, Ginastera, Ovalle, Ernesto Halffter, Hahn, Massenet y Chausson. Lugar: València, Salón de actos del Centre Cultural de la Beneficencia. Entra­da: Alre­de­dor de 400 perso­nas. Fe­cha: Lunes, 11 diciembre 2017.

María José Montiel ha vuelto a su «queridísima» València. Y una vez más, la mezzosoprano madrileña ha dejado constancia de su categoría artística y a lucir esa vocalidad poderosa, dúctil y apasionadamente cálida que tanto la distingue. Ha sido en el marco hermoso pero poco musical del salón de actos del Centre de la Beneficencia, en un concierto benéfico promovido por la Fundación Columbus. Junto a la diva, el acompañamiento al piano del director de orquesta Ramón Tebar, y el añadido ocasional y –musicalmente- prescindible del violonchelista Ángel Luis Quintana.

La Montiel se volcó en un programa bien rodado y que le va como anillo al dedo. Las Siete canciones populares españolas de Falla volvieron a sonar en ella con desgarro, sensibilidad y vocalidad popular y a un tiempo liederista. Desde el arrojo del Polo a la intimidad susurrada de la Nana, de la expresión de la Canción a la vehemencia de la Seguidilla murciana o a la emoción de la jota, la Montiel se centró en la esencia de ese «folclore imaginario» que alienta las siete pequeñas joyas fallescas. El matiz, el detalle, la intención de la palabra, de la sílaba… difícil imaginar una versión más clara, tan directa, tan desde el corazón, y dicha desde una vocalidad poderosa que la Montiel, artista de raza, lejos de exhibirla, la vuelca al servicio de una visión plena de luz y de destellos. Y de intención. Hay que remontarse a las más grandes, a Victoria de los Ángeles, a Teresa Berganza…, para encontrar una interpretación tan fascinante y fiel.

Tras este inicio desde la cúspide, la Montiel transitó por el mundo íntimo de Mompou, del mejor Rodrigo –Pastorcito santo-, y por los pentagramas próximos pero allende el Atlántico de Guastavino y Ginastera, dichos con esa expresividad intensa, cómplice y auténtica que tanto la hace sintonizar con el público, que llega así hasta casi sentirse coprotagonista de la interpretación. Cerraron la primera parte del programa dos joyas en las que ella reina junto a la gran Victoria: la canción Azulao, del brasileño Jayme Ovalle y la nostalgia infinita y portuguesísima del fado Ai que linda moça, segundo título del ciclo Seis canciones portuguesas, compuestas por Ernesto Halffter en 1943, durante sus años lusitanos.

Contó la Montiel con el acompañamiento desde el teclado de Ramón Tebar, un virtuoso que hace ya años que optó por la batuta, pero que mantiene vestigios de su clase como pianista. Brindó un acompañamiento cómplice, generoso, seguro y de oficio, aunque faltaran registros y colores. También timbres y detalles, como suele ocurrir cuando quien acompaña no es un especialista, como sí lo fueron Gerald Moore o, más cercano, el inolvidable Miguel Zanetti, que tanto colaboró con la Montiel.

Si no alcanzó la excelencia, el nuevo titular de la Orquesta de València salió bien airoso del brete de retornar furtivamente al piano. Particularmente en la segunda parte, en el colofón del recital, en un terreno para él tan familiar como la ópera. Ahí la madrileña se transformó en Dalila para bordar, bien acompañada por Tebar, una interpretación verdaderamente magistral, plena de sensualidad y opulencia vocal y escénica de la gran aria Mon coeur s’ouvre à ta voix, del Samson et Dalila de Massenet. Difícil imaginar hoy una versión más visceral, apasionada y convincente. Antes, en un universo más intimista y sugerente, la maravilla romántica de Le temps des lilas, de esa obra maestra que es el Poema del amor y del mar, de Chausson, donde María José Montiel dejó asomar sus rasgos más sugestivos y etéreos.

Tanto en el poema de Chausson como también en el aria de Dalila, cantante y pianista contaron con la colaboración del violonchelista Ángel Luis Quintana, que hizo sonar el estupendo instrumento Il Soldato. Se trata de una maravilla construida entre 1760 y 1770 por Giuseppe Gudagnini, adquirido por la Fundación Columbus, que ha tenido a bien cederlo a Quintana. Su sonido centenario brilló en los Requiebros de Cassadó, en la Elegía de Massenet y una Meditación de Thaïs dicha a velocidad de vértigo.

El público que completó el aforo del singular salón de La Beneficencia se volcó con el canto seductor de María José Montiel. Aplaudió a rabiar y la colmo de bravos. Exitazo. Visiblemente emocionada –en «Valencia me encuentro en casa», dijo en respuesta a tanto aplauso sin disimular unas lágrimas que casi no la dejaban hablar-, tuvo coraje aún para convertirse, fuera de programa, en una Carmen de armas tomar. ¡El delirio! Justo Romero

Publicada en el diario Levante el 15/12/2017

Un comentario

  1. Christopher JOHN 18/12/2017 a las 15:12 - Responder

    Totalmente por ‘coincidencia’ y la amabilidad de MUY buena gente circa de la verdadera Diva Maria Jose Montiel estuve presente en este concierto de encanto. Para mi Maria Jose as como una joya ‘tirado’ en un lago y una de las olas formadas por el impacto me ha recogido circa a la Fundacion Columbus. Hare todo en mi poder para ayudar este esplendido «ethos» y los seres humanos quien han abierto sus corazones para ayudar ninos quien sufren dolores inimaginables. GOD TRULY DOES MOVE IN MOST MYSTERIOUS WAYS !!!

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