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¿EL QUIJOTE? ¿QUÉ QUIJOTE?
Por Publicado el: 29/11/2005Categorías: En la prensa

Obituario James King

James King
La grandeza del mejor canto wagneriano

JUSTO ROMERO
Su figura era tan legendaria que muchos melómanos pensaban que había desaparecido hace ya años. James King, quizá el más completo tenor straussiano y wagneriano de la segunda mitad del siglo XX, falleció el pasado domingo en Naples, Florida, donde vivía retirado de los escenarios. Contaba 80 años y su rigurosa técnica vocal, forjada junto a nombres como Martial Singher y el emblemático tenor heroico Max Lorenz, le permitió una longevidad vocal absolutamente excepcional.
Adorado en los mejores escenarios internacionales, donde causaba furor con su canto elegante, poderoso y jamás forzado, su voz de tenor auténticamente dramático le permitió abordar los más temidos roles del repertorio germánico, aunque sin incursionar nunca en los más “heroicos”, como los de Tristán o Sigfrido. Efusivo Sigmundo, enigmático Lohengrin y noble Parsifal, protagonista incomparable de títulos straussianos como La mujer sin sombra (El Emperador), Daphne o Ariadne auf Naxos (Baco), cantó y grabó los más sustanciales personajes straussianos y wagnerianos con los mejores directores de su tiempo. Entre ellos, Karl Böhm, Erich Leinsdorf, Georg Solti o Rafael Kubelik, bajo cuya dirección registró en abril de 1971 una referencial versión de Lohengrin.
Fue uno de los tenores más queridos y respetados en Bayreuth, donde fue aclamado entre 1965 y 1975, en los roles de Sigmundo, Lohengrin y Parsifal, bajo la dirección de, entre otros maestros, Karl Böhm, Alberto Erede y Pierre Boulez. Su legendaria pareja de “welsungos”, en el primer acto de La valquiria, junto a la inconmensurable Sieglinde de la soprano Leonie Rysanek y la batuta de Karl Böhm, supuso uno de los hitos del llamado “Nuevo Bayreuth”.
En España, aún se recuerdan sus inolvidables interpretaciones de Sigmundo o del papel de Egisto, que encarnó en una versión concertante ofrecida en el Palau de la Música de Valencia el 16 de diciembre de 1995, en una noche memorable en la que coincidieron nada menos que Eva Marton y su célebre compañera de escenario Leonie Rysanek, con la que tantas noches antológicas compartió en Bayreuth y en tantos otros escenarios internacionales.
Las palabras que en la crítica provocó aquella actuación valenciana de las entonces veteranísimas figuras –King contaba 70 años y la Rysanek 69- son reveladoras de la grandeza de estos personajes irrepetibles: “Hablar de Leonie Rysanek y de James King es referirse a lo más granado de la lírica de este siglo. Los dioses nunca mueren, y ellos, como tales, desde el Olimpo fabuloso del Palau de Valencia y tras casi medio siglo de carrera, han revalidado su eternidad vocal”. Hace solo cinco años, King cantó en el Metropolitan de Nueva York ¡con 75 años! su última encarnación del exigentísimo papel de Sigmundo.
Artista cálido y apasionado, James King había nacido en el seno de una familia de honda raigambre europea: su padre era oriundo de Irlanda y su madre procedía de una familia de origen alemán, razón por la que dominaba perfectamente el idioma de Wagner. Sus estudios musicales se volcaron inicialmente en el violín y en el piano, instrumentos que trabajó en la Universidad de Kansas City. Pero, ante las facultades evidentes y portentosas de su voz, su carrera se orientó finalmente hacia el canto. Comenzó a trabajar papeles de barítono, tipología vocal que marcó sus primeras actuaciones en público.
Su debú profesional como tenor se produjo en Florencia, en 1961, donde se presentó interpretando el papel de Mario Cavaradossi en Tosca, de Puccini. Entre 1962 y 1965 formó parte del elenco de la Deutsche Oper de Berlín, donde cantó repertorio francés e italiano, además de tener ocasión de pulir los mejores roles del repertorio alemán, que pronto se convertirían en bastión de sus actuaciones. Miembro honorario de la Ópera de Viena, triunfó igualmente en el Metropolitan neoyorquino, Scala de Milán, Covent Garden de Londres y Ópera de París, con roles tan diversos como Florestan (Fidelio), Manrico (Il trovatore), Calaf (Turandot), y, por supuesto, los principales papeles wagnerianos y straussianos.
Su voz, de generoso y muy calibrado registro, se caracterizó siempre por unos graves corpóreos y cálidos que tenían mucho que ver con su origen baritonal. A sus virtudes puramente vocales, King añadió una inteligencia musical y una expresividad inconfundibles, que casaban perfectamente con el peculiar mundo estético de la ópera romántica alemana. Con su desaparición, se extingue definitivamente una especie de tenores única.
Si la muerte de Alfredo Kraus supuso el fin de la época belcantista, la pérdida de James King representa ahora la extinción del último bastión del gran canto alemán. Afortunadamente, para la posterioridad, y como insustituible documento sonoro, queda su pródiga e impresionante discografía, que ahora resonará con especial intensidad en la memoria de los miles y miles de melómanos que tantas veces se han conmovido con el canto inconfundible de este artista inolvidable.

James King, tenor, nació en Dodge City (Kansas, Estados Unidos), el 22 de mayo de 1925, y falleció el domingo, 20 de noviembre de 2005, en Naples (Florida, Estados Unidos), con 80 años.

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