La ópera adquiere el protagonismo en la nueva temporada de La Zarzuela
La ópera adquiere el protagonismo en la nueva temporada de La Zarzuela
El Teatro de la Zarzuela anuncia para sus próxima temporada óperas de Albéniz, Falla, Granados, Penella y García, sin ninguna gran estrella en sus repartos, pero con dos de los títulos principales confiados a los reconocidos directores de escena Giancarlo del Monaco y Cristof Loy.

El director de escena Giancarlo del Monaco regresa a la Zarzuela
La nueva temporada del Teatro de la Zarzuela se presenta ambiciosa en la selección de los títulos, con una preponderancia muy acusada de la ópera sobre las obras del popular género lírico español. Parece como si allí se hubieran propuesto, ahora, escapar del casticismo mediante elecciones, quizá, más sesudas.
Habrá nuevas producciones de Pepita Jiménez de Albéniz y El gato montés de Penella, junto a montajes ya conocidos de Goyescas de Granados y El retablo de maese Pedro de Falla, que se unen en un programa doble, y de El Gitano por amor de Manuel García, cuyo rescate ya promovió el barítono Carlos Álvarez, en Málaga, en septiembre. Los 250 años del nacimiento de García, uno de los principales músicos españoles de todos los tiempos, había pasado inadvertido para este teatro durante la pasada temporada. Llegará un año más tarde.
Las dos puestas en escena relevantes de este curso se han destinado a sendos prestigiosos directores extranjeros: Gian Carlo de Mónaco para Pepita y Christof Loy, un habitual del Teatro Real, en El gato montés. Si los espectáculos ofrecen el nivel esperado (el italiano es un gran hombre de teatro), quizá la operación sirva, más adelante, para que otros coliseos internacionales se interesen también por llevar estas obras a sus carteleras. Desde luego, el título de Penella ofrecería mayor interés que la enésima reposición de La favorita de Donizetti (algo que solo se justificaba cuando esta ópera la cantaban Kraus o Pavarotti, lo que ya no va a volver a ocurrir por ahora).
El público más habitual de la Zarzuela, el que a veces se lanza a cantar de improviso, por lo bajo (y no tanto), durante las representaciones, en medio de la romanza más conocida, y se emociona con la música que seguramente le despierta recuerdos de otros tiempos, mejores o peores, tendrá esta vez pocas ocasiones de hacerlo (salvo quizá por el conocido pasadoble de Penella).
La configuración más “intelectualizada” de esta próxima temporada apenas les deja a esos aficionados el desquite de Jugar con fuego, la obra maestra de Barbieri, confiada a la dirección de la interesante Marina Bollain, y quizá el descubrimiento de El potosí submarino, una zarzuela cómico fantástica de Arrieta. En el Bohemios de la serie Zarza, a la que esa parte de la asistencia más veterana no suele acudir con tanto entusiasmo, un poco por prevención, en cambio, sí que podrían cantarlo casi todo y sin molestia para los vecinos de butaca, porque los jóvenes intérpretes que el teatro suele elegir para estos espectáculos en contadas ocasiones dan el nivel.
El capítulo vocal, con los repartos anunciados, resulta más bien discreto, salvo en ocasiones puntuales (regresan las sopranos Ángeles Blancas, María José Moreno y los tenores Antonio Gandía y Alejandro Roy, por ejemplo). No aparece casi ninguno de los intérpretes españoles que hoy hacen carrera en los principales coliseos internacionales: ni sombra de Saioa Hernández, Sara Blanch, Serena Sáenz, Rosalía Cid, Xabier Anduaga, Ismael Jordi, Juan Jesús Rodríguez (que obtiene un concierto de consolación, cuando resulta el más interesante barítono que se puede escuchar ahora mismo en la Zarzuela), Carlos Álvarez, Simón Orfila, Vanessa Goikoetxea, …
Algo insólito, las voces más importantes del nuevo curso son las que se supone que ha logrado reunir el programador Paco Lorenzo para su Ciclo de lied: vienen Benjamin Bernheim, Marina Rebeka y el ascendente Huw Montague Rendall, entre otros. Cuando se empezó a invitar a estrellas como Elina Garança, Sonya Yoncheva o, en menor medida, Lisette Oropesa para que ofrecieran conciertos con páginas de zarzuela en el teatro de la calle Jovellanos, entonces se dijo que era una manera de convencerlas para que se incorporaran, en el futuro, a los repartos de obras completas.
Los argumentos no deben haber resultado muy convincentes porque ni están ni se les espera, pero ni a estas ni ninguna. A cambio se ha programado al tenor Leonardo Caimi (¡…!) en Pepita Jiménez, un rol que llegó a cantar en ese escenario el gran Alfredo Kraus, y Pietro Spagnoli en El gitano por amor.
Tampoco se aprecia especial brillo en el capítulo de las batutas invitadas, buenas todas pero sin un espacio para lo verdaderamente excepcional. En el pasado, hubo algún intento por incorporar a directores de talla internacional, como Donato Renzetti, por ejemplo. Pero es que también ahora hay magníficos directores españoles que trabajan en la Ópera de Viena, como el caso inexplicable de Ramón Tebar, que luego resultan despreciados en su propia tierra.
Y, por cierto, al proscrito Plácido Domingo (que estos días iba a dirigir y ahora suspendido en el último momento el Réquiem de Verdi en una iglesia madrileña), se le vuelve a condenar a la clandestinidad, obligado a comparecer de tapadillo como un asistente más, anónimo, al teatro, mientras se le niega el obligado homenaje en vida a un artista que, cuando estaba en plenitud, reclamado en todo el mundo, siempre hacía un hueco, todos los años, para exhibirse en una casa madrileña donde artísticamente no se jugaba nada aportando él, en cambio, muchísimo. Cualquier día de estos ocurrirá lo inevitable y se pelearán por exponer su féretro en el escenario, entre muecas de dolor fingido y trillados discursos grandilocuentes.
Publicado en “El Debate”
Da gusto leer manifestaciones tan certeras.
Hay rectores culturales que quieren tapar el sol con una mano.