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La crítica ante el "Rigoletto" en el Teatro Real
Homenaje a Enrique Franco en la ORCAM
Por Publicado el: 04/06/2009Categorías: Crítica

“Rigoletto” en el Teatro Real

“Rigoletto” en el Teatro Real
Estética sobre emociones
“Rigoletto” de Verdi. R.Frontali, P.Ciofi, J.Bros, M.Spotti, N.Surgulazde, M.Obiol, L.Faria,etc. Orquesta y Coro del Teatro Real. R.Abbado, dirección musical. M. Wagemakers, dirección escénica. Teatro Real. Madrid, 3 de junio.
En los doce años de historia del Teatro Real ya se había presentado “Rigoletto” en una coproducción allá por 2001, por lo que en principio sólo había una razón de peso para reprogramarlo: la presencia de Juan Diego Flórez, que se dijo iba a debutar en el papel del duque de Mantua. De hecho su nombre colgaba en la web del Real hasta hace pocos días aún cuando se había descolgado del reparto el verano pasado. Era algo lógico dada la centralidad de “Parmi verder le lacrime” y su incompatibilidad con los sobreagudos rossinianos. Pero se cayó Flórez y tras él Leo Nucci –excepto de una función testimonial-, Francesco Meli y Fabio Sartori. Toda una “maldición”. La puesta en escena de hace ocho años pecó de frialdad escénica, de una interpretación vocal y musical simplemente discreta, amén de un montón de problemas y ruidos en sus plataformas giratorias. Era algo a superar y no se ha conseguido del todo.
El gran problema de la remozada producción de este “Rigoletto” proveniente de Amsterdam es su frialdad, incrementada por otra paralela en el foso. La puesta en escena -una plataforma hidráulica rectangular y un par de añadidos- es estéticamente bellísima, impresionante en momentos como la muy griega segunda aparición de Monterone. Se ha contado que se trata de la producción más compleja vivida en el teatro. No se entiende, por cuanto lo que el espectador ve es algo visualmente precioso pero tan minimalista que casi podría calificarse de semiescenificación con vestuario y, desde luego, el mismo resultado visual podría haberse alcanzado con enfoques tecnológicos mucho más simples. El escenario sirve para “Rigoletto” como serviría para “Traviata” o cualquier otro título, dada su nula correspondencia con el libreto. En él se lee “”¿Está siempre cerrada la puerta que da al bastión?”, pero no hay puerta ni torre. El duque expresa lo bien que se duerme al aire libre, pero baja a un sótano. Cierto que la ópera es convención, pero también que Monique Wagemakers no da diana en la línea que pretende y en la que Willy Decker dio toda una lección con su “Traviata” salzburguesa. El genio no es algo universal.
Roberto Abbado –que no Claudio como decía un espectador despistado mientras le aplaudía- se conoce las notas de la partitura pero no sus matices. Se desenvuelve en las dinámicas, abusando bastante de los fortes, pero no en los tempos y mucho menos en sus emociones. Los primeros resultan caprichosos, a veces tan rápidos como para impedir matizar en el canto – p.e. el dúo del tercer acto entre barítono y soprano- y en otras, como “Caro Nome”, manda la lentitud. Se hace camino al andar, pero a la orquesta le queda trecho por recorrer y precisa un buen guía.
A Roberto Frontali simplemente le viene grande un papel tan perfilado como Rigoletto, basta escuchar la nula intención de indiferencia simulada del «Lara, lara, lara» o de profundidad en el «E bene, io piango» de su gran escena y a José Bros no se le acaba de encontrar cómodo en la mezcla de tesituras centrales y agudas, aunque lo disimule con inteligencia. Tampoco Patrizia Ciofi da lo mejor de sí, aparte los excelentes «Caro nome» y «v’ho ingannato» , por escasez de fuelle y veladuras en algunos registros. A algunos persanajes secundarios pero claves, como Monterone, les falta presencia.
El “drama musical” que perfilaron Wagner y Verdi exige más que una belleza que puede sí en cambio podría bastar en el bel canto. Exige que se transmitan los sentimientos y los grandes y numerosos duos pasaron sin pena ni gloria. Algo falla si “Rigoletto”, “Traviata”, “Boheme” o “Butterfly” no emocionan al espectador y el público aplaudió salvo ligeras discrepancias pero nunca tuvo ocasión de llevarse el pañuelo a los ojos. Gonzalo Alonso

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