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Entre Antones
Por Publicado el: 03/12/2009Categorías: Crítica

Un «Trovador» entre telas

X aniverario del nuevo Liceo
Un «Trovador» entre telas
«Il Trovatore» de Verdi. M. Berti, F. Cedolins, L. D’Intino, V. Vitelli, P. Burchulazde. Coro y Orquesta del Gran Teatro del Liceo. G. Deflo dirección de escena. M. Armiliato, direcciónMusical. Teatro del Liceo. Barcelona, 2 de diciembre.
Los himnos nacional y de Cataluña, en honor a la Reina y el sin fin de autoridades presentes, supusieron las primeras notas musicales de una apertura de temporada en el Liceo, en la que se conmemoraban los diez años de su reinauguración. Se eligió para la ocasión «Il Trovatore», una obra tan popular como problemática, en la que la base siempre deben ser cuatro y media grandes voces y en la que la puesta en escena no puede confundir más de lo que ya lo hace el disparatado libreto. Conocida es la afición del Liceo por la ópera en concierto y, aunque no se anunciase así, eso es lo más parecido a lo que se ofreció. Deflo basó toda la escena en la propia caja acústica, desnuda en el cuadro final, y unas enormes telas traseras desplegándose como velas, que impregnaban de una curiosa mezcla entre orientalismo y helenicismo al drama del español García Gutierrez. Un vestuario entre blancos, negros y rojos, junto con una iluminaciónque no se pudo apreciar debido a las imposiciones de la retransmisióntelevisiva, completaban una apuesta escénica que no perturbaba la música porque no aportaba nada. Las dudas son obvias: ¿Es esto lo que merece la obra tras 16 años de ausencia y con nada menos que 19 funciones programadas? ¿Es la mejor forma de tratar de recuperar los dos mil abonos perdidos? ¿Tiene sentido el coste de las telas sólo por el hecho, según se dice, de carecer de costuras? El caso es que se abrió temporada con un abucheo a la escena.
Desde luego carece de sentido que se dedicase un mes de ensayos a una acción tan parca en movimientos y que, cuando los introduce, cae en el ridículo -vease el pretendido ballet de soldados- y, de otro lado, tampoco parece haber servido para que solistas y orquesta estuvieran siempre de acuerdo. Esta última es el gran tema pendiente del teatro. Cumplió sin más Marco Armiliato.
El Liceo no podía dejar de echar el resto en el cast y lo hizo, contratando uno difícil de superar hoy día aunque, bien es cierto, lejos de los del Metropolitan hace tan sólo 25 años. Fiorenza Cedolins, querida en Barcelona como las grandes de antaño, fue la gran triunfadora. Es la suya una Leonora muy musical y eminentemente lírica ante todo, primando la contención. De ahí que pudiese echarse de menos ligereza en la cabaleta inicial o un mayor efecto dramático en el «Miserere». Marco Berti empezó en forma, con su clara voz de tenor lírico y buena proyección, pero por algún motivo desconocido se vino abajo en su gran escena, terminando «Ah si ben mio» a trancas y barrancas y despidiendo la «pira» con sendos agudos breves y no del todo colocados. Luciana D’Intino compuso una Azucena de fuste, mientras que a Vittorio Vitelli, que sustituía a Frontali, le faltaron oscuridades en el color para sugerir la tenebrosidad del Conde de Luna. Paata Burchulazde prestó su ahora oscilante pero aún gran voz de bajo.
No fue un «Trovador» para el recuerdo, pero ya lo dice el refrán: el hombre propone y Dios dispone. Gonzalo Alonso

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