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Por Publicado el: 04/12/2009Categorías: Crítica

«Andrea Chenier» toma la Bastilla con una nueva producción que se verá en el Real

Nueva etapa en la Ópera de París
Andrea Chenier toma la Bastilla
“Andrea Chenier” de Giordano. M.Alvarez, S.Murzaev, M.Carosi, M.J.Montiel, S.Tocyska. Coro y Orquesta de la Ópera Nacional de Paris. G.del Monaco, dirección de escena. D.Oren, dirección musical. Teatro de la Bastilla. París, 3 de diciembre.
Hacía décadas que una obra tan parisina como “Andrea Chenier” no se representaba. Ahora, en la nueva etapa de Nicolás Joel como director, le ha llegado su hora al poeta condenado por el tribunal de la revolución. Joel abrió su ciclo con una producción de “Mireille” de Gounod, firmada por él mismo pero no nueva y de aquí que no sea hasta este “Andrea Chenier”, con una gran producción, cuando Joel muestre realmente la filosofía de su mandato. De ahí también que algunos de los fans de Gerard Mortier, el anterior director del teatro, hubiesen preparado su ataque. Lo intentaron unos veinte de ellos con abucheos al acabar la representación, pero fueron inmediatamente ahogados por las ovaciones del público. Giancarlo del Monaco es responsable de la dirección de escena y la producción ha sido alquilada por el Teatro Real y se verá esta misma temporada en él.
Podría establecerse un cierto paralelismo con la tan aclamada “Boheme” del Real, quizá la ópera del teatro que más ha viajado. Concepto clásico, respetuoso con la época aunque recreando aspectos como vestuario y pelucas, y repleto de espectacularidad. También, como sucedió en Puccini, lleva incluida una sorpresa escénica. Hay en este “Chenier” todo y más de cuanto un aficionado espera ver en esta obra. El trabajo actoral resulta notable en los numerosos personajes secundarios y de menor calado en los protagonistas, algo aferrados a sus vicios y rutinas personales. Daniel Orén dirigió con tempos erráticos y exceso de volumen a una orquesta y un coro eficaces. Las arias de tenor y soprano parecían no tener fin. Marcelo Álvarez no es el spinto que precisa la partitura, por lo que adapta la parte a sus características vocales y, aún así, le viene muy justa por momentos. En el recuerdo queda, en la misma línea, el muy superior Chenier de Carreras. Micaela Carosi sí que reúne la voz precisa para Magdalena y crearía un personaje de referencia si se esforzara algo más en no calar, pero emocionó en “La mamma morta”. La cuerda de barítono es hoy la más escasa, por lo que se agradecen en Gerard timbre y caudal como los de Sergei Murzaev. Las mismas grandes ovaciones que los anteriores fueron destinadas a la aparición en solitario de María José Montiel, una emotiva Madelon con preciosos detalles en su única escena. Al final un éxito canoro escénico, canoro y orquestal, no frecuente en la anterior etapa. Gonzalo Alonso

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