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"Bodas de Fígaro", vuelta a la esencia
LA FIEBRE Liszt
Por Publicado el: 03/12/2011Categorías: Crítica

Una arrebatadora «Lady Macbeth»

Temporada del Real
Arrebatada “Lay Macbeth”
“Lady Macbeth vom Mtsensk” de Shostakovich. E.Westbroek, V.Vaneev, L.Ludha, M.König, C.Wilson, etc. M.Kusej, dirección de escena. H.Haenchen, dirección musical. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Teatro Real. Madrid, 3 de diciembre.
Shostakovich alcanzó un gran éxito con su segunda ópera en 1934, hasta el punto que casi alcanza los dos centenares de representaciones entre Moscú y Leningrado en sus dos primeros años de vida. Sin embargo, tras un día contar con Stalin como espectador, todo cambia: la partitura se retira de los escenarios, su autor es llamado a interrogatorio y empieza a dormir vestido junto a una pequeña maleta, temiendo ser detenido o asesinado de un momento a otro. Al ver la ópera –y más en la producción de Kusej- se hace comprensible, no en vano el ambiente de aburrimiento y opresión que rodea a la protagonista Katerina de algún modo discurre paralelo al del pueblo ruso de los años 30, ese pueblo que, como Katerina, cada vez que se libera también se suicida. Pero, al margen de toda esta historia, “Lady Macbeth” es una gran obra, cuyo análisis más simple nos llevaría a una exclusiva doble página.
La presente producción se estrenó en Ámsterdam en 2006 para celebrar el centenario del compositor. El interés prende desde que aparece la rubia platino Katerina en un paralelepípedo, cuyas paredes de cristal retratan el vacío del que sólo la saca una colección de zapatos que también acaba por aburrirla. Enseguida entra su suegro y con él el elenco de personajes con caracteres estereotipados en los que la humanidad de Katerina es una excepción y por ello la única que atrae nuestras simpatías pero, sobre todo, surge arrebatadora la música de Shostakovich, con su dramatusmo, ironía, sarcasmo y potencia decibélica. A partir de ahí Kusej narra la historia de forma que inicialmente puede parecer gratuita en las escenas de violencia y sexo exagerado –tremenda la violación a la casi totalmente desnuda cocinera- pero que engancha al espectador, a pesar de que éste opine que es excesiva tanta abundancia de ropa interior. Sucede como con esas escenas del cine que algunos no quieren ver, pero que las ven con los ojos semicerrados y volviendo la cabeza. Y, entre tanta sordidez, aún quedan momentos para la poesía escénica, apoyada por los impresionantes interludios sinfónicos. Sin embargo la producción escénica no funcionaría sin una gran dirección orquestal. El Real no cuenta con la absolutamente impresionante de Maris Jansons en Amsterdam, sino con la de un Hartmut Haenchen más practicón pero capaz de obtener de orquesta y coros una prestación sobresaliente. Casi todos los intérpretes son los de Amsterdam, salvo el tenor Michael König de canto intenso pero físico no muy adecuado a lo que la escena exige de él. Si todos ellos están magníficos, el gran éxito se lo lleva muy merecidamente Eva-Maria Westbroek, absolutamente soberbia en su interpretación vocal y escénica. ¿Cuánto reposo precisará tras una actuación así? Es de las aportaciones de la era Mortier que quedarán en el recuerdo. El público fue sabio una vez más y apreció la enorme calidad de lo que tenía delante por encima de otras considerscioness, mostrando con claridad todo su entusiaso.
Queda una objeción y una reflexión. Kusej cambia el final. Lo que inventa resulta desolador pero el original, con Katerina suicidándose abrazando a su rival para que se ahogue con ella en las frialdades de un lago es mucho más estremecedor. De otro lado y estando ante una gran espectáculo ¿Era lógico programar este título cuando el Real vivió otra magnífica producción, con Rostropovich, en 2000? ¿Era lógico repetir “Pelleas y Melisande” y esta vez con peor resultado que la excelsa de 2002? ¿Era lógico abrir temporada con la tercera “Elektra” distinta que se vio en el Real? ¿Lo es, en estos tiempos, encargar nuevas producciones de “Wozzeck”, “Clemencia de Tito”, “Don Carlo” o algunas otras, cuando el teatro tiene las suyas propias apenas amortizadas? Respondanse ustedes. Dicho lo cual, no se pierdan esta «Lady Macbeth». Gonzalo Alonso

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