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Por Publicado el: 05/09/2004Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Ángel Álvarez

Ángel Álvarez
Todos nosotros tenemos figuras ligadas a nuestras vidas sin que muchas veces hayamos llegado a conocerlas. Desde finales de los sesenta hasta este verano, la friolera de cuarenta años, hubo alguien del mundo de la música que siempre acompañó mi vida. Muy pocos conocen este hecho. Ël desde su “Caravana” en La voz de Madrid me hizo interesarme por lo que bien podríamos llamar, como uno de sus programas, “los clásicos de la música ligera”. “Alta Fidelidad”, los citados “clásicos” y finalmente “Vuelo 605” ofrecieron siempre lo mejor de lo mejor, conocidos y no tan conocidos y lo hacían con un toque muy personal tanto en el fondo como en la forma. La voz, los conocimientos y la amenidad –lo bueno si breve, dos veces bueno- provocaron que muchos le fuésemos siguiendo a través de las ondas. De aquella Radio Peninsular de 1963 a radio Madrid FM, la Cadena Minuto y, últimamente, M80.
Ángel Álvarez se mereció todos los premios por ser el mejor en su género. Los mereció y afortunadamente, aunque algo tardíamente, los obtuvo: Premio Nacional de la Radio (1973), Ondas (1999), Premio Nacional de Música (2002), etc. Trabajaba en los últimos años desde su propia casa, donde había montado un estudio perfecto. Grababa en él sus programas y los enviaba a la emisora. Cuarenta años que han pasado en un suspiro. Ángel parecía eterno, pero no. Falleció el pasado agosto a los ochenta y siete años. No sé si se despidió de todos nosotros el 27 de junio. Siento no haber escuchado su último programa.
En mi recuerdo quedarán siempre canciones que él mostró y que tardé años en conseguir en disco como “¿Dónde está la melodía?” de Brenda Lee -¿no les suena la pregunta?- ó alguna que aún hoy no he logrado como “Dame tiempo” de Timy Yuro. Todas estarán en su inmensa discoteca que espero no sea dilapidada. Una fundación debería hacerse cargo de ella y aquí estoy para ayudar si hace falta.
Cuando desaparece alguien como Ángel Álvarez a uno le invade un tremendo desasosiego. De un lado se va media vida que estaba ahí sin que uno se diera cuenta. De otro se va lo mejor dejando cada día una mayor mediocridad. Los que hayan leído “El malogrado” de Thomas Bernhard saben a lo que me refiero. Es la angustia de saber que nunca vas a llegar a lo que llegaron personas como Ángel. ¿Felices los que ignoran sus propias limitaciones y sus distancias al verdadero genio!

Gonzalo Alonso

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