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La Bruja en Sevilla
Por Publicado el: 11/07/2009Categorías: Crítica

Bodas de fino, fandango y azahar

Mozart en el Teatro Real
Bodas de fino, fandango y azahar
“Bodas de Fígaro” de Mozart. L. Pisaroni, I. Rey, L. Tezier, B. Frittoli, M. Comparato, R. Giménez, J. Fischer, C. Chausson, E. Viana, etc. Orquesta Sinfónica de Madrid. Escenografía: D. Bianco. Figurines: R. Shussheim. Iluminación: E Bravo. Dirección escénica: E. Sagi. Dirección musical: J. López Cobos. Teatro Real. Madrid, 11 de julio
Hace pocas fechas se ofrecía en una cadena digital un “Cosi fan tutte” de escenografía imposible pero no tanto como para dañar una música que fluía porque Mozart podía con todo. Lamentablemente no siempre es así y vivimos años en los que las producciones no ayudan a enmarcar las partituras, sino que son éstas las que se intentan encajar a martillazos dentro de las “ideas” del genio de turno. Parece que afortunadamente empieza a nacer en público y patrocinadores una reacción contra tales excesos que aún está por llegar a España, donde en casi todo andamos con cierto retraso. Del muy conceptual y bello, pero frío y frustrante “Rigoletto” pasamos a cerrar temporada con unas “Bodas” realistas de Emilio Sagi, regista habitualmente de buen gusto y a quien le gusta meterse en las obras y comprender las intenciones de los compositores. La presente producción, en la que han participado Bilbao y Las Palmas, cuenta con goyesco vestuario de Renata Schussheim y vistosa escenografía de Daniel Bianco, ex director técnico del Real, que sitúa la acción en la Sevilla del siglo XVIII y no hurta ni su luz ni sus olores. La sala se llena de azahar. Allí está el drama, la opresión de los nobles sobre los sirvientes, pero también la alegría de vivir de estos y, por doquier, la componente sexual innata a la pieza teatral y hasta a la música. Sagi se recrea en todo ello sin vulgaridades, en un trabajo escénico de los mejores de los últimos años sobre «Bodas».
Jesús López Cobos ofrece íntegro el habitualmente trasquilado cuarto acto, recuperando arias de personajes secundarios, como Marcelina o Don Basilio, hasta superar ampliamente las tres horas de música. Lo construye bien y resuelve razonablemente las mayores complicaciones que plantea una partitura que Mozart revisó muy a fondo, como se deduce de la edición Bärenreiter publicada en 2001. Así el increíble final del acto II se llena de lógica, continuidad y unidad aunque, como todo , a falta de un punto de brillantez y chispa El reparto, como la contenida orquesta, también funciona, empezando por el lujo de personajes secundarios como el Basilio de Raúl Giménez ó el Bartolo de Carlos Chausson. Las tesituras suelen ser un problema. La Condesa, que responde a una voz de lírica ancha, sin embargo está escrita con frecuencia por encima de Susana, que se supone una ligera. Otro tanto sucede con Fígaro y el Conde. Barbara Fritoli e Isabel Rey, algo justas pero artistas, encajan satisfactoriamente, al igual que Luca Pisaroni y Ludovic Tezier. La primera aborda mejor “Dove sono” que “Porgi, amor”. La segunda impregna de su clarísimo erotismo el “Deh, vieni non tardar” y ambas disfutan al redactar la nota de la “Canzonetta sull’aria”, momento al que por otro lado y como debe ser Sagi otorga relieve. Pisaroni luce una consistente gravedad en su timbre de bajo-barítono que no le impide hacer justicia a la ligereza de algunos momentos y Tézier convence en su credo “Hai gia vinta la causa!”. Marina Comparato cumple y divierte como Cherubino.
Es la tercera vez que “Bodas” aparece en las temporadas del Real -1997/98 y 2002/03 con anterioridad -y lo volverá hacer cerrando el primer año de Mortier en un gesto con un antecesor que le honra. Se trata de un gran título en el que Beaumarchais, Da Ponte y Mozart lograron hacer realidad lo que la ópera debe ser: teatro y música, música y teatro. La producción del Real hace justicia a la obra y así lo comprendió el público con sus aplausos. Es lo mejor que se puede decir e, ironías del destino, el coro que, apenas recién contratado, empezó a crear problemas en el teatro en 1997 por no querer bailar las danzas, se despide con el mismo título doce años después. Memoria histórica lo llaman. Gonzalo Alonso

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