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Por Publicado el: 23/04/2021Categorías: En vivo

Crítica: el Mozart de Currentzis en Ibermúsica

El Mozart de Currentzis

Sinfonías 40 y 41 de Mozart. Orquesta Musicaeterna. Teodor Currentziz, director. Auditorio Nacional- Madrid, 21 de abril de 2021.

Ibermúsica no ha podido llevar adelante sus dos temporadas -2019/2020 y 2020/2021- con las que celebrar sus cincuenta años de vida a causa de las interrupciones de conciertos desde marzo de 2020. Ahora vuelve tímidamente para recordarnos que sigue aquí con sus esperanzas puestas en el otoño, deseos que esperamos se vean cumplidos, con un abono de primavera de tres conciertos:  el trío formado por Joshua Bell,  Steven Isserlis y Evgeny Kissin (5 de mayo) y las hermanas Labèque (18 de mayo) y éste aquí comentado.

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Foto: Rafa Martin

La Orquesta Musicaeterna ha tenido que aplazar varias veces su gira, pero por fin ha aterrizado en Madrid con casi medio centenar de profesores. Fundada en Novosibirsk en 2004, fue residente de la Ópera de Perm hasta su traslado a San Petersburgo. Teodor Currentzis es su titular y ambos han logrado reconocimiento mundial. Para su concierto madrileño ha elegido un programa aún más breve de lo recomendado para estas fechas: apenas una hora y, lo que es más infrecuente, sin una sola propina.

 

Las tres últimas sinfonías de Mozart, de 1788, han eclipsado otras posteriores del papá Haydn, como “La sorpresa”, “El milagro”, “Militar”, “El relog”, “El redoble de timbal” o “Londres”, y de alguna forma representan el legado sinfónico que recogerá Beethoven. Las 40 K.550 y la 41 K.551, conocida por “Júpiter” fueron las interpretadas en Madrid.

El casi medio centenar de profesores de la orquesta tocaron con mascarillas, de pie en todo momento, salvo naturalmente la cuerda grave. Currentzis, delgadísimo, se presentó con un chaleco negro sin mangas, camisa blanca y unos pantalones tan ceñidos que casi eran una malla, resaltando su delgadez. Puede parecer una anécdota, pero ello, unido a un podio convertido en adorno innecesario y el maestro deambulando, bailando y saltando entre los cuerda y dicho podio, le hacían parecer una especie de gnomo. Ciertamente dudo de la utilidad de tanta exhibición gesticular. Desde luego él no pujará en la anunciada subasta de una batuta de Rossini, porque no la precisa. Un célebre director decía que era mal maestro quien sudaba al dirigir. Currentzis no dejó de secárselo. Lo que sin duda es cierto es que el público estuvo más entretenido que habitualmente, aunque se pudiese distraer de la propia música. Son las originalidades de los tiempos que corren. Por lo demás, sus lecturas siguieron los cánones conocidos por sus interpretaciones del “Requiem” o el ciclo Da Ponte grabado. Sus visiones pueden gustar más o menos, pero siempre resultan originales e interesantes, con el denominador común de su vitalidad. Tras un más anodino primer movimiento de la 40 respecto a lo esperado, nos dejó un precioso andante, detallado, matizado, hasta revelador. No tuvo la misma resolución el mismo tiempo de la 41, ese por el que parece desfilar el “Don Giovanni”, escrito un año antes. Sí que respondió a la energía, también de tempo, que le caracteriza el potente arranque del “allegro vivace” de esa misma 41 y también su conclusión. Muchos aplausos y muchos saludos de los músicos a todo el perímetro del auditorio doblando el espinazo, hasta que abandonaron el escenario dejando al público con la miel en la boca. Gonzalo Alonso

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