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Por Publicado el: 20/06/2023Categorías: En vivo

Crítica: Elegante poderío de Judith Jaúregui

Elegante poderío

Fecha: 14-VI-2.023. Lugar: Teatro Victoria Eugenia, San Sebastián. Programa con obra de Franz Schubert: Drei Klavierstücke D.946; 2 Scherzos D.593; y Wanderer Fantasie Op 17, D.760. Pianista: Judith Jaúregui. Producción: Donostia Musika.

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Judith Jáuregui

Sesenta y siete minutos -de seguido- con cuatro llamadas a escena sentidas, queridas y unánimemente aplaudidas, sería el tosco resumen del magnífico concierto que ofreció la pianista donostiarra Judith Jauregui en su querido teatro Victoria Eugenia, acariciado por las transeúntes aguas del desembocado rio Urumea. Este evento ha supuesto una de las más importantes cumbres (hasta el momento) que durante el electoral 2023 ha conformado el ciclo dedicado a Franz Schubert, del cual ya se han dado otras valoraciones merced a la generosidad de Herr Beckmesser.

La expectación ante este concierto ya venía de hace meses en solicitud de entradas. De la capital vizcaína se desplazó exprofeso un autobús y de la vecina Francia fue notoria la presencia de la lengua de Molière. De entrada Jauregui, con el oportuno aviso previo por la megafonía de sala, cambió el orden de las obras a interpretar, lo cual resultó todo un acierto a la hora de dosificar su entrega ante las composiciones del genial vienés.

Sus manos abrieron luz sobre el teclado presentándonos la obra póstuma del compositor titulada Drei Klavierstücke, D.760, ‘Tres piezas para Piano’, compuesta en mayo de 1828 (seis meses antes de su temprano fallecimiento) que fue editada, después de su defunción, por Johannes Brahms. Estamos ante una obra que, dada su escasa interpretación, ha tenido el marchamo, por parte de la pianista, de un especial regalo para sus conciudadanos, mostrando el elegante poder de su permanente entrega y haciendo florecer la plenitud de la expresividad del vitalismo con la que fue escrita. Especial delicadeza se percibió en las pulsiones del Allegreto en Mi bemol mayor, donde cada una de las iteraciones de sus secciones, iluminaban un especial lirismo en las distintas modulaciones que Jauregui aplicaba, dejando flotar, en el momento preciso, el eco ordenado desde los pedales. En la entrega ofrecida por Judith, a buen seguro, permanecía ante sí una obra que ha sido objeto de figurar en la música de la película The Shooting Party.

El remanso juguetón, tras la anterior obra llegó con los Dos Scherzos, D.593, para piano solo, que parece ser fueron compuestos por Schubert en noviembre de 1817. Estamos ante dos obras vivificantes en sonidos idealizados desde una juventud planamente romántica de sus 20 años, como dos exposiciones alegres propias de su genialidad. Tal así fueron asimilados por Judith, sobre todo en el segundo, en Re bemol mayor, confiriéndole una sutil exposición en su poderosa y bien templada mano izquierda, a modo de contrapeso con las elegantes digresiones de agilidad que aplicada a su mano derecha. Una verdadera delicia.

El momento estelar de este concierto, allí donde Jaúregui elevó su ya acrisolada técnica y elegancia expositiva, tuvo lugar con la interpretación de la obra Wanderer Fantasie D.760 (‘Fantasía del Viajero’), que trasluce un claro perfume de sonata y constituye la obra de Schubert de más exigente virtuosismo en su ejecución, ya que en sus tres movimientos la hilazón melódica es tan fuerte que no permite momento alguno de pausa o descanso. Estamos ante una obra basada en un solo tema y su melodía encuentra sustento en el lied que el propio Schubert escribiera en 1816 titulado precisamente Der Wanderer (‘El viajero’). La expresividad corporal de Judith resultó la ideal proyección de cuanto la música alumbraba, focalizando ya el primer movimiento Allegro con fuoco ma non troppo, (Do mayor) en el núcleo de la obra cual es el segundo movimiento, Adagio, en el que la pianista presenta -desde su perfecto conocimiento de la composición- toda la temática que comportan sus muchas variaciones, dejando ver la singular sensibilidad y ductilidad que esta mujer sabe sacar de la pulsión de las 88 teclas. Difícil olvidar este momento de exactitud en la técnica y en la profundidad melódica que aplica en cada nota escrita por Franz Peter Schubert y que en el Scherzo presto final anudó el espíritu de quienes tuvimos la dicha de entenderlo así. Manuel Cabrera

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