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Por Publicado el: 06/06/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: L’Elisir d’amore

DONIZETTI, G.: L’Elisir D’Amore
Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 5 de junio de 2013.

Nuevamente se han programado en Barcelona funciones de L’Elisir D’Amore. En esta tanda han sido 4 representaciones y basadas en la presencia de Rolando Villazón al frente del reparto. Visita obligada para quien pudiera hacerlo, teniendo en cuenta el enorme triunfo popular que alcanzó aquí el mejicano en Nemorino hace ahora 8 años y también para poder comprobar in situ cuál es su estado vocal actualmente, tras la operación en las cuerdas vocales a la que tuvo que tuvo que someterse hace cuatro años.

Comenzaré, por tanto, con la actuación de Rolando Villazón como Nemorino. Me adelanto a decir que sigue siendo el gran artista que era, si no fuera por el hecho de que vocalmente deja bastante que desear. Rolando Villazón es un auténtico prodigio en escena, derrochando simpatía y capacidad de comunicación como no recuerdo haber visto antes a ningún otro cantante que no fuera él mismo. El centro de atención del escenario es siempre él, que es un espectáculo en sí mismo. No necesita que nadie le dé instrucciones sobre cómo interpretar ni creo que nadie se atreva a hacerlo. En este sentido es un auténtico showman. Nada tiene de extraño que el público se quede siempre con él, independientemente de sus defectos vocales. Bueno será recordar que el Liceu ha agotado las localidades con su presencia y el público le ha rendido un auténtico homenaje de cariño y admiración.

Claro que a la ópera también se va a escuchar a los cantantes. De hecho, siempre ha sido éste el aspecto más relevante del espectáculo. En este sentido hay que decir que Rolando Villazón es una sombra de sí mismo. La voz ha perdido brillo y proyección en el centro, refugiándose en sonidos engolados en toda esa zona, mientras que los agudos están muy menguados, escasamente proyectados y, como leí hace unos días, más propios de un comprimario. Su interpretación de «La Furtiva a Lagrima» nada tuvo que ver con la de hace ahora 8 años. Hubo aviso de indisposición en el descanso, recibido con ovaciones por sus incondicionales y con sonrisas por los demás, que éramos muy pocos. En resumen, un gran Nemorino, si nos olvidamos del cantante.

La soprano polaca Aleksandra Kurzak me sigue pareciendo un producto un tanto artificial de la mercadotecnia operística de la actualidad. Asistí a su Adina en Valencia hace dos años y no me convenció y lo mismo ha vuelto a ocurrir ahora. Se trata de una soprano atractiva físicamente, además de desenvuelta, con un timbre agradable, pero cuyo éxito me resulta difícil de entender. Su voz es la de una soprano ligera, con un centro bastante reducido, graves prácticamente inexistentes, unas notas altas buenas, pero con dificultades a partir del DO, donde la voz se convierte casi en un hilo. Su coloratura no es especialmente brillante. Es decir, es una soprano adecuada para cantar Zerlina, pero difícilmente puede hacer justicia a otros personajes que piden un centro de mayor entidad, lo que no impide que los esté cantando por todas partes, entre ellos Violeta, Juliette y Mimí. Acabo de enterarme que será la Elvira de I Puritani en Bilbao. Extraña decisión.

El auténtico triunfador de la noche, aparte de Rolando Villazón, fue Ambrogio Maestri en la parte de Dulcamara. A sus dotes de actor une una voz importante de barítono, con un caudal superior al de todo el resto del reparto junto. Hoy por hoy es el Dulcamara de referencia. Parecía plenamente satisfecho y divertido en escena. Hasta metió una morcilla que pasó desapercibida. En su gran escena de entrada en lugar de decir «ma siccome è pur palese ch’io son nato nel paese», sustituyó la última palabra por pavese, sin duda en homenaje a su Pavía natal.

Joan Martín-Royo fue un Belcore insuficiente. Su reducido instrumento vocal, que se queda atrás casi siempre, no puede convencer en este sargento tan chulesco. El actor resuelve mejor la papeleta que el cantante.

Buena la actuación de Cristina Obregón en la parte de Giannetta, que creo que podrá cantar hasta dormida, ya que lo ha convertido en una auténtica especialidad.

La dirección de Daniele Callegari fue tan controlada y rutinaria como siempre. Tampoco se podía esperar otra cosa. Quien dirigía era Nemorino, mientras que en el foso se agitaban los brazos. La Orquesta del Liceu ofreció una prestación aceptable, mejorando el Coro su actuación del día anterior.

La producción escénica era una vez más la de Mario Gas, que traslada la acción a la Italia fascista y que ha sido una constante en todos los teatros españoles desde su estreno en el Liceo hace ya 16 años.

Por si hay todavía alguien que no conoce la producción, les diré que la tropa de Belcore se convierte en “camisas negras”, en un escenario único en forma de patio vecindad. La dirección escénica sigue funcionando francamente bien, llena de detalles del agrado del público, como la llegada de Dulcamara en un sidecar, la gente asomada a las ventanas en «O, rustici», el divertido banquete de bodas, que abre el segundo acto, acompañado de música napolitana a cargo de Beniamino Gigli, terminando con el divertido paseo de Dulcamara y Moretto por el patio de butacas, repartiendo “elixir”, mientras el “León Salvador” de mi niñez canta de nuevo las estrofas de su despedida. Escenografía muy adecuada, obra de Marcelo Grande, autor también del diseño de vestuario. Buena la iluminación de Quico Gutiérrez. La dirección escénica en esta ocasión la ha llevado adelante José Antonio Gutiérrez. A juzgar por la reacción del público, todo parece indicar que esta producción sigue teniendo todavía cuerda para rato.

El Liceu estaba abarrotado y el público recibió en pie a Villazón. Los mayores aplausos a escena abierta fueron para el mejicano tras la «Furtiva Lagrima», que duraron 51 segundos, que se comparan muy mal, en cualquier caso, con los 110 segundos que consiguió su compatriota Javier Camarena en noviembre. En los saludos finales, triunfo para Villazón y Maestri, algo menos para la Kurzak.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 2 horas y 41 minutos, incluyendo un intermedio. La duración estrictamente musical fue de 2 horas y 2 minutos. Las triunfales ovaciones finales se prolongaron durante 9 minutos, incluyendo la repetición de la última intervención de Dulcamara.

El precio de la localidad más cara era de 238 euros. La butaca de platea costaba 177 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 67y 141 euros. La entrada más barata era de 47 euros. Había también localidades con visibilidad reducida o nula por 33 y 12 euros, respectivamente. José M. Irurzun

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