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Por Publicado el: 28/01/2023Categorías: En vivo

Crítica: Krzysztof Urbanski, Nemanja Radulovic y la Filarmónica de Munich en Ibermúsica

El sonido de la historia

Obras de Mahler, Shostakovich, Chaikovski y Musorgski/Ravel. Nemanja Radulovic, violín. Orquesta Filarmónica de Munich. Director: Krzysztof Urbanski. Madrid, Auditorio Nacional, 25 y 26 de enero de 2023. Temporada de Ibemúsica.

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Urbanski y Radulovic. Filarmónica de Munich en Ibermúsica (c) Rafa Martín : Ibermúsica

El polaco Urbanski (1982), al que hemos visto alguna vez ante la Orquesta Nacional, es un todo terreno movedizo, ágil y cimbreante. Marca con presteza y claridad, dibuja anacrusas con entusiasmo y se maneja con la seguridad de un maestro en ciernes. No es por ello un arrojado que se entrega fácilmente con fogosidad sin seso al discurrir de la música y se deja llevar por tempi en exceso vertiginosos, sino que sabe dar la pauta rítmica adecuada. Algo que hemos podido apreciar en esta visita al frente de un conjunto del historial de la Filarmónica de Munich, que ha sido gobernada desde 1967 por directores como Kempe, Celibidache, Levine, Thielemann, Maazel y Gergiev (este último apartado a causa de su apoyo a Putin).

Hemos encontrado a Urbanski tan seguro como siempre, pero más aplomado e incluso buscando y consiguiendo efectos musicales de calidad, lo que en ocasiones ha hecho perder carácter, expresión y densidad a los pentagramas. Algo bien perceptible en su versión de la “Cuarta Sinfonía” de Mahler, bien expuesta y analizada, claramente diseñada y planificada. Se han escuchado todas las voces y timbres, lo que no es habitual. Ha sabido recrear con finura muchos instantes y ha llegado, por ejemplo, de manera magnífica, al gran “crescendo” que corona el tercer movimiento, “Ruhevoll, poco adagio”.

Sucede que ese planteamiento ha hecho perder sustancia a la música, que nos ha llegado espirituosa y elegante, muy vienesa en este sentido, pero exenta de pathos, de profundidad, de expresión. Un producto un tanto edulcorado falto de dimensión, de sabor agreste; bien cocinado pero exento de acidez, en la línea que sabía aplicar, por ejemplo, un director histórico como Horenstein; lo que se ha notado en el travieso segundo movimiento, que encierra un sarcasmo y un humor que no ha estado presente. La soprano lírico-ligera Katharina Konradi cantó bien, aunque sin especial gracia, los dos lieder del “Wunderhorn” que ocupan el cuarto tiempo.

Ha parecido más auténtica y ajustada, aunque sin llegar a tocar en los movimientos rápidos, segundo y tercero, esa corrosiva veta del compositor, la interpretación de la “Sinfonía nº 6” de Shostakovich. Urbanski deletreó con fruición y lucidez el Lento inicial, expuesta calma y contenidamente. Hermosos los compases finales con los trinos de la celesta al fondo. Diligente y ajustada la exposición de los tramos finales de la obra y merecidos aplausos, que sonaron aún más fuertes el segundo día al concluir la interpretación de “Cuadros de una exposición” de Musorgski en la conocida orquestación de Ravel.

Todo sonó a satisfacción impelido por la móvil, amplia y clara batuta, en los distintos episodios, cada uno con su carga expresiva y su acentuación. Hubo números magníficos, como “El antiguo castillo”, “Tullerías”,Samuel Goldenberg y Schmuille”, “Catacumbas” y “La Gran Puerta de Kiev”, donde todo el aparato orquestal –dos grandes campanas incluidas- brilló poderosamente, incluso con detalles de color muy interesantes. Aunque no todo tuvo el mismo nivel. Un ejemplo fue “Bydlo”, la carreta de bueyes, en donde el bombardino no se mostró muy seguro y en donde el arco dinámico, con intervención de la caja, fue bastante deficientemente construido. Y el número inicial, “Gnomos”, se expuso de forma algo confusa.

En todo caso, la Filarmónica se mostró en forma excelente y colaboró también de manera adecuada en el acompañamiento al solista en el “Concierto para violín” de Chaikovski, del que se nos ofreció una interpretación más bien lánguida. El melenudo violinista serbio Nemanja Radulovic puso en evidencia un sonido de buena calidad y una técnica de altos vuelos –como pudo demostrar también en la propina: un arreglo de un “Capricho” de Paganini-, pero también una falta de volumen, un amaneramiento, una valoración del tempo muy discutibles; y un rubato excesivo. No hubo bises al final de las dos sesiones. Cosa rara. Arturo Reverter

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