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Tristán e Isolda en Sevilla
Por Publicado el: 26/05/2009Categorías: Crítica

DULCE AMOR DE LA MUERTE

DULCE AMOR DE LA MUERTE

Teatro de La maestranza, Sevilla
WAGNER: Tristán e Isolda. R. Dean Smith, E. Herlitzius, M. Gantner, I. Vermillion, R. Hagen. Coro del Teatro de la Maestranza, Real Orq. Sinfónica de Sevilla. Dirección escénica: Pierluigi Pier’Alli. Dirección musical: Pedro Halffter. 22, 25, 28 y 31 de mayo de 2009.
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Siempre es un reto y cuando un director lo aborda por vez primera es moneda común hablar de temeridad: al mismo Barenboim, que hace ya casi tres décadas interpretó el “Tristán” wagneriano por vez primera en la Deustche Oper de Berlín, se le acusó de ello. Pedo Halffter, creo yo, tendrá una carrera larga con esta obra, porque se la ha planteado joven y porque, como a tantos otros, la música le ha poseído. Y es que “Quien ha sentido una vez la belleza, a la muerte ha entregado su ser”, como escribió el poeta romántico August von Platen en su “Tristán” lustros antes de que Wagner imaginara su composición más personal y rompedora, más íntima y vanguardista, todo ello a la vez.
La vocación de Pedro Halffter de encerrase con mihuras o victorinos –no en vano su teatro se llama La Maestranza- no decrece: tras “Lulu” o “Salome”, tras el “Doctor Faust” de Busoni, el artista elige “Tristán e Isolda” para cerrar campaña. Tuvo instantes de tétrica hermosura –esa “belleza” mortal de Platen-, como el final del Acto I, con el reconocimiento amatorio de los protagonistas, y otros de delectación en el dúo de la “noche oscura y santa” (Novalis), y su “Tristán”, que hoy es notable, un día será grande. Hubo un buen socio en Pierluigi Pier’Alli, responsable de una escena que tuvo nobleza e inteligencia en el barco del Acto I, con sus grandes círculos móviles que eran alternativamente velamen o cubierta de la nave. Evelyn Herlitzius, habitual de Bayreuth, fue una “Isolda” más descarnada, al borde del grito, que entrañable, y Robert Dean Smith, otro veterano de la “verde colina”, que ya fue “Tristán” en el Teatro Real, sigue siendo uno de los pocos sucesores de Kollo o Jerusalem, herederos en su día de Windgassen o Suthaus. Excelente la “Brangania” de Iris Vermillion, cortito el “Kurwenall” de Martin Gantner y opaco el “Rey Marke” de Reinhard Hagen, que paseó su extraordinario monólogo del Acto II con tanta convicción como un camello en la Antártida.
Con toda lógica, se hizo salir a escena a la solista de corno inglés de la orquesta, la británica Sarah Bishop, que interpretó sus comprometidos solos del Acto II de forma no sólo irreprochable, sino haciendo cantar a su instrumento con exquisita hermosura. Fue un poco triste que, tras el nivel de los actos precedentes, ese Tercero mostrara a un Dean Smith ya cansado y forzado de voz, que la misma rectoría de Pier’Alli bajara su nivel en este segmento –siempre el más problemático de la obra por esa imposible combinación de intimismo desolador y peripecia bélica- hasta las lindes de la mera corrección y que esos factores contagiaran la inspiración de Pedro Halffter, cuya dirección musical, sin perder nivel técnico, cedió en grandeza y lirismo frente a lo escuchado en los Actos precedentes. Pero en las casi cuatro horas y media de este “Tristán” hubo de sobra pasajes que acercaron al público a ese “No hay amor más dulce que la muerte”… menos al histérico (y cretino) espectador que se puso a lanzar bravos cuando “Isolda” aún no había concluido la “Muerte de amor”; como diría Manuel Puig, “maldición eterna para quien grite en estas obras”. José Luis Pérez de Arteaga

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