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Triunfadores quejicas
Un ridículo penoso (versión ampliada)
Por Publicado el: 17/10/2009Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Extremos

Si y no
Sí a la generosidad de personas como Josep Vilarasau o Alfredo Sáenz que dedican desinteresadamente su tiempo, relaciones y esfuerzo en favor de la cultura.
No a personas como Felix Millet que parecen hacerlo en su provecho económico o a otras cuyo objetivo principal es medrar buscando relaciones que favorezcan sus negocios.
Sí a la generosidad de entidades y lucidez de administraciones públicas, como las dedicadas a la zarzuela en las islas Canarias, capaces de renunciar a personalismos a fin de aunar iniciativas.
No a los directivos de aquellas otras que impiden economías de escala por no perder sus cargos y posibilidades de influencias.
Sí a quienes se sienten responsablemente preocupados por la cada vez mayor desinformación musical en los medios de comunicación y buscan soluciones.
No a quienes tal hecho no les preocupa mientras puedan seguir bienviviendo mediante la explotación de actividades paralelas.
Sí a los músicos y aficionados que preparan sus legados a fin de que sus tesoros musicales –discotecas o librerías- pasen a la posteridad de forma ordenada y en bloque.
No a los familiares de aquellos que prefieren desintegrar y vender en el Rastro lo que con tanto cariño había atesorado el familiar desaparecido.
Sí a las administraciones públicas que favorecen las donaciones o los legados culturales sin desembolso de impuestos.
No a las instituciones que, por dejadez, pierden la ocasión de recibir un legado al dejar pasar el tiempo sin tomar decisiones y acaban aburriendo a donantes y herederos.
Sí a los directores artísticos e intendentes de las entidades musicales capaces de afrontar la crisis, sin caer en déficits económicos, manteniendo con imaginación la calidad y número de sus espectáculos.
No a aquellos que, llegando a un nuevo cargo, pulverizan lo planificado por sus antecesores sin importarles costes con el afán principal de marcar su impronta.
Ni sí ni no, sino que depende, a ocurrencias como programar óperas en concierto y oratorios escenificados en un mismo teatro.
Si a quienes, como Marco Carniti en “La clemencia de Tito” en el Real, son capaces de escenificar con belleza y cuatro cuartos una ópera en concierto.
No a quienes, como Christoff Loy en su “Lulu” madrileña, son incapaces de crear desarrollo escénico para una ópera de forma que sea inteligible para los neófitos.
Atentos, que todo ello lo iremos desarrollando con tiempo.
Gonzalo Alonso

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