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Por Publicado el: 12/04/2023Categorías: Colaboraciones

Gounod versus Wagner

Desde el siglo XIX la crítica musical ha tenido un especial repertorio relativo a un constante florilegio de vituperios para muchos eventos musicales, bien referido a los compositores o hacia los intérpretes de las obras de éstos. Lo que no es tan frecuente -ahora- que los propios constructores sobre el pentagrama entren en batallas frente a otros del gremio. Se contienen mucho más que antaño, cuando los medios de comunicación estaban circunscritos a la prensa, tanto diaria como periódica.

Gounod-y-Wagner

Gounod y Wagner

Trae causa en anterior prefacio a la tensa y dura posición escrita que hubo por parte de Charles Gounod (1818-1893) frente a su coetáneo Richard Wagner (1818-1883). La cuestión trajo motivo cuanto el teutón intervino en determinados arreglos de pasajes musicales sobre la partitura de la Novena Sinfonía, en Re menor Op. 125, Coral, de Ludwig van Beethoven, que aquel pretendía dirigir. Tal situación corrió como un reguero de gasolina llegando al conocimiento del mentado compositor francés, quien, ni corto ni lento (más bien largo y raudo), se despachó a gusto, a través de una carta que dirigió al entonces director de la ‘Revue et Gazette Musicale de Paris’ Oscar Comettant (1819-1889, afamado compositor y crítico musical), escrita en Londres estando invitado en la casa de Charles Dickens, el 6 de mayo de 1871. 

El galo Gounod fue sabedor de la osadía wagneriana a través de un artículo titulado Rescoring Beethoven (Beethoven reinstrumentado) que se publicó el 1º de mayo del precitado año en el periódico de edición londinense The Orchestra, y, leído el contenido de la misiva, bien puede escribirse que el afamado autor de la ópera Romeo et Juliette se despachó a gusto.

Expone, con notoria dosis de ironía para abrir boca, que “desconozco la novena sinfonía de Beethoven <<según la ha arreglado Wagner>>, sino <<como la escribió Beethoven>> y confieso que me basta”, remachando este aserto alegando que “no admito que haya quien se arrogue el derecho de corregir a los maestros. No se redibujan las obras de Rafael, ni de Leonardo Da Vinci, porque, además de presuntuosa temeridad, sería una calumnia sustituir un toque extraño al de los grandes y potentes genios que, supongo, sabían lo que hacía y por qué lo hacían”.

También el francés valora -negativamente- la pretensión de Herr Wagner en modificar la letra de Schiller que se encuentra en el cuarto movimiento “O Freunde, nich diese Töne! …” siendo su criterio el de “no veo en manera alguna en qué pueda fundarse la pretensión de alterar el texto” y continua significando, en la herida abierta, que “en los tres primeros tiempos y el principio muy desarrollado del cuarto, Beethoven muestra un conocimiento tan profundo, maneja los recursos de la orquesta, los timbres y los relieves de diversos instrumentos, de un modo tan prodigioso, que no comprendo que se pueda pensar un momento ni siquiera en emitir opinión acerca de ello. Para esto es preciso ser Wagner, que da lecciones a todo el mundo, a Beethoven como a Mozart y a Rossini”. Si ahora se escribiera de este modo sobre un compositor contemporáneo, con tanta sagacidad, sabiduría y elegancia, el ‘bienquedismo’ oficial y oficioso caerían rayos jupiterinos sobre el autor de semejante texto.

Valora a esta composición del Genio de Bonn como una “obra incomparable, sublime, única por su majestad y niego absolutamente que los ejecutantes y el público hayan pronunciado contra ella decisivo e irrevocable ‘non possumus’ … (no podemos) como se ha dicho “… recientemente, en Alemania mismo, de las últimas obras dramáticas de Richard Wagner, que artistas y coristas declararon imposibles de aprender y de cantar …” aunque, continua con sorna “lo que ayer era imposible es sencillísimo hoy”.

Finaliza Gounod su misiva con la prédica de “no toquemos a las obras de los grandes maestros, que tocar a ellas es un ejemplo de atrevimiento y de irreverencia peligroso, por cuya pendiente no habría razón para detenerse” pues “vale más dejar a un maestro sus imperfecciones, si las tiene, que imponerle las nuestras”.

Quien fuera un gran director de orquesta, Ferdinand Hiller (1811-1885),  presente  en el fallecimiento de Beethoven, de quien tomó unos cabellos tras su óbito, gran amigo de Mendelssohn, y trató a Schubert, Rossini y Schumann, a raíz de la carta de Gounod, tuvo, también, una fuerte contundencia frente a la nueva instrumentación de Wagner sobre la Noventa Sinfonía de Beethoven. De su carta, también publicada en la Revue et Gazette Musícale de Paris, en relación con los criterios de Gounod ya expuestos, muestra su plena conformidad con éste y lancea a su compatriota con valoraciones, entre otras como, – “El análisis de Wagner es falso  y – “Nadie tendrá jamás autoridad bastante para corregir a Beethoven, sobre todo tratándose de instrumentación sinfónica”. 

A veces es bueno que nuestro papanatismo musical reciba, con humildad, importantes dosis musicales de quienes, a buen seguro, saben mucho más y con mayor rigor del arte de Euterpe. Manuel Cabrera

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