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Por Publicado el: 07/03/2013Categorías: Crítica

IL BARBIERE DI SIVIGLIA (G. ROSSINI). Palau de Les Arts de Valencia

IL BARBIERE DI  SIVIGLIA (G. ROSSINI). Palau de Les Arts de Valencia. 6 Marzo 2013.

Sigue la temporada de ópera en Valencia y en esta ocasión no podemos hablar de un resultado exitoso. A una dirección poco adecuada a la gracia y chispa necesaria en Rossini, se ha unido un muy modesto reparto vocal, con cantantes poco adecuados a sus  personajes, en general. Queda la producción de Damiano Michieletto, que resulta lo más interesante  del espectáculo.

Damiano Michieletto ha conseguido convertirse en uno de los directores de escena más cotizados en poco tiempo. Sus producciones suelen estar llenas de colorido y buenas dosis de imaginación para mover la acción a tiempos actuales, manteniéndose fiel a la música y el libreto. En lo que a esta ópera se refiere, hay que señalar que hay dos producciones suyas de la ópera de Rossini y ambas están coincidiendo en el tiempo. La que llega a Valencia procede de Ginebra, donde se estrenó, inaugurando la temporada de ópera de la ciudad suiza en Septiembre de 2010, habiendo sido repuesta nuevamente en la temporada actual.  La otra se ha representado este año en varias ciudades italianas y no ha sido muy bien recibida, ofreciendo la ópera como un viaje de los personajes. Michieletto  trae, en la producción que nos ocupa,  la acción a un barrio popular de la Sevilla actual, ofreciendo un escenario giratorio  (Paolo Fantin), que muestra por un lado una fachada con ventanas y balcones, con vecinos tomado el fresco y la colada en los tendederos, mientras que en el interior vemos la casa de Don Bartolo con tres alturas, en forma de una especie de casa de muñecas y unas escaleras que comunican las habitaciones. El vestuario de Silvia Aymonino es colorista y juvenil, especialmente divertido en lo que se refiere a la jovencita Rosina y a un Conde Almaviva ligón y aficionado a las motos y los coches de gran cilindrada.  Correcta la iluminación de Fabio Barettin.

La dirección escénica ha sido llevada adelante en Valencia por Andreas Zimmermann, siguiendo la línea de Michieletto. Se saca un gran partido a los cambios de escenario, con los giros de la casa, aunque a veces resultan espacios demasiado abigarrados. Hay gags bien conseguidos, como el aria de La Calumnia, lanzando octavillas Don Basilio a la multitud, o las andanzas de Berta, que es una auténtica adicta al tabaco, alcohol y  sexo. Almaviva y “la forza” recuerdan a la Guardia Civil. El personaje mudo de Ambrogio no es sino el portero del edificio. La regía saca un gran partido de los vecinos de los inmuebles asomados a los balcones para refrescarse y observar la acción. Es un buen trabajo escénico, bastante original y divertido.

Por donde las cosas hacen agua primeramente es por la dirección musical de Omer Meir Wellber. He tenido ocasión de ver a este joven director en otro tipo de repertorio y sus actuaciones han sido buenas, aunque no  excepcionales, pero me temo que el Rossini bufo no es precisamente su especialidad. Faltó chispa, gracia y ligereza y así Rossini puede resultar aburrido. Y eso es lo que ha ocurrido en este caso. Muchas veces se cree que dirigir este repertorio no tiene complicación y basta con acompañar a los cantantes. Es un grave error. Dirigir Rossini es una de las cosas más difíciles, especialmente  en el repertorio bufo. Wellber naufraga en este repertorio y bien haría en dejar su batuta a otros directores más adecuados. La Orquesta de la Comunitat Valenciana tuvo una buena actuación, pero también faltó un sonido más ligero. Incluso el estupendo Coro de la Generalitat Valenciana no estuvo al nivel al que nos tienen acostumbrados, abusando de sonido, que aquí no hace ninguna falta.

El protagonista Fígaro fue interpretado por el barítono Mario Cassi, que demostró estar fuera de repertorio. Parecía que su único interés era emitir sonidos abiertos, como si tuviera miedo a que su voz no llegara al auditorio. Me resulta incomprensible que el maestro no hubiera corregido un defecto tan flagrante.

La valenciana Silvia Vázquez era Rosina y  es bien sabido que ella es una soprano. Este personaje fue escrito para una mezzo de coloratura, y, únicamente  está justificado el cambio a soprano, cuando se cuenta con una intérprete excepcional, especialmente en coloratura y sobreagudos, lo que no es el caso de Silvia Vázquez. Voz de escaso interés, con un registro agudo, en el que existen las notas, pero no tienen atractivo.

El tenor uruguayo Edgardo Rocha fue el mejor del reparto – no es un gran mérito –  y el más adecuado al personaje de todos ellos. Es un tenor ligero, con una voz no especialmente bella, pero desenvuelto y con facilidad en agudos. Tuvo arrestos para cantar el rondó final, aunque su coloratura es un tanto laboriosa.

Marco Camastra fue un Doctor Bartolo sin interés vocal ni escénico. Resulta un intérprete anodino en escena, lo que es pecado mortal en este personaje bufo, y vocalmente no tiene ningún interés.

El veterano Paata Burchuladze (62) fue un Don Basilio en plena decadencia. La voz está reseca y no pasa de meter ruido, para lo que tiene volumen suficiente.

Otra valenciana, Marina Rodríguez Cusí, fue la intérprete de Berta y también demostró que su estado vocal está en clara decadencia. Nos brindó su aria con poca gracia y un alarido final.

El Palau de Les Arts ofrecía un lleno total en las localidades más baratas y pocos huecos en las más caras. El público se mostró cálido con los artistas, aunque lejos del entusiasmo de otras veces. Las mayores ovaciones fueron para Edgardo Rocha y la local Silvia Vázquez. La representación comenzó con 6 minutos de retraso, bastante habitual en este teatro, y tuvo una duración total de 3 horas y 13 minutos, incluyendo un intermedio. La duración estrictamente musical fue de 2 horas y 41 minutos. Los aplausos finales no llegaron a 5 minutos. El precio de la localidad más cara era de 135 euros, habiendo butacas de platea también por 115 euros.  En los pisos superiores los precios oscilaban entre  95 y 76 euros. La entrada más barata con visibilidad costaba 38 euros, habiendo también localidades con visibilidad reducida o nula por 12 euros. José M. Irurzun

Fotografías: Cortesía del Palau de Les Arts. Copyright: Tato Baeza

 

 

 

 

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