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Por Publicado el: 19/09/2009Categorías: En la prensa

LOS PLIEGOS SIN CORDEL. CARLOS ALVAREZ

LOS PLIEGOS SIN CORDEL
EL MUNDO ANDALUCÍA, 12 de septiembre 2009
Carlos Álvarez
“Una temporada fallida”, me dijo hace unos meses el barítono Carlos Álvarez que le había puesto de nombre, con deportividad y con ironía, a la dolorosa carpeta informática en la que conserva agrupados todos los emails relacionados con la temporada 08-09 que él ha vivido, musicalmente, como un mudo, silente y fuera de foco, apartado en la gris zona de sombra de su oficio, por culpa de una peligrosa disfasia en una cuerda vocal que lo bajó del escenario, donde llevaba 20 años reinando en algunos roles de Mozart y de Verdi así, abrupta, secamente y por la fuerza. “Una temporada fallida”: qué ponderación y qué “fair-play” más elegante en la forma de llamar, escuetamente, a un retiro obligatorio que otros habrían titulado con mucha más cólera e inquina.

En un mundo tan competitivo, chismoso y pelín acanallado como el de la ópera, tan propicio al rumor cotilla e insano, cuando Carlos Álvarez, al final de una “Forza del destino”, de Verdi en Viena –una ópera, por cierto, con leyenda de mal fario- empezó a cancelar funciones en septiembre del año pasado, al poco tiempo, los propagadores de lo nefasto comenzaron su trabajo a destajo: que si cáncer –¡qué mala hostia, Dios mío!- que si no se sabe qué mal irreversible, que si las consecuencias de una ambición desmedida que se creía poder siempre con todo hasta que la voz se rompió y le dijo basta… y así, un abejorreo de chismes y murmuraciones, todas fétidas y chungas, que ponían a nuestro Carlos siempre al borde irreversible del desastre.

Y así hasta que la verdad –obviamente, dolorosa, pero nunca tan agria y mortalmente infundiosa- se abrió paso en los periódicos, donde Carlos, cuando fue preguntado, habló con toda honradez y con soltura –es decir, como siempre en él- de esa alteración epitelial con displasia en una cuerda vocal de la que acabó operándose en mayo en el Hospital Carlos Haya de Málaga –nada de caprichos hospitalarios y antojos sanitarios de tonto divo: pura Seguridad Social- en una intervención que él me contó como divertidamente “democrática”, me dijo, pues cuando el malagueño –que dejó Medicina en cuarto- apareció por allí, rodeado de batas que lo mismo compartieron la misma aula universitaria hace años, todo dios en el hospital revoloteó y opinó sobre su caso, que al final le han resuelto –un otorrino y su mujer, una foniatra- dos viejos amigos de toda la vida en Málaga. Así de pandillero, de leal y de sencillo es este Carlos.

Oí mucho runrún de maldades y leí muchas tristes informaciones en la prensa sobre la retirada temporal de Carlos Álvarez, pero todavía no he leído en ninguna parte que el barítono malagueño Carlos Álvarez volvió a reaparecer el sábado pasado en la coqueta y admirable Ópera de Zurich en un Don Giovanni, de Mozart, un rol para el que está particularmente dotado, del que está dando unas cuentas funciones, con éxito, profesionalidad y en –a pesar de su que su recuperación es, lógicamente, progresiva- buena forma. Lo cual me complace informar enormemente, pues no sólo es que a uno Carlos Álvarez, el tipo, le caiga estupendamente, sino porque uno ya está harto de este oficio chusco y funerario en el que se puede enterrar una carrera muy frívola y vertiginosamente, pero nadie guarda ni un breve para recordar que aquél al que prácticamente dieron por mudo para siempre, ya está otra vez, de pie, sobre la escena, matando comendadores y zumbando chicas para inflarle a Leporello su divertida aria del catálogo: Giovanni, digo, no Carlos.

Yo diría que esta “temporada fallida”, si la recuperación termina bien como parece intuirse en Zurich estos días, va a acabar siendo, para Carlos, todo un éxito. Y no es que Carlos Álvarez, que ha sido siempre un tipo muy sensato, comprometido, afectuoso y sin despegar nunca del suelo –tanto, que esa carpeta del año sabático está repleta de abrazos y achuchones de tanta gente que le quiere- necesitara una cura dramática para caerse de ningún cielo quimérico. Pero es verdad que la enfermedad, el repentino deterioro, ese ocaso de dolor en el que súbitamente se ofusca nuestro brillo, nos hace a todos débiles y vulnerables, más humanos y maduros: algunos de los que propagaron el chisme de que el barítono Carlos Álvarez estaba herido para siempre, deberían probarlo. Qué descanso: estarían mudos por un año. JUAN MARÍA RODRÍGUEZ

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