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Por Publicado el: 17/01/2020Categorías: Recomendación

Recomendación: La flauta mágica en el Teatro Real

Recomendación: La flauta mágica en el Teatro Real

Una de sus dos posibles lecturas

 

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Escena de La flauta mágica

La flauta mágica es seguramente la ópera más moderna de Mozart. Y sin embargo es una obra que nace mirando hacia atrás, al mundo de la alegoría, cuya observación tan abundantes y buenos resultados dio al género durante el siglo XVIII. También el primer Mozart se ocupa de ello: una manera de no mirar la vida de frente; una buena forma de decir lo que se debe decir sin que se adopte un compromiso moral o pedagógico. La trilogía Da Ponte rompe todo eso, pues se enzarza en la denuncia, en la inmersión en el mundo real para ejercer la crítica política, e incluso un cierto planteamiento dicotómico entre lo que es moral y lo que no lo es, pasando por lo que es directamente amoral. Sin embargo, ni antes ni después, Mozart ejerce de sacerdote; nunca se plantea impartir reglas o leyes sino más bien la observancia de una determinada laxitud ética muy bien defendida por una maravillosa estética: la que surge de la  genial dramaturgia que aplica a sus partituras musicales. La Flauta es otra cosa; todo un experimento construido alrededor de un cuento infantil, que encierra, como todos los grandes cuentos infantiles, una mensaje moral de mucho calado, del que, no obstante se  puede hacer una doble lectura: una directa, desde una perspectiva adolescente, y otra de gran calado, como una lección acerca del bien y del mal. Esto, que quizá durante el siglo XIX se entendió malamente, adquiere en nuestros tiempos una dimensión y una verdad auténticamente admirables. En una sociedad que ha perdido el hábito de escuchar, lecciones como las que se imparten aquí devienen necesarias para recomponer la educación no de nuestros jóvenes sino, precisamente, de nuestros mayores. De ahí la modernidad de la pieza, una ópera de la que  algún director se debería ocupar para trazar una versión escénica absolutamente clásica, plagada de un cartón-piedra que, como pocas veces en la ópera de hoy, recuperara la esencia, las enseñanzas, los consejos, de los sabios maestros.

La flauta mágica es un cruel relato infantil, una alegoría sobre el bien y el mal como fuerzas en continuo enfrentamiento, organizadas y gestionadas por un poder superior que nada ha de explicar acerca de su autoridad. Bajo una pátina moral que eleva la palabra al cielo, bajo esa bóveda invisible, se mueven personajes como Pamina, la hija buena de la malvada Reina de la Noche, en busca de su amado Tamino, un príncipe japonés que ya estaba enamorado de ella antes de que los tiempos comenzaran. Y bajo ese mismo cielo, el inocente Papageno, el pajarero que trabaja para la Reina de la Noche, que también busca a su preciosa Papagena. El mundo estricto y cerrado de los sacerdotes, que representan las fuerzas de la ética, el orden, la disciplina, e incluso la lógica, choca con el de la candidez de los personajes de carne y hueso que buscan el amor de carne y hueso. Las damas, el malvado Monostatos, el recto y casi ungido por la gracia superior  Sarastro (portentosa, llena de nobleza y de contenido moral su aria “In diesen heil´gen Hallen”- ‘En el interior de estas sagradas salas’), los geniecillos conforman un fantástico mundo paralelo que Mozart pone en marcha bajo la estricta norma masónica, una puesta en práctica de su ideología al servicio de una elucubración musical fabulosa. Y, efectivamente, tendría todo el sentido una lectura literal de todo ello, aun estando en el año 2020. Pero eso probablemente significaría estar en otro mundo. Hoy la ópera seguramente ya no pueda plantearse en términos de esa naturaleza. Así, la versión –del director australiano Barrie Kosky–  que repone este domingo el Teatro Real y ya pudimos ver hace cuatro años-  se basa más bien en la primera de esas dos posibles lecturas. Sobre un escenario pelado los personajes dicen sus partes mientras al fondo vemos una película de carácter fantástico, que de alguna manera explica el significado de la historia. Hay pues una concordancia entre cine y música que puede recordar al teatro negro, pero que más bien alude directamente al cine mudo. Recuerdo que los diálogos están acompañados por partes de dos fantasías para piano del propio Mozart. El resultado es brillante y original en su estilo. Inteligible y disfrutable al cien por cien. De la dirección musical y los cantantes ya se ha ocupado en la sección de ‘Previos’ de estas páginas mi admirado José María Irurzun – lea los comentarios previos aquí . Pedro González Mira

MOZART: La flauta mágica. Andrea Mastroni/Rafael Siwek, Stanislas de Barbeyyrac/Paul Appleby, Sabine Devieilhe/Rocío Pérez, Anett Fritsch/Olga Peretyatko, etc. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Barrie Kosky. Domingo 18, 18.00. Entre 69 y 398 €. Resto de funciones: 21, 25 y 30 de enero; 2,7,10, 13, 15, 17, 20 22 y 24 de febrero.

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