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Pavarotti, la voz era él
Por Publicado el: 13/09/2007Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Tanto como para…

Tanto como para…
A C. le han ofrecido la subdirección general de música y se lo está pensando. Sabe que tiene hilo directo con el nuevo ministro, pero el trabajo es demasiado administrativo y, además, no está convencido de poder aguantar a quien tendría por jefe. Pero es tan ambicioso como para querer ser el Cesar.
Cuando le llamaron para el puesto que ocupa actualmente se dedicaba a regar cipreses, pero ahora está encantado de haberse conocido. Lo malo es que la soberbia es tanta como para hacerle volver a coger la regadera. Y los cipreses también lloran.
A J.A. se lo han ofrecido y está dispuesto a aceptarlo, aunque ya no pueda seguir escribiendo lo que escribía, por poco que fuese últimamente. Y, además, ya ni le queda el consuelo de charlar con el jefe en los descansos pianísticos. Le han asegurado que le dejarán transformar el centro tanto como para equipararlo a los londinenses. ¿De verdad será posible no vivir sólo de su alquiler?
L.L. ha conseguido escribir con pseudónimo en un diario internauta unos comentarios musicales que nada tienen que envidiar a los de Beckmesser. Son tan interesantes como para no tener que inventarse lo que se inventa, cosas que no han sucedido.
J.L. tiene tanto miedo o ganas de revancha como para seguir en sus trece vetando a dos antiguos amigos. Y eso que no paran de correr bulos de que se va por voluntad propia.
Uno estrenó libreto de ópera, pero con tanto miedo como para no invitar a sus amigos críticos. Otro ofreció un aperitivo de lo que suponía iba a estrenar completo por Levante, pero el avance ha podido ser tan amplio que ya no les queden ganas de tomarse el plato entero.
P.L. es amigo, ¿pero acaso tanto como para, en el reparto de cartas, darle a él una doble pareja y a su íntimo la carta que completa el trío?
El que fue a Sevilla perdió su silla, pero el que vino a Madrid desde Sevilla, ¿qué perderá? Allí se portó tan mal como para no ser querido por casi nadie, veremos su futuro aquí, donde no valen las amenazas que allí empleó.
Planteó como argumento para que le subieran el sueldo la dedicación exclusiva, pero no le debió parecer tanto aumento como para ahora respetarla de verdad.
Algo no va bien por el lírico norte y se trasluce en caras hurañas. ¿Acaso los miedos son tantos por el lírico norte como para mostrarse despreciativos con los amigos de siempre?
Está que trina, porque pasó de Málaga a Malagón. Y eso que se lo advirtieron. Ahora ya no puede volver atrás, porque la hierba ha crecido tanto como para ocultar el camino de vuelta, pero sí puede cometer un nuevo error aún peor que el anterior.
Del pretendido Salburgo madrileño no quedan más que disensiones. ¿Será posible que el naufragio sea tan grande como para que allí sólo suene un carrillón?
Le tantearon para ofrecerle un buen puesto en las islas, pero no tan interesante como para dejar su tierra, a la que apenas acababa de llegar. En cambio sí que le interesó al que dejó el puesto con el que empecé.
Gonzalo Alonso

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