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Por Publicado el: 25/10/2025Categorías: Colaboraciones

Historias musicales: La ópera maldita de Verdi y la venganza de Barbieri

Con su reciente programación en los principales escenarios de Florencia, Londres, Nueva York, Milán y Barcelona, a los que ahora se suma Bilbao, La forza del destino de Verdi, una ópera escabrosa para algunos, parece uno de esos títulos que, por razones insospechadas (es una de las más bellos, pero a la vez difíciles de representar entre los de su autor), vuelven a ponerse de moda estos días.

Con su reciente programación en los principales escenarios de Florencia, Londres, Nueva York, Milán y Barcelona, a los que ahora se suma Bilbao, La forza del destino de Verdi, una ópera escabrosa para algunos, parece uno de esos títulos que, por razones insospechadas (es una de las más bellos, pero a la vez difíciles de representar entre los de su autor), vuelven a ponerse de moda estos días.

Leonard Warren falleció mientras cantaba “La Forza” en el Met

A veces ciertas óperas se replican como por contagio. De repente, sin que sepa muy bien el motivo, determinado título del pasado vuelve a ponerse de moda y, entonces, empieza a aparecer, uno tras otro, en los carteles de los principales teatros internacionales. A La forza del destino de Giuseppe Verdi le está pasando algo así en estas últimas temporadas. Y eso a pesar de que esta obra gasta una fama, seguramente inmerecida, de gafe: por eso hay cantantes que incluso prefieren referirse a ella como “la innombrable”, para no mentar a la “bicha”.

Quizá estos artistas se curen en salud para que no les suceda a ellos mismos como al gran barítono norteamericano Leonard Warren, que inmediatamente después de cantar su principal escena de lucimiento en esta pieza, la que justo comienza con las palabras Morir, tremenda cosa!, cayó fulminado por un infarto sobre el escenario, falleciendo allí mismo, durante la función celebrada el 4 de marzo de 1960 en el Metropolitan de Nueva York.

Pero con la creciente competencia, la inflación y los salarios cada día más menguantes, nadie está como para rechazar trabajos por supersticiones ni fruslerías. Por eso si a algún temerario programador se le ocurre, ahora mismo, ofrecer La Forza, se va, se canta y a aguardar que no ocurra nada.

Eso sí, a la hora de afrontar la obra, alguno seguramente hará como muchos de esos intérpretes de antaño (y aún varios de estos mismos tiempos), que sobre las mesas de sus camerinos improvisaban pequeños altares para asegurarse la protección divina con todo tipo de figuras, estampitas y hasta algún amuleto portador de buena fortuna.

Una de las imágenes más recurrentes en estos casos solía ser la de san Expedito, mártir al que se acude en las situaciones más urgentes y despesperadas, siempre por la presteza con la que este antiguo comandante de la Legión XII del ejército romano, que se convirtió en uno de los primeros militares en abrazar el cristianismo (lo que le costó la vida), se empeña en sacarte de incómodos apuros: para tenores y sopranos, un inoportuno resfriado de último minuto, los nervios traicioneros del estreno, el mal de ojo de un malvado colega o amante despechada, … porque cuando se trata de cuestiones más graves, como la falta de óptimos agudos, el remedio no suele surtir efecto.

Pese a su mal fario, que para nada se corresponde con su belleza ni profundidad musical (bien servida, lo que sucede en muy pocas, contadas ocasiones, resulta una de las mayores creaciones de su autor), La forza del destino parece volver con brío renovado a los escenarios. Hace un par de temporadas, Zubin Mehta (que le tiene mucho cariño) la recuperó para el Maggio Musicale Fiorentino con La Fura del Baus y la presencia en el reparto, como protagonista, de nuestra Saioa Hernández.

Poco después de aquellas representaciones florentinas, el Covent Garden londinense también se apuntó a ella con otra figura mayor de estos días, Sondra Radvanovsky. Mientras, el Met comenzó hace un par de temporadas sirviéndosela en bandeja, para el debut en el rol de la noble Leonora, a la diva del inmediato futuro, la noruega Lise Davidsen, al tiempo que La Scala hacía lo propio, en la pasada, con otra estrella aun más consolidada, la rusa Anna Netrebko. 

De las últimas representaciones míticas, en el templo milanés, quién no recuerda las emociones vividas durante la histórica recuperación de 1978, cuando para interpretarla se logró reunir a un equipo de genuino ensueño: Montserrat Caballé, José Carreras, Piero Cappuccilli y Nicolai Ghiaurov, en sus mejores momentos.  Si Toscanini (¿o fue Caruso?) decía que para interpretar Il Trovatore se requiere de los cuatros mejores cantantes del mundo, con La forza ocurre otro tanto, solo que aquí se debería poder contar con hasta seis (la gitana Preziosilla y el fraile Melitone no se resuelven, desde, luego, con intérpretes menores).

Il Trovatore, que más tarde serviría como punto de partida a los hermanos Marx para la maravillosa Una noche en la ópera, y La forza del destino forman parte del núcleo esencial de títulos para los que Giuseppe Verdi se inspiró en fuentes españolas. Antonio García Gutiérrez, autor de la letra del himno ¡Abajo los Borbones!, escribió El trovador, y el duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino, que darían lugar a las correspondientes versiones operísticas.

Verdi, el compositor europeo más reclamado de su tiempo, llegaría a concebir hasta cinco óperas (Alzira, Ernani y Don Carlo serían las otras) basadas en historias relacionadas de algún modo con España, y en una más (Simon Boccanegra) volvería a recurrir a uno de sus autores favoritos, García Gutiérrez. Incluso parece que aún estuvo tentado de llevar al teatro alguna otra.

En su interesante libro, Verdi y España, Víctor Sánchez Sánchez desvela que hacia 1850 el compositor, ávido lector, había escrito en un folio los títulos de las obras teatrales que denominó “argumentos de óperas”. Entre estos figuraba Inés de Castro, la historia de la aristócrata gallega basada en Reinar después de morir de Luis Vélez de Guevara. El compositor había situado este drama junto a El rey Lear, Hamlet y La tempestad de Shakespeare; el Kean de Dumas y El rey se divierte de Víctor Hugo. De todos, solo el último llegaría a convertirse en ópera, el célebre Rigoletto.

En 1863, cuando el Teatro Real madrileño se propuso estrenar en España La forza del destino, en plena cumbre de su carrera profesional, Verdi se instaló por dos meses en Madrid para supervisar personalmente los ensayos. Durante ese tiempo, no quiso ver ni recibir a nadie. Una de las glorias nacionales, Francisco Asenjo Barbieri, autor de El barberillo de Lavapiés, pretendió pasar un día a saludarle. Pero su colega italiano se negó a atenderle. Sus únicos momentos de ocio los destinó a viajar hasta Andalucía, visitar Toledo y conocer El Escorial, que le espantó.

Cerrado el capítulo de La Forza, cuyo empeño original, el drama del duque de Rivas, Menéndez Pelayo situaba a la misma altura de Shakespeare (por lo que no resulta causal que uno de los principales críticos de Italia, Paolo Isotta, se refiera a esta ópera como la más shakesperiana de todas las de Verdi, por encima incluso de Macbeth, Otello y Falstaff), el compositor inició el proceso de gestación de Don Carlo, su poliédrico retrato de Felipe II y de su hijo, el infante don Carlos.

Durante el desempeño de la labor creativa, Verdi quiso conocer alguna música española que le pudiera sugerir ideas para alguno de sus números, como la Canción del velo, que llega a interpretar el personaje de la princesa de Eboli. Al saber que el tenor Gaetano Fraschini se disponía a actuar en el Real, le solicitó que le enviase algunas composiciones de autores locales. Al cantante no se le ocurriría nadie mejor que Barbieri para cumplimentar el encargo. Pero cuando acudió al también autor de Jugar con fuego, aún no se le había olvidado el desplante de quien, cuando permaneció en Madrid, ni siquiera se dignó a devolverle el saludo.

Francisco-Asenjo-Barbieri

Barbieri se negó a colaborar con Verdi por un antiguo desplante

Recurro a mi buen amigo, Raúl Asenjo, que, como descendiente directo del compositor, debe conocer la anécdota mejor que nadie: “Barbieri le dijo a Fraschini que tenía todo el material que Verdi necesitaba, pero que no le daba la gana de mandárselo por su falta de consideración cuando estuvo en el Real. Al parecer, Fraschini no debió de decirle nada a Verdi porque, poco después, Verdi escribió por su cuenta a Barbieri pidiéndole música… ¿Se atrevería mi tatarabuelo a contestarle por correo con las mismas palabras que le dijo a Fraschini? Por ahora, no se sabe…”

Sea como fuere el destino le sirvió en bandeja, a Barbieri, su venganza.

César Wonenburger

(Publicado en “El Debate”)

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