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Por Publicado el: 03/09/2013Categorías: En la prensa

ARTÍCULO: Peter Gelb: «Las grandes historias y una visión audaz preservarán la grandeza de la ópera»

«Las grandes historias y una visión audaz preservarán la grandeza de la ópera»
por Peter Gelb, director general del Met
Publicado originalmente en Bloomberg (www.bloomberg.com) el 31 de agosto de 2013

Tras sobrevivir a mi séptima temporada como director general de la compañía de opera más grande del mundo he estado ocupando viajando por Europa, evaluando cantantes y producciones foráneas y negociando la incorporación de alguna de ellas –como el nuevo y brillante montaje de Los maestros cantores de Nurnberg de Salzburgo– a los futuros planes artísticos de la Metropolitan Opera.

Con Europa postrada por la crisis económica y la cultura presa de los recortes estatales, los intendentes de las compañías de ópera se han visto en la necesidad de pensar en su público como nunca antes lo habían hecho.

Huelga decir que en los Estados Unidos no tenemos este problema, ya que raramente recibimos subvenciones públicas –razón por la cual esperamos que nuestro gobierno no reduzca aún más los beneficios fiscales percibidos por nuestros leales patrocinadores–.

El lucrativo musical de Broadway se ve eclipsado por la ópera tanto en escala como en ambiciones. A diferencia de Broadway, que cuenta con unas orquestas de foso  amplificadas y de pequeñas dimensiones, la ópera no escatima en medios musicales, ya que por lo general recluta en cada producción a cientos de intérpretes orquestales, cantantes de coro y solistas estelares que se unen para materializar unos espectáculos escénicos que desafían toda lógica financiera.

Para evitar convertirse en un dinosaurio cultural, la ópera debe seguir atrayendo a un público dispuesto no sólo a comprar entradas caras, sino también a realizar generosas donaciones (sólo en el último año, el Met recaudó 150 millones de dólares en donaciones que equilibraron su presupuesto.)

Sofisticada extravagancia

A la hora de reinterpretar los clásicos contamos con una nueva raza de estrellas operísticas dotadas de un talento dramático a juego con sus Does altos y dirigidos por batutas, directores escénicos y diseñadores que se encuentran en la cumbre de sus respectivas carreras. El objetivo del Met es ofrecer un entretenimiento extravagante pero sofisticado.

Está claro que la mayoría de los éxitos operísticos del pasado se explican por su poder de entretenimiento, algo que debería resultarle evidente a cualquiera que se haya sentido conmovido por las trágicas circunstancias del Otello de Verdi o sentido cosquillas ante el alivio cómico de su Falstaff.

Hoy en día, no obstante, la misma idea de que la alta cultura sea entretenida resulta anatema para aquellos que todavía creen que la genialidad está peleada con la accesibilidad y que las representaciones de opera deberían constituir un ejercicio espartano.

Se trata de una idea que, potencialmente, ha puesto en jaque la misma existencia de la opera y que en las últimas décadas ha dado como resultado una serie de planteamientos escénicos que han desvirtuado tramas populares y conocidas, privando por consiguiente al público —particularmente al nuevo— de la satisfacción de poder conectar con la historia genuina.

Un bufón infame

Así es como Rigoletto resultó ser en una infame producción alemana que situaba la acción en un mundo post-apocalíptico al estilo de El planeta de los simios y  en la que pudo verse a la mayor parte de los cantantes, incluyendo al Duque de Mantua, disfrazados de monos. Otro caso reciente es un frustrado montaje pergeñado en Dusseldorf para el Tannhäuser que sucedía en una cámara de gas (debido a la ola de protestas, éste fue rápidamente cancelado.)

Ahora, con unos presupuestos globales para las artes más mermados que nunca, se impone un poco de realismo. Como la ópera es una forma de arte que depende de la respuesta positiva del público y de su capacidad para renovarlo, este tipo de suicidios artísticos no parecen la mejor alternativa. El público no va a gastarse cientos de dólares en una entrada para salir del teatro sintiéndose confundido o insultado.

El alfilerazo de una ‘Butterfly’

Cuando la versión original en dos actos de Madama Butterfly de Puccini fue recibida con un silencio sepulcral en su estreno en La Scala en 1904, el autor regresó corriendo a su estudio para revisarla. En la temporada siguiente, la nueva versión de Butterfly fue todo un éxito y el público encontró sumamente entretenida.

También a Verdi le preocupaba la cantidad de espectadores que acudían a sus óperas, y de hecho lo consideraba el factor más importante para juzgar el éxito de las mismas. Verdi y Puccini se alegraban de saber que sus arias más atractivas eran tarareadas fuera del teatro de opera, por las calles principales de Italia. Un índice de popularidad propio de su tiempo.

La ópera no puede existir en el vacío. Aunque la experimentación resulta indispensable, también debemos contar con el apoyo generalizado del público, especialmente si tenemos en cuenta las miles de butacas que los coliseos de ópera más grandes tenemos que llenar (las 3.800 localidades del Met le acreditan como es el más grande de todos.)

Si la narrativa es buena, el éxito de una representación dada está garantizado en todos sus niveles, pudiendo gustar tanto al operófilo más experimentado como al recién llegado.

El teatro del director

Por suerte, siempre ha habido directores de escena creativos que asumen este reto sin temer los reveses críticos que a veces acompañan una puesta en escena lúcida.

Poco antes de que el difunto Anthony Minghella dirigiese su deslumbrante Madama Butterfly en la English National Opera y en el Met (la primera producción que presenté en 2006), un crítico escéptico le preguntó: “¿qué va a hacer usted con Madama Butterfly?. A lo cual Anthony respondió: “no voy a hacer nada con Madama Butterfly salvo contar la historia.”

El impresionante montaje de Minghella fue un éxito descomunal en Londres y Nueva York. Gustó incluso a la crítica.

En nuestra más reciente temporada del Met, el director ganador del Premio Tony Michael Mayer tuvo la idea de ambientar Rigoletto con los neones de Las Vegas en los años 60 y a pesar de la innovación tanto los aficionados tradicionales como los profanos no le dieron la espada porque la historia se ceñía fielmente a la trama.

Con la corte del misógino Duque desplazada desde la Mantua del siglo XVI a un casino del siglo XX y contando con unos espectaculares decorados dotados de iluminación propia, fue una ópera pensada como un entretenimiento de altos vuelos para un público del siglo XXI.

Aunque es posible que al Rat Pack no le hubiera hecho gracia ver cómo se escenificaban sus payasadas, estoy convencido de que a Verdi le habría entusiasmado comprobar cómo se llenaba el teatro en cada una de las funciones. Como él mismo dijo una vez, “la opera de hoy será también la ópera del futuro.” Nuestro trabajo consiste en honrar estas palabras.

(Peter Gelb es director general de la Metropolitan Opera, cuya temporada 129ª dará comienzo el 23 de septiembre con “Eugene Onegin” de Tchaikovsky. Las opiniones expresadas en este artículo son enteramente suyas.)

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