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Por Publicado el: 12/11/2008Categorías: Crítica

Fígaro se gradúa

Temporada del Liceo
Fígaro se gradúa
“Las bodas de Figaro” de Mozart. L.Tézier, E.Bell, O.Sala, K.Keteisen, S.Koch, M.McLaughlin, F.Röhling, R.Giménez, R.Padullés, E.Bayón, V.Lanchas, etc. Orquesta y Coros del Teatro del Liceo. Ll. Pasqual, direccion escénica. A. Ros Marbá, dirección musical. Teatro del Liceo. Barcelona, 11 de noviembre.
¡Qué mala cosa es trasladarse de un teatro a otro habiendo presenciado un excelente nivel musical en el primero y qué mala cosa es tener aún vivos los recuerdos de repartos pasados de una misma obra! Ambos factores se han dado en estas “Bodas de Fígaro” en perjuicio de un Liceo que anunciaba “inaugurar” temporada de forma incomprensible, puesto que ésta ya comenzó con un encomiable “Tiefland”, cuya temática tiene por otro lado mucho más que ver con Cataluña que las propias “Bodas”.
Pasar de un día a otro de la estupenda orquesta del Palau de les Arts, con Lorin Maazel al frente, a la muy discreta del Liceo, bajo la batuta de Ros Marbá, es una experiencia que deberían vivir los propios gestores de este teatro para percatarse del camino que inexorablemente han de recorrer y ya sin más dilaciones. Mozart es de los compositores que mejor entiende Ros, pero ni así pudo evitar falta de chispa y bastantes desajustes entre foso y escenario. En el reparto sólo quizá la Condesa de Emma Bell y el Cherubino de Sophie Koch lograron vencer la impresión global de estar casi ante una función de una buena escuela de música. Lo mejor el “Dove sono” de la primera, con una voz timbrada de esas que se necesitan en Mozart y que no abundaron en el presente cast. Se esperaba más del simplemente discreto Conde Ludovic Tézier y decepcionó la Susana de Ofelia Sala. Hoy día se otorga mucha importancia al aspecto visual y éste sólo puede pasarse por alto de contarse con una voz de primera. Sala era una auténtica “tata” con la voz inaudible por momentos, al margen de no casar bien en los dúos. El Fígaro de Kyle Keteisen fue una pena que no contagiase su vocalidad, un tanto monocorde, de la muy desenvuelta actuación escénica. Claro que, afortunadamente, nada de todo ello era tan demoledor como para arruinar la maravillosa música de Mozart en una obra que además es puro teatro.
Lluis Pasqual manejó acertadamente los actores en medio de unos decorados grandiosos y tradicionales con unos espejos finales que resolvieron bien el último cuadro. Si bien faltó humor en la primera escena, éste fue apareciendo paulatinamente, llegando a obligar a sonreír al espectador. Se podía haber conseguido más teatro, pero también menos y, en cualquier caso, elevó el nivel de algunos de sus últimos trabajos líricos. Hubo aplausos para todos, pero no los de las grandes noches. Para eso hubiera hecho falta un salto cualitativo importante. Gonzalo Alonso

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