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Por Publicado el: 27/01/2016Categorías: Crítica

Una gran tarde de cámara con Perianes y Quiroga

Liceo de Cámara

Una gran tarde de cámara

Obras de García Abril, Granados y Turina. Javier Perianes y el Cuarteto Quiroga. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de enero de 2016

Perianes y Quiroga

Me decía recientemente un altísimo cargo del gobierno que ni iva cultural ni nada, que la mayoría de los espectáculos estaban llenos. No es evidentemente una afirmación realista, pero lo pareció la tarde del martes en Madrid: en los Teatros del Canal se representaba “El caballero de la triste figura” de Tomás Marco, en la sala sinfónica del Auditorio Nacional el Orfeón Donostiarra cantaba a Mozart y en la de cámara se estrenaba una obra de García Abril junto a otras de Granados y Turina. Todo ello con llenos. En estas páginas irán apareciendo nuestras crónicas.

Hace casi cuatro años que García Abril escribió su “Cuarteto de cuerdas n.4”, bautizado como “Siete espacios para cuarteto” en homenaje a sus padres, fundamentalmente al padre, que era muy aficionado al saxofón. Quiso en un principio escribir una pieza para este instrumento pero acabó sin él, con un cuarteto de cuerda. La obra, de unos veinticinco minutos y siete partes sin interrupciones, desde sus pizzicatos iniciales rezuma nostalgia, logra trasladar la emoción que debió sentir al componerla y suena a música nueva sin ser lo que muchos consideran “música nueva”. No es fácil de tocar y seguro que con un par de veces más el estupendo Cuarteto Quiroga se sentirá menos encorsetado al abordarlo.

Es una pena que los quintetos con piano de Granados y Turina no sean más conocidos, ya que reúnen una gran belleza. El de Granados, más breve que la anterior obra del maestro turolense, se estructura en tres movimientos y llega a nuestros oídos lleno de romanticismo y nacionalismo. El tiempo central, dominado por inspiradas notas del piano, es una joya y el último, con más protagonismo de violín y viola, nos traslada al mundo folklórico de Brahms. Más extenso es el de un joven Turina de apenas veinticinco años desarrollado en cuatro movimientos en los que la fuga adquiere relevancia, de aires vagamente gregorianos el primero, con un final rompedor el segundo y potentísimo el tercero que culmina en un rondó y en el que resuena Cesar Frank, quien fuera maestro de d’Indy, a su vez del propio Turina. Es curioso que su autor no lo amase demasiado.

No cero que puedan escucharse ambas obras mejor tocadas que como lo hicieron Javier Perianes, cada día más en vena, y el Cuarteto Quiroga, provocando el entusiasmo del público en la abarrotada sala de cámara. No dudo en recomendar vivamente el cd de Harmonia Mundi que recoge mismas obras e intérpretes. Gonzalo Alonso

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