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Un gran Barbazul
Festival de Canarias: Temperamento desbordado
Por Publicado el: 27/01/2008Categorías: Crítica

A MACHAMARTILLO

A MACHAMARTILLO

San Lorenzo de El Escorial, Madrid, Teatro Auditorio. 25-II-2008. Obras de Wagner y Beethoven. Orquesta Sinfónica de Pittsburgh. Director: Rafael Frühbeck de Burgos.

Hacía bastante tiempo que no veíamos a Frühbeck. A los 75 se mantiene muy en forma. Da gusto ver moverse al emérito de la Orquesta Nacional, con ese gesto tan clásico y enérgico, tan regular y preciso, tan amigo de las subdivisiones de compás; ese movimiento abarcador, que bate con frecuencia en un plano muy alto, pero que es firme guía para el instrumentista. Otra cosa es el modo de desentrañar las partituras, en esta oportunidad envueltas en un halo de gran brillantez; o la manera de clarificar planos y trazar las progresiones dinámicas. Frühbeck construye con brío y seguridad, pero a veces las piezas de la edificación encajan forzadamente, sin la debida suavidad, sin el legato justo, sin el debido cuidado de las transiciones entre frases y periodos.
Pudo apreciarse particularmente en el Preludio del acto I de “Los maestros cantores”, que se situaba al final de la breve selección de la ópera de Wagner, después de un más bien aséptico “Preludio del acto III” y de una pesante “Danza de los aprendices”. El entramado contrapuntístico quedó oscurecido en esa sección intermedia en la que se evocan los perfumes de la noche. Faltó finura y sobró aspereza; que presidió también el “Preludio y muert” de “Tristán e Isolda”, aunque aquí hubo al menos intensidad, bien que más bien superficial, sin la entraña dramático-poética requerida.
La “Quinta” de Beethoven tuvo brío y fulgor, pero se tocó a machamartillo, casi siempre muy fuerte. Echamos de menos delicadeza en la regulación de las variaciones del Andante y una mayor dosificación de intensidades en el Allegro final. Para la batuta no parecen existir puntos álgidos, clímax, instantes en los que la música, siempre ondulante, se precipita y libera tensiones. En todo caso, lo pasamos bien y disfrutamos con la prestación sonora, de muchos decibelios –quizá demasiados- de la magnífica Orquesta americana. En ella es más importante la cantidad que la calidad. El intermedio de “Goyescas” de Granados, tocado a toda presión, sin aroma lírico, y el preludio de “La boda de Luis Alonso” de Giménez, rapidísimo y virtuoso, pero ayuno de gracia bailable, pusieron fin al jolgorio. Arturo Reverter

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