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Por Publicado el: 03/06/2015Categorías: Crítica

Lisboa: Stravinsky de lujo para cerrar temporada en el San Carlos

 

 

 

 

© TNSC/Carmo Sousa

© TNSC/Carmo Sousa

 

 

Stravinsky, I.: The rake’s progress (El progreso del libertino). Dir. musical: Joana Carneiro; Dir. escénica, escenografía y luces: Rui Horta; Figurines: Pepe Corzo. Tuomas Katajala, Ambur Braid, Luís Rodrigues, Maria Luísa de Freitas, Nuno Dias, Carlos Guilherme, Catia Moreso, João Oliveira. Orquesta Sinf. Portuguesa. Coro Teatro São Carlos (Mtro. titular Giovanni Andreoli). Nueva producción. Estreno, 29  mayo 2015

Eran grandes las expectativas generadas por el título encargado de cerrar la temporada del Teatro San Carlos de Lisboa. A fin de cuentas, son escasas las posibilidades que encuentra el aficionado de ver representada una obra tan fundamental del siglo 20 como The rake’s progress, la ópera en tres actos -nueve cuadros y un epílogo-, que marca el final de la etapa neoclásica de Igor Stravinsky, antes de adentrarse en los caminos de la dodecafonía. Concebida a partir de una serie de pinturas y grabados de William Hoggart, Stravinsky contó para redactar el argumento con un libretista de lujo como W.H. Auden, ayudado por su amigo y colaborador Chester Kalmann, con quien escribiría entre otros libretos, dos destinados a óperas de Henze (Elegía para jóvenes amantes y Los Basáridas). El estreno, con el compositor en el foso, tuvo lugar en 1951 en el Teatro de La Fenice, en el marco del 14 Festival de Música Contemporánea de Venecia, ciudad elegida por el compositor como destinataria de sus restos, que allí reposan.

© TNSC/Carmo Sousa

© TNSC/Carmo Sousa

The rake’s progress llegó en 1972 por primera vez al San Carlos, donde se volvió a ver en 1994, dentro de un gira de Opera Factory. De ahí la curiosidad levantada 21 años más tarde, tal y como se percibía el día del estreno, cuando entre los espectadores locales era notable la presencia de público extranjero, algunos de ellos siguiendo la estela de la Volvo Ocean Race, que ha elegido Lisboa este año como sede.

El interés se multiplicaba, teniendo en cuenta además el debut en el teatro, asumiendo los pilares fundamentales del montaje, de dos aclamados lisboetas de relevancia internacional. En el apartado musical, Joana Carneiro, desde 2014 directora titular de la Orquesta Sinfónica Portuguesa; en el escénico, el bailarín y coreógrafo Rui Horta, fundador de la Compañía de Danza de Lisboa. La primera, especialista en ópera contemporánea y del siglo 20 a la que llegó de la mano de Esa Pekka-Salonen, de quien fue asistente en la Filarmónica de Los Ángeles; Horta, rememorando que en 1996 se había adentrado en el territorio regista en la Ópera de Basilea, precisamente con este título de Stravinsky.

© TNSC/Carmo Sousa

© TNSC/Carmo Sousa

La única duda del público, que hacía temer si todas las ilusiones se vendrían al traste, se centraba en el retraso con que se ha dado a conocer el reparto. Nada más lejos de la realidad: el resultado global en este punto ha sido encomiable. Empezando por la pareja central, encomendada al tenor finlandés Tuomas Katajala y la soprano dramático-coloratura canadiense Ambur Braid. Katajala, un todoterreno cuya horquilla va desde Mozart y el belcantismo hasta Puccini pasando por Wagner, debutaba el papel del protagonista, Tom Rackwell, que de aquí a un año volverá a cantar en la Ópera Nacional de Helsinki. Por su parte, Ambur Braid ha sabido trasladar la experiencia de sus habituales Lucias, Violetas o la Reinas de la noche para su primera y personal Anne Truelove, con momentos de especial intensidad como en las agilidades del Oh, God, protect dear Tom!, que cierra el primer acto.

Aunque la mayor sorpresa de la noche habría que buscarla en los resultados conseguidos por el resto del reparto, todos ellos portugueses que, lejos de desmerecer frente a la pareja protagonista, dieron una lección general de interpretación y disciplina actoral. Incluída la vocalización en inglés, más ajustada que la de Katajala, que mostraba algunos latiguillos propios de las latitudes de influencia germánica. Empezando por el barítono Luis Rodríguez, que diseñó un malévolo Nick Shadow de perfecta intención. Junto a él, la mezzosoprano Cátia Moreso, divertida como seductora Mother goose, la bella y opulenta dueña del burdel donde transcurre la segunda escena, o la también mezzo Maria Luísa de Freitas, encarnando el papel-fetiche de Baba La turca, ejecutado en la línea ambigua de Lindsay Kemp. Aunque la palma se la llevaría el lujoso cameo del veterano tenor Carlos Guilherme, creando un clima muy especial como subastador. Todos ellos, respaldados por un coro excepcional, entregado al desarrollo de la acción.

© TNSC/Carmo Sousa

Joana Carneiro, que el pasado año dirigió en Madrid a la OCNE uno de los programas de la Carta Blanca a John Adams, se mostró enérgica, enfrentándose a la que es su orquesta con arrebatada inspiración. Defendiendo con arte la difícil partitura, más complicada de lo habitual. Prefiriendo el clave al piano para los recitativos a secco que marcan el transcurso de la narración, y extrayendo las esencias barrocas o neoclásicas que conviven con las atonalidades y disonancias con que Stravinsky salpica su pentagrama. Demostrando su maestría frente a este compositor, del que se ha enfrentado a otras obras de gran formato, como la Sinfonía de los salmos o Edipo rey y de quien desde el día 17 se reencontrará en el mismo escenario con El pájaro de fuego, esta vez con la Compañía Nacional de Danza pisando las tablas.

A Rui Horta, en su triple función de director escénico, escenógrafo e iluminador –a destacar en este punto el tratamiento del How dark! que arranca el tercer acto-, se debe el milagro del espacio en esta nueva producción. Derrochando ingenio para salvar con pocos elementos multifuncionales un presupuesto sin duda reducido, como exigen los tiempos. En el conjunto actoral, su experiencia frente a cuerpos balletísticos le sirve para enriquecer los movimientos escénicos. Con momentos significativos como la fiesta en el establecimiento de Mother goose, convertida en hilarante fiesta de trasfondo circense, o el enfrentamiento fáustico del último acto, reverso del mantenido entre el Comendador y Don Giovanni en la ópera homónima de Mozart, uno de los compositores homenajeados por Stravinsky en esta ópera en momentos como este, o en la moraleja de la apoteosis final. Todo ello, apoyado en la brillante realización de figurines del peruano Pepe Corzo, conocido en España por sus diferentes creaciones para el Teatro Real y el de La Zarzuela de Madrid. Las largas ovaciones del público, certificaron con satisfacción la calidad del trabajo en conjunto de los participantes en esta deliciosa aventura.                    Juan Antonio Llorente

Un comentario

  1. Manuel Paizinho 13/06/2015 a las 19:03 - Responder

    gostei muito de tudo desejo-te moita saude

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