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Por Publicado el: 10/04/2014Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Lluis Andreu, un gran tipo

Lluis Andreu, un gran tipo

Corría 1973 y me trasladé a estudiar a Barcelona. El IESE no dejaba mucho tiempo libre pero, dado que me había matriculado en él meses antes fundamentalmente para salir de la mili y viajar al Liceo a fin de ver a Montserrat Caballé en “Norma”, no estaba dispuesto a renunciar a mi afición. Como colaborador de RITMO tuve ocasión de conocer a dos personas que me ayudaron muchísimo en la ciudad: Juan Antonio Pamias y Luis Andreu. Gracias al primero, el gran empresario del Liceo, acudía casi cada tarde a los ensayos y gracias al segundo, entonces en la agencia de Carlos Caballé, pude conocer a muchos de los grandes artistas de una época dorada. Fueron muchas nuestras citas para hablar de voces y su repertorio de anécdotas era interminable. Recuerdo una de las que me contó de Giuseppe di Stefano. No apareció en la Scala a cantar Calaf hasta la general. “¿Cómo iba a venir antes si soy el príncipe desconocido?” se excusó.

Luis había sido cantante, tenía una contundente voz de barítono de gran personalidad al hablar, para pasar a ser segundo de a bordo de la agencia del hermano de Montserrat Caballé. Aquella era “la agencia”. Llevaba en España a todas las figuras del periodo y todas pasaron por Barcelona. Luis era amigo de todos. No era un mero representante sino que, dada su experiencia como cantante, también aconsejaba. Recuerdo como aconsejó –y muy acertadamente por cierto- a Montserrat que no aceptase interpretar Violeta de “Traviata” en la Scala. Participó en el descubrimiento de un joven tenor que respondía al nombre de José Carreras y, junto a Carlos, vivió la traumática decisión de abandonar la representación de Plácido Domingo cuando ambas se volvieron incompatibles y cuando las diferencias entre éste último y los Caballé resultaron insalvables. En 1981, tras la desaparición de Pamias y la llegada de Luis Portabella, dejó la agencia para convertirse en director artístico del Liceo, cargo en el que siguió hasta 1990, ya con Josep Maria Busquet como sucesor de aquel tras un periodo financiero bastante gris. Fueron 20 años de gloria artística del teatro. Títulos y voces resumían la exitosa filosofía de Andreu. La escena se confiaba a de Tomassi, Madau-Diaz – a quien me presentó Andreu y me facilitó mis primeras Scalas- y otros registas similares, pero también pasaron Faggioni y Ponnelle. Dirigió luego los fastos líricos de la Expo de 1992, con una programación que resultó envidia mundial, empezando por la inolvidable gala en la que se dieron la mano Caballé, Berganza, Lorengar, Domingo, Carreras, Kraus, Lavirgen, Aragall y Pons.

Prácticamente se retiró tras la Expo y ya sólo se le veía como miembro de algunos jurados de canto y en la Quincena Musical de San Sebastián, lugar en el que me tomé el último gin-tonic con él y su pareja, en la terraza del Londres hace ya varios años. Me consta que los últimos tiempos no fueron nada fáciles, no sólo por la enfermedad que destruía su corpachón sino también por ese olvido en el que caen muchas de las grandes personas a quienes tanto debemos. Ni el club de polo ni el natación eran ya consuelo. Luis fue un gran tipo del que aprendí no poco de voces. Espero que el Liceo lo recuerde como debe. Me hubiera gustado estar en el Sancho de Ávila con Carlos Caballé, Juan Francisco Marco, Joan Matabosch, Dalmacio González, Eduardo Jiménez y otros amigos. Un fuerte abrazo a Manuel. Gonzalo Alonso

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