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Descompensación dinámica
Primer concierto de la ONE en el Auditorio: la estampida
Por Publicado el: 16/01/2008Categorías: Crítica

Meier embriaga de hipnotismo

Tristán en el Teatro Real
Meier embriaga de hipnotismo
“Tristán e Isolda” de Wagner. R.Dean Smith, R.Pape, W.Meier, A.Titus, A. Marco-Buhrmester, M.Fujimura, A.Rodríguez, A.Vega. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. E.Frigerio, escenógrafo. F.Squarciapino, figurinista. W. von Zoubek, iluminación. Ll. Pasqual, director de escena. J. López Cobos, director musical. Teatro Real. Madrid, 15 de enero.
El Teatro Real y su director musical hacían una apuesta muy arriesgada al reprogramar “Tristán e Isolda” tras la producción de la Staatsoper berlinesa con Barenboim al frente de hace algunos años. Ambos han logrado salir airosos, pero también sacar a la luz el gran y grave problema actual del teatro.
El crítico podría hoy, como siempre, refugiarse en filosofías y citas para escurrir el bulto y no mojarse, pero creo que el nuevo espectáculo del Real es más que un espectáculo, porque anuncia la necesidad de un cambio y hay que contarlo. Difícilmente el “Tristán” con el que la Scala inauguró su actual temporada ha podido superar en lo canoro a éste del Real. Hay sobre el escenario una artista, mucho más que meramente cantante, que hipnotiza. Es como si Brangäne, en vez de haber cambiado el brebaje de la muerte por el del amor, lo hubiese hecho por el del hipnotismo. Waltraud Meier arrasa y conmueve al público. Ha habido quizá muchas Isoldas con mayor poderío vocal, pero muy pocas capaces de reflejar tanto los aspectos humanos como los trascendentales del personaje con tal intensidad y poder comunicativo. Tuve la inmensa suerte de escuchar su debut en Bayreuth como Isolda (1993) y puede asegurarse que es enorme el avance en la profundización del personaje y que es casi un milagro que –al menos el día aquí comentado- la voz conserve tal frescura a sus 52 años. También y fundamentalmente es cuestión de inteligencia, porque Meier conoce a la perfección el arte de la dosificación. Ella fue la gran triunfadora y sólo por ella vale la pena este “Tristán e Isolda”. Pero hubo más triunfadores. René Pape perfila un rey Marke noble y de autoridad. Posiblemente no la haya habido mejor tras Salminen. Mihoko Fujimura canta con muy buena línea la parte de Brangäne y Alan Titus resulta un excelente y entregado Kurwenal. El tenor americano Robert Dean Smith no admirará por la calidad ni la potencia de su voz, pero interpreta con escuela y musicalidad a Tristán, aunque el tercer acto le sobrepase. En el segundo reparto habrá posibilidad de escuchar a un Jon Fredric West que es un cañón vocal pero de línea mucho más basta y una Jeanne-Michèle Chardonet que suele cantar Isolda con gran dignidad sin llegar al nivel de Meier.
La producción, firmada por Lluis Pasqual que proviene del Teatro San Carlo de Nápoles, plantea temporalidades diferentes en cada uno de sus tres actos, siendo una constante el mar de fondo. El primero trae en primer plano la proa de una nave vikinga que se balancea, cambiando de posición, atendiendo al contenido dramático. Es el mejor resuelto de los tres. En el jardín del palacio de Marke no acaba de encajar el vestuario de los personajes masculinos ni el camastro entre cipreses, pero ambas escenas reúnen gran belleza visual y gozan de una perfecta iluminación. Otra cosa es el tercer acto, donde se derrumba escénicamente esta producción pues la poesía de su música queda machacada por camas y sillas de hospital y no se entiende que un regista de la sensibilidad de Pasqual no se percate de ello.
Jesús López Cobos da lo mejor de sí mismo, que es mucho, y la orquesta suena muy aceptablemente, pero no se alcanza ni de lejos el nivel que en su día ofreció Barenboim. “Tristan” precisa más vehemencia en el primer acto, más voluptuosidad y carnosidad en el segundo y más abandono dramático en el tercero. Las comparaciones pueden resultar odiosas, pero hay veces que resultan inevitables. Gonzalo ALONSO

El problema del Real
Han cambiado muchas cosas en el panorama lírico español y el nacimiento de la ópera en Valencia no puede ser obviado por el resto de teatros, fundamentalmente el Liceo y el Real. La orquesta del Palau de les Arts suena bastante mejor que las de estos últimos y allí dirigen asiduamente Maazel y Mehta. El Liceo suple su inferioridad orquestal gracias a su mucho mayor número de espectáculos, coherencia artística y calidad de repartos, pero el Real afronta peor la comparación. Sin duda Gregorio Marañón, el nuevo presidente de su Patronato, tiene un reto importante que, si bien lo es a medio plazo, ha de enfocarse desde hoy: no se puede ser el primer teatro de España sin serlo musicalmente. Prueba de ello resulta este “Tristan”, de excelente nivel en lo canoro pero inferior en el foso a los Wagner ofrecidos en Valencia. Algo hay que hacer y lo primero para actuar es asumir la realidad.

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