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Por Publicado el: 12/01/2008Categorías: Crítica

Primer concierto de la ONE en el Auditorio: la estampida

Temporada de la OCNE
La estampida
Carta blanca a Elliot Carter. N.Daniel, oboe. Orquesta Nacional de España. D. Masson, director. Auditorio Nacional. Madrid, 11 de enero.
Había tanta curiosidad entre el público para ver qué cambios había en el Auditorio tras los seis meses de cierre por obras como decepción ante los mismos. Era obvio que muchos abonados a la OCNE habían acudido más por morbo que por el programa que iban a escuchar, como quedó patente a lo largo del concierto y, sobre todo, en su final. A alguien sin mucho seso se le ocurrió hablar de “reapertura” del Auditorio e incluso de sesión solemne con invitación a la misma Casa Real, con lo que se generaron expectaciones a las que no había lugar, puesto que las obras no han sido más que una adaptación a las normativas de seguridad exigidas por el Ayuntamiento de Madrid. Apenas cuatro nuevos monitores multimedia y un poco de pintura en las paredes se han añadido al cambio de puertas de acceso a las salas o a ciertas modificaciones, algunas tan innecesarias como antiestéticas, en las barandillas. Naturalmente no acudió la Reina, pero sí el ministro de Cultura, el director general del INAEM y los muchos cargos que de pronto han surgido en el Auditorio (Enrique Carajuel, Luis Alonso, Consuelo Martínez, José Manuel López López…). Tanto cargo o quizá la necesidad de ahorrar a fin de disponer de un millón de euros para programación propia del Ministerio han debido repercutir en el nuevo aspecto de los programas de mano de la OCNE, bastante más ligeros de aspecto, aunque con una letra grande que resulta más útil en la penumbra de la sala.
Esta temporada se otorga “carta blanca” al compositor neoyorquino de casi cien años Elliot Carter y por ello habrá muchas ocasiones de tratar su obra y figura. Baste ahora resaltar su enorme vitalidad, su evolución estilística en el trascurso del tiempo y el hecho de que hoy sus músicas no suenan demasiado actuales. Pensemos en las de otros autores que tendrían su edad si todavía viviesen. Tampoco la ONE es la mejor formación para obras que precisan mucha convicción en la interpretación y mucha sutileza en los detalles y el excelente solista de oboe no bastó para sacar todo el contenido de sus pentagramas. Este Carter no tuvo nada que ver con el de Boulez y la Sinfónica de Londres de Ibermúsica de hace años. Quizá por ello unas treinta personas salieron en estampida al empezar el tercer movimiento de la extensa “Symphonia: sum fluxae Premium spei” y las gran mayoría del público se levantó y marchó nada más acabar su interrogativa nota final sin esperar a los saludos. Que tomen nota quienes tienen la tentación de convertir el Auditorio Nacional en otro Reina Sofía. Cada música precisa su sitio. Gonzalo ALONSO

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