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MEHTA EN GRANADA: CONTUNDENCIA Y SAPIENCIA
Por Publicado el: 10/07/2011Categorías: Crítica

MEMORABLE MAHLER DE ESCHENBACH

MEMORABLE MAHLER DE ESCHENBACH
Festival Internacional de Granada
MAHLER: Sinfonía nº 2 “Resurrrección”. Simona Saturova (soprano), Lioba Braun (mezzosoprano). Coro Lübeck del Festival de Schleswig-Holstein, Coro de la Orquesta Ciudad de Granada, Orquesta del Festival de Schleswig-Holstein. Director: Christoph Eschenbach. Palacio de Carlos V, Granada, 2-5 de julio de 2011.

Debutaron en Granada en 1993, seis años después de que Leonard Bernstein fundara la Academia de Schleswig-Holstein, en el ‘Land’ del norte de Alemania. Vinieron entonces de la mano de Georg Solti –inolvidable “Petrushka” de Stravinsky-, y obviamente no eran los mismos de ahora: en la fabulosa orquesta juvenil, una de las mejores del mundo, se puede estar entre los 15 y los 22 años. Los actuales “Schleswig”, composición internacional, tienen a más de 20 españoles entre sus 118 componentes; en el 93 no había ni uno. ¡Cómo han cambiado las cosas, y aquí para bien, en estos confines!
En este festival del 60 aniversario han arrollado. Un primer concierto, con “La Creación” de Haydn, en formación semi-camerística, con su coro Lübeck, creado en 2002 por Rolf Beck, tuvo a este seguro maestro como responsable de una traducción ejemplar de la pieza, en donde ya destacó la musicalidad desbordante de la soprano eslovena Saturova.
Pero la segunda sesión, con orquesta al completo y doble coro –al germano se unió, en perfecto maridaje, el de la Orquesta de Granada-, rebasó todas las expectativas. Mahler de nuevo, como en la apertura: la Sinfonía “Reusrrección”, una de las cumbres del compositor; y como demiurgo y oficiante, ambas cosas, un músico directo pero difícil, admirado pero polémico, Christoph Eschenbach (Breslau, 1940), un artista de seriedad casi hierática, que cuando da en la diana hace pleno. En Granada ocurrió. Desde el tremolando inicial de la cuerda, fue obvio que no se asistía a un concierto al uso: Eschenbach partió del 7 en la escala de Richter y llegó al 10 en la culminación de la obra, absoluto seísmo sonoro que hizo temblar las piedras de un palacio de Carlos V que tanta gran música han oído. Los chicos de la Schleswig tocaron como si en cada compás les fuera la vida, imantados por un maestro dueño absoluto de una obra que domina y ama, y que mostró su sabiduría en la misma colocación de la orquesta, con la disposición que seguía Rafael Kubelik, oponiendo antifonalmente a violines primeros y segundos. Cuerda enorme -60 atriles-, de sonido poderoso y rutilante, jamás tapada por el imponente conjunto de vientos o de percusión. Es difícil recordar, no ya en España, muchas interpretaciones superiores de la obra. Cada frase, cada diseño, cada ataque, cada ‘crescendo’ –y hay unos cuantos-, tuvieron su razón y su sentido. La ascensión final, desde la entrada del coro en el umbral del silencio hasta la apoteosis conclusiva, con voces e instrumentos repartidos espacialmente por el auditorio circular, fue digna de un Tennstedt, un Bernstein, un Kubelik o un de Waart, por citar a grandes sacerdotes de la obra. Inolvidable. Memorable. Hasta Eschenbach sonrió al terminar. José Luis Pérez de Arteaga

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