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Por Publicado el: 16/04/2008Categorías: Crítica

Pollini, lujuriosa precipitación

Grandes Intérpretes
Pollini, lujuriosa precipitación
Obras de Chopin, Debussy y Boulez. Maurizio Pollini, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 15 de abril.
Siempre he dicho que, cuando un crítico musical descuelga el teléfono y oye decir tan sólo su nombre a quien le llama y pregunta por él, ha de reconocer a su interlocutor por esas dos, tres o cuatro sílabas. Si no es así, no puede ser un buen crítico, porque no tendrá oído. Por las mismas, un crítico debe poder averiguar quien toca el piano o quien dirige una determinada obra sinfónica -si solista y batuta tienen personalidad- sin ver a quien tiene delante o la carátula del cd en cuestión. Pues bien he de reconocer que si no hubiese visto a Pollini sobre el escenario, posiblemente no hubiese averiguado quién era: los años pasan para todos y también para Maurizio Pollini (Milán, 1942).
Presentó un programa compuesto mayoritariamente en su primera parte por lo que podríamos calificar como “propinas chopinianas” –preludios, scherzos, mazurcas, polonesas, etc- y en la segunda, de mucha mayor aridez para el público, los seis estudios del Libro II de Debussy y la “Sonata n.2” de Boulez. El oído del oyente no pudo encontrar serenidad en Chopin. Cuando empezaba a disfrutar de una frase maravillosa -en el “Scherzo n.2”, por ejemplo- inmediatamente aparecía la precipitación. No había reposo, serenidad, y esa precipitación ya no se resolvía técnicamente con la facilidad de antaño. Como consecuencia el sonido se enturbiaba en unos pasajes rápidos que se convertían en una acumulación de notas en uno de los dos pianos que se había traído de Milán. No haría falta decir que todo ello dentro de un gran nivel, porque hablamos de uno de los cinco mejores pianistas de las últimas décadas.
Tocó mucho mejor los seis estudios de Debussy y provocó sorprendentes aclamaciones tras la “Sonata n.2” de Boulez, compositor tan rompedor del sonido como en su día lo fueran Chopin o Debussy. Me pregunto si realmente el público disfrutó de aquellos veinticinco minutos, prácticamente imposibles de seguir, muestra de un camino intentado con resultado fallido. Estoy convencido que se trataba de snobismo o de, eso sí, comprensibles reacciones de fans estudiantes de piano. Y es que Pollini nos dejó abrumados con un despliegue técnico increíble, a pesar de que los gestos de su faz parecían dar a entender con frecuencia que los sonidos que iba creando no le acababan de satisfacer. Dos propinas coronaron un éxito absolutamente previsible. El domingo, en el Teatro Real, más. Gonzalo Alonso

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