Abbado en el Teatro Real
Abbado en el Teatro Real
“Fidelio”, el acontecimiento lírico del año
“Fidelio” de Beethoven. J.Kaufmann, A.Kampe, G.Surjan, J.Kleiter, J.Schneider, A.Dohmen, D.Randes. M.Balò, escenógrafo. A.M.Heinreich, figurinista. G.Saccomadi, iluminador. C.Kraus, director de escena. C.Abbado, director musical. Arnold Schoenberg chor, Coro de la Comunidad de Madrid y Mahler Chamber Orchestra. Teatro Real. Madrid, 19 de abril.
La misma expectación que José Tomás en las Ventas ha levantado la presentación de Claudio Abbado (Milán, 1933) en el Teatro Real dirigiendo una ópera desde su foso. Es lógico, pues no en vano Abbado es un mito viviente, un director reverenciado por sus calidades y también por estar al margen de toda actividad directoral convencional. La enfermedad tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas y el milanés ha hecho virtud de un problema.
Su actividad lírica se reduce a alguna producción en gira en colaboración entre varios teatros, teniendo siempre parada en Ferrara. El primer y añorado primer festival del Escorial estuvo a punto de contar con él con “Flauta mágica”, pero ha sido el Real quien ha marcado el gol. Es, no obstante, discutible la programación de un espectáculo de las características del presente dentro de la temporada normal de un teatro y, de hecho, lo mismo han debido pensar los gestores del Real al rodear “Fidelio” de un breve pero atractivo ciclo Beethoven –Abbado, Pollini y Cuarteto de Tokio- y es que conceptualmente –tres únicas representaciones y sólo dos con Abbado- tendría mejor encaje dentro de un festival como el que años atrás promovía en verano la CAM con Barenboim en una exclusividad polémica. Este espectáculo de Abbado o el “Don Calandrino” de Muti ofrecido en Las Palmas hubieran resultado buenas continuaciones de aquél.
Para que una producción pueda ser compartida en los teatros de Reggio Emilia, Ferrara, Módena, Baden-Baden y Madrid ha de diseñarse con un tamaño reducido y muy ligera de transporte y montaje, lo que a la fuerza ha de limitar su espectacularidad, debiéndose suplir ésta con alternativas inteligentes, especialmente cuando el coste supera los cuatro millones de euros y ha de trasladarse a solistas, orquesta y dos coros. Abbado se fijó en Chris Kraus tras ver en su película “Cuatro minutos” la tormentosa relación entre una joven pianista prisionera y su profesora. Kraus debuta en las lides líricas y, como casi todos los debutantes, se deja llevar por algunos tópicos. La acción se traslada de Sevilla al París de la Revolución, Marcelina y Joaquino aparecen lavando la sangre de la guillotina y Fidelio entra cargando con una nueva cuchilla. La atmósfera, de permanente brutalidad y opresión política, cae en la reiteración y en alguna que otra exageración. Vale que los presos aparezcan con las cabezas cubiertas por capuchas herméticas en un anfiteatro, pero hacer de Pizarro un minusválido en silla de ruedas o con muletas no aporta nada. El final sorprende y no sólo por la peculiar vestimenta de Don Fernando, ni por el paso de las oscuridades de Zurbarán al fogonazo de luz hacia el espectador, sino por el atentado a la idea de libertad que subyace en el texto y la música de Beethoven al hacer regresar otra vez a la guillotina a los prisioneros recién liberados. La libertad es un imposible. Un debut con muchas ideas, algunas discutibles, pero positivo y esperanzador.
Abbado se enfrenta por vez primera a “Fidelio”, obra que debía haber marcado su regreso a la Scala. Para él es más una continuidad del Mozart de “Flauta mágica” que un presagio de Wagner y su “Tetralogía”. Interioriza texto y música con una lectura transparente, carente de vibratos, de tempos muy vivos, incisivos y siempre acorde con el drama, siguiendo la versión de 1814. Extraordinrio todo, p.e. el cuarteto. La Mahler Chamber Orchestra, uno de sus hijos predilectos, le funciona de maravilla. Da gusto escuchar la precisión y energía desbordante de solos y tuttis. Lo mismo hay que decir del Arnold Schenberg Chor y el Coro de la Comunidad de Madrid, que logran emocionar en la musitada escena de los prisioneros y en el pletórico final. Abbado elige habitualmente voces muy líricas y “Fidelio” no supone una excepción. Anja Kampe está lejos de ser la Leonora dramática conveniente, pero su comunión con el maestro es perfecta, es muy musical y luce un bello timbre. Clifton Forbis –nos quedamos sin Jonas Kaufmann- se entrega y cumple, salvando la habitual limitación de los tenores en la zona de paso durante la segunda parte de su aria. Albert Dohmen perfila un brutal Pizarro, Jörg Schneider y Diógenes Randes convencen respectivamente como Joaquino y Don Fernando y la pareja de prisioneros –Ilker Arcayürek y Levente Páll- hacen grandes sus pequeños papeles. Con todo, quizá las sorpresas canoras más gratas resulten la Marcelina de Julia Kleiter, una sensible ligera, y el Rocco de Giorgio Surjan, muy matizado en las dinámicas.
Se ovacionó a todos, pero naturalmente fue Claudio Abbado el gran triunfador. Se recordará su “Fidelio” como se recuerda un ya lejano “Tristan” de Barenboim pero, todo hay que decirlo, tampoco puede olvidarse el de la temporada pasada en Valencia con Zubin Mehta y Pier Ali, muestra de cómo pueden disfrutarse dos conceptos totalmente diferentes. ¡Lastima que este nivel no se de a diario! Gonzalo Alonso
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