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Por Publicado el: 17/11/2011Categorías: Crítica

«Boris Godunov» en Valencia: Una escena poderosa

Ópera en Valencia
Una poderosa escena
«Boris Godunov» de Mussorgski. O. Anastassov, N. Schukoff, A. Morozov, K. Plúzhnikov, V. Matorin, E. Sánchez, A. Zorin, etc. Orquestra de la Comunitat Valenciana y Cor de la Generalitat Valenciana. Dirección de escena e iluminación: A. Konchalovski. Dirección musical: O.Meier Wellber. Palau de les Arts. Valencia 16 de noviembre
El Palau de les Arts valenciano se ha anticipado un año a Madrid inaugurando esta temporada con «Boris Godunov». En la representación ha sobresalido una producción escénica -coproducción de Valencia con Turín y Bari- que puede calificarse con nota de sobresaliente, mientras que la musical y el nivel canoro ha mantenido una corrección de aprobado alto. Al joven bajo Orlin Anastassov, muy apreciado hoy día, le falta profundidad psicológica para triunfar como Boris y la voz no acaba de proyectarse con la contundencia que exigen algunas de sus escenas. De ahí que, inteligentemente, se refugiase en resaltar las debilidades del carácter del personaje. En una segunda sala del teatro Ruggero Raimondi enseñaba «Bodas de Fígaro» a los alumnos de la Escuela de perfeccionamiento -en otra se ensayaba «Cenerentola»- y obligaba a recordar su imponente Boris. Tampoco Alexander Morozov posee la gravedad vocal deseable para Pimen. Hace bien el Palau en tener habituales como Vladimir Matorin, buen Varlaam y posiblemente el artista más en su papel de la función. En el polo opuesto está Konstantin Pluzhnikov, claramente flojo como Shuisky. El resto del reparto cumplió más que dignamente.
Sustituir a Lorin Maazel, el director vivo más técnico, no es tarea fácil y Omer Meier Wellber apenas tiene treinta años. Debería por ello poner toda la carne en el asador y prepararse mejor. Cualidades las tiene, pues superó la prueba de mantener controlada esta partitura tan compleja en elementos. Sin embargo controlar y marcar no es ni todo ni suficiente, sino que para lograr una buena dirección hay que implicarse, profundizar y extraer emociones. Esto no lo hizo, como no lo hacen la mayoría de los jóvenes renombrados -Harding, Dudamel y tantos otros- que simplemente «fichan» en sus actuaciones en primeros teatros con las consabidas consecuencias. Meier Wellber no sólo tiene una gran oportunidad, con una aún estupenda orquesta, sino también una obligación con el teatro que se la brindó.
La representación subió muchos enteros gracias a la dirección escénica de Andrei Konchalovski, quien no sólo demuestra conocer las profundidades de esta partitura, eminentemente rusa, sino también las reglas teatrales. Con un escenario minimalista y un buen vestuario, se aplica en unos movimientos muy bien estudiados, especialmente los del coro, lo que resulta fundamental y definitivo puesto que el pueblo ruso es el auténtico protagonista de la ópera. Gonzalo Alonso

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